Coger un taxi.
Lo que parece una tarea sencilla, puede en determinadas ocasiones convertirse en una pesadilla. Al menos para algunas personas. Cierto es que en mi confluyen una serie de condiciones físicas y psíquicas bastante particulares por coincidir todas ellas, pero en realidad todas muy comunes. Padezco de cojera y soy un poco corto de vista, tanto como para vender cupones si quisiera. Además, sufro de un grado extremo de claustrofobia.
Empecemos por mi claustrofobia. Os preguntareis como puedo saber que estoy en un espacio cerrado, si no veo mas allá de mi nariz sin las gafas, y treinta centímetros más lejos cuando las llevo puestas. La respuesta es sencilla; me lo imagino. La verdad es que tengo una claustrofobia algo selectiva, por que depende de lo que escuche o lo que me cuenten; un día, paseando por el campo, me entro un ataque porque me comentaron que estábamos en un cercado muy pequeño, y no pude quedarme tranquilo hasta que note que cruzaba la puerta de aquel lugar.
Mi caso es tan particular que me saco un buen sobresueldo dejando que me estudien en la facultad de psicología. Llevan dos años y aun no se lo explican. Es el primer caso de claustrofobia autoinducida que conocen. Por lo demás, me gusta subir en ascensores, con su relajante música y no tengo problemas con las habitaciones pequeñas mientras no me digan que lo son. En cambio, usar el transporte público me presenta grandes dificultades. La aglomeración de personas me permite hacer un cálculo del espacio existente y me entra el agobio. En coche sin embargo viajo bastante bien, aunque la gente no ha de tocarme y hablar poco para que no calcule yo las distancias que nos separan.
Respecto a mi cojera, la padezco en ambas piernas. Un accidente infantil en el cual se vieron implicados un baúl, unas escaleras y una clara sobreestimación de mi potencial físico. Cuando ando, dicen que me parezco a John Wayne cuando quería intimidar, solo que yo nunca he llevado pistolas. Supongo que me creeréis si os digo que mi velocidad de desplazamiento con este andar tan particular es muy lenta. Como añadido a este impedimento a la hora de adquirir velocidades de desplazamiento adecuadas, hay que añadir que debo usar un bastón especial. Mido 192 centímetros y mis ojos están a la suficiente distancia del suelo como para no distinguir los diferentes obstáculos habituales en las vías publicas como pueden ser: Bordillos, bolardos, pequeños animales de compañía, tapas de alcantarillado, más bien la ausencia de las mismas, y un largo etcétera muy anecdótico de obstáculos que evitar. Lo más exótico que he tanteado con mi bastón fue el culo de una ciudadana asiática que se había agachado justo en ese momento a recoger algo del suelo. Cabe decir que ser ciego no me libró de la furia de su bolso vengador.
Aun así, hasta la fecha he tenido mucha más mala suerte con los obstáculos aéreos que con los terrestres. Con mi altura, acabo encontrando toldos, señales de tráfico, paraguas a la exacta altura de mis ojos e incluso en una ocasión, una paloma despistada. Tanto es así, que me he aprendido el horario de los establecimientos mas agresivos en estos aspectos y suelo hacer uso de un casco protector cuando me desplazo por barrios cuyas especificaciones aéreas desconozco. No hace demasiado me advirtieron que llevaba una semana agachándome ante un toldo inexistente por liquidación del local.
Mi altura es tan inusual dentro de los invidentes, que hace unos años organizamos un equipo de baloncesto. Al principio tuvimos problemas para pasarnos correctamente el balón, pero luego le pusimos un cascabel, y hemos practicado tanto que ahora son más los pases que llegan hasta nuestras manos que los que no. Nuestro actual problema es que tenemos terribles discusiones sobre si ha sido canasta o no.
Para intentar encauzar un poco este relato, y dejar de irme por las ramas, diré que encontré el trabajo ideal para una persona de mis características. Soy locutor de radio. Otra cosa no tendré, pero en mi lista de meritos puedo contar, con una voz calida y aterciopelada gracias a la cual me gano el pan. Por desgracia, yo vivo cerca de la plaza de Manuel Becerra y la emisora está en plena Gran Vía madrileña. Distancia insalvable para una persona de mis condiciones si pretendiera hacerla a pie, como creo que ha quedado claramente demostrado.
Y llego entonces al asunto que me interesa. Los taxis. Evidentemente, no puedo conducir un vehiculo por mi cuenta, que sería la solución perfecta a mi problema locomotriz, y contadas son las ocasiones en las que cuento con alguien que puede acercarme en su vehiculo hasta la oficina donde trabajo. Es por esto que desplazarme en taxi, es la manera más eficiente a la hora de llegar todos los días puntual a mi cita con el trabajo. Hasta ahora, nunca había tenido problemas dado que en la misma plaza de Manuel Becerra existía una parada para este tipo de vehículos y si bien las primeras veces que hice uso de su servicio actué con timidez, rápidamente me hice con el sistema de traslado, un calculo de lo que me costaba el servicio etcétera, etcétera.
Hace no más de dos meses, eliminaron mi parada de taxis y cortaron varias de las calles que usaba habitualmente en mi trayecto. Bendito Gallardón. Ojala encuentre pronto el tesoro.
Lo que parece una tarea sencilla, puede en determinadas ocasiones convertirse en una pesadilla. Al menos para algunas personas. Cierto es que en mi confluyen una serie de condiciones físicas y psíquicas bastante particulares por coincidir todas ellas, pero en realidad todas muy comunes. Padezco de cojera y soy un poco corto de vista, tanto como para vender cupones si quisiera. Además, sufro de un grado extremo de claustrofobia.
Empecemos por mi claustrofobia. Os preguntareis como puedo saber que estoy en un espacio cerrado, si no veo mas allá de mi nariz sin las gafas, y treinta centímetros más lejos cuando las llevo puestas. La respuesta es sencilla; me lo imagino. La verdad es que tengo una claustrofobia algo selectiva, por que depende de lo que escuche o lo que me cuenten; un día, paseando por el campo, me entro un ataque porque me comentaron que estábamos en un cercado muy pequeño, y no pude quedarme tranquilo hasta que note que cruzaba la puerta de aquel lugar.
Mi caso es tan particular que me saco un buen sobresueldo dejando que me estudien en la facultad de psicología. Llevan dos años y aun no se lo explican. Es el primer caso de claustrofobia autoinducida que conocen. Por lo demás, me gusta subir en ascensores, con su relajante música y no tengo problemas con las habitaciones pequeñas mientras no me digan que lo son. En cambio, usar el transporte público me presenta grandes dificultades. La aglomeración de personas me permite hacer un cálculo del espacio existente y me entra el agobio. En coche sin embargo viajo bastante bien, aunque la gente no ha de tocarme y hablar poco para que no calcule yo las distancias que nos separan.
Respecto a mi cojera, la padezco en ambas piernas. Un accidente infantil en el cual se vieron implicados un baúl, unas escaleras y una clara sobreestimación de mi potencial físico. Cuando ando, dicen que me parezco a John Wayne cuando quería intimidar, solo que yo nunca he llevado pistolas. Supongo que me creeréis si os digo que mi velocidad de desplazamiento con este andar tan particular es muy lenta. Como añadido a este impedimento a la hora de adquirir velocidades de desplazamiento adecuadas, hay que añadir que debo usar un bastón especial. Mido 192 centímetros y mis ojos están a la suficiente distancia del suelo como para no distinguir los diferentes obstáculos habituales en las vías publicas como pueden ser: Bordillos, bolardos, pequeños animales de compañía, tapas de alcantarillado, más bien la ausencia de las mismas, y un largo etcétera muy anecdótico de obstáculos que evitar. Lo más exótico que he tanteado con mi bastón fue el culo de una ciudadana asiática que se había agachado justo en ese momento a recoger algo del suelo. Cabe decir que ser ciego no me libró de la furia de su bolso vengador.
Aun así, hasta la fecha he tenido mucha más mala suerte con los obstáculos aéreos que con los terrestres. Con mi altura, acabo encontrando toldos, señales de tráfico, paraguas a la exacta altura de mis ojos e incluso en una ocasión, una paloma despistada. Tanto es así, que me he aprendido el horario de los establecimientos mas agresivos en estos aspectos y suelo hacer uso de un casco protector cuando me desplazo por barrios cuyas especificaciones aéreas desconozco. No hace demasiado me advirtieron que llevaba una semana agachándome ante un toldo inexistente por liquidación del local.
Mi altura es tan inusual dentro de los invidentes, que hace unos años organizamos un equipo de baloncesto. Al principio tuvimos problemas para pasarnos correctamente el balón, pero luego le pusimos un cascabel, y hemos practicado tanto que ahora son más los pases que llegan hasta nuestras manos que los que no. Nuestro actual problema es que tenemos terribles discusiones sobre si ha sido canasta o no.
Para intentar encauzar un poco este relato, y dejar de irme por las ramas, diré que encontré el trabajo ideal para una persona de mis características. Soy locutor de radio. Otra cosa no tendré, pero en mi lista de meritos puedo contar, con una voz calida y aterciopelada gracias a la cual me gano el pan. Por desgracia, yo vivo cerca de la plaza de Manuel Becerra y la emisora está en plena Gran Vía madrileña. Distancia insalvable para una persona de mis condiciones si pretendiera hacerla a pie, como creo que ha quedado claramente demostrado.
Y llego entonces al asunto que me interesa. Los taxis. Evidentemente, no puedo conducir un vehiculo por mi cuenta, que sería la solución perfecta a mi problema locomotriz, y contadas son las ocasiones en las que cuento con alguien que puede acercarme en su vehiculo hasta la oficina donde trabajo. Es por esto que desplazarme en taxi, es la manera más eficiente a la hora de llegar todos los días puntual a mi cita con el trabajo. Hasta ahora, nunca había tenido problemas dado que en la misma plaza de Manuel Becerra existía una parada para este tipo de vehículos y si bien las primeras veces que hice uso de su servicio actué con timidez, rápidamente me hice con el sistema de traslado, un calculo de lo que me costaba el servicio etcétera, etcétera.
Hace no más de dos meses, eliminaron mi parada de taxis y cortaron varias de las calles que usaba habitualmente en mi trayecto. Bendito Gallardón. Ojala encuentre pronto el tesoro.
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