Despues de no haber actualizado nada durante una temporada medianamente larga, pongo aquí la primera parte de un relato que espero acabar en dos entregas.
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Una vida a ciegas
Después de una botella de vino tinto y una cena copiosa me doy cuenta de que no tengo dinero y que en este local no aceptan tarjeta de crédito. Andrés, el dueño de la taberna, ya me conoce, de manera que no tengo problemas en prometerle que volveré en un momento con el dinero. Me mira como si le contara un chiste cuando se lo comento.
-“Siempre me haces lo mismo Julián, anda vete que ya me lo pagarás la próxima vez que vengas.”
-“Ni hablar, vengo en un momento y te pago, palabra”
Gesticulo más de lo que quisiera con los brazos cuando hablo, supongo que es el efecto de la botella del estupendo vino de Yecla que me ha recomendado hoy mi tabernero favorito. Ya me avisó él de que era muy fuerte. A lo mejor es que una botella ya es demasiado para mi. Parece que veinticinco años son ya demasiados.
Deambulo por la calle de la Bola y me dejo caer cuesta abajo hasta que llego a la zona de Ópera. La verdad es que no voy a tener que andar mucho para pagar a Andrés, el cajero está al lado. En un momento vuelvo, le pago y a dormir a casa. Como llevo un rato pensando en el dinero, el cajero y el sueñecito que me está entrando, cuando me doy cuenta, he llegado a la plaza. No sabía que estuviera tan mal. La verdad, no me muevo mucho por esta zona de noche pero esperaba que al estar al lado del palacio, estuviera un poco más cuidada.
En la plaza hay una pequeña gasolinera, una anécdota a pie de página en esta enorme ciudad, no me consta que nadie la use, y si la usan nunca he podido verla en funcionamiento. Escondido detrás de uno de los surtidores hay un hombre que hace visibles esfuerzos por orinar, cuando lo logra suspira de satisfacción, me mira y me saluda diciendo.
-“Durante un momento pensé que no iba a poder”
Le devuelvo el saludo discretamente y acelero el paso. El tipo no tenía demasiada buena pinta. Ahora que me fijo, veo que cada banco de la placita está ocupado por un indigente y dos de ellos han encendido una pequeña hoguera en una de las esquinas. Un coche de policía pasa detrás de todo este espectáculo y no se detiene, incluso un par de transeúntes, de los que consideraría decentes caminan como si no pasara nada mientras se cruzan conmigo.
Tanta muestra de tranquilidad ajena me hace recuperar parte de mi confianza, y el exceso de alcohol en mi cuerpo hace el resto. Me planto delante del cajero e introduzco la tarjeta como me solicita la máquina. Si me hubieran querido robar ya lo hubieran hecho. Supongo.
Saco doscientos euros, pagaré la cuenta y me quedará bastante dinero para coger un taxi. Cuando me doy la vuelta para cruzar otra vez la plaza, uno de los mendigos esta arrodillado en el suelo manipulando algo sin atinar muy bien en lo que esté haciendo, por que se esfuerza durante un rato y cae de espaldas. Vuelve a esforzarse y vuelve a caerse. Me doy cuenta de que llevo un par de minutos mirándole embobado cuando, sin previo aviso, se da la vuelta y me ve mirándole como un tonto. Abochornado murmuro.
-“Discúlpeme usted, estoy un poco borracho, ya me iba”
El mendigo me mira serio durante un momento. Después presencio como sus labios se estiran mientras van haciéndose hueco en su cara hasta que esta queda casi dividida en dos y, al mismo tiempo, va mostrando unos desgastados, sucios e irregulares dientes. Un sonido ronco, como una tos ahogada, empieza a surgir de su garganta hasta que casi se atraganta, se apaga durante un rato, y vuelve a empezar de nuevo. Se esta riendo.
-“Estoy un poco borracho, he he heee he” El anciano da una palmada y masculla una y otra vez lo mismo mientras no deja de reírse, vuelve a ignorarme, se gira y forcejea de nuevo con lo que ahora veo que es una tapa de riego. El indigente logra abrirla, deposita algo que saca de sus bolsillos en ella y se aleja murmurando una siniestra cancioncilla.
Bastante sorprendido y picado por la curiosidad, espero a que se aleje un poco y examino la tapa de metal. Antes de pelearme con ella me cercioro de que el viejo no se ha girado para mirarme. Tiro de ella primero con cuidado y después cada vez con más fuerza. La tapa esta cerrada firmemente y por mucho que lo intento no soy capaz de abrirla. No se que me pasa hoy, normalmente me habría alejado de aquí sin mirar atrás ni preocuparme por lo que fuera que estaba haciendo el mendigo. Levanto la vista y me doy cuenta que se están fijando en mi un par de personas más de la plaza. De golpe, vuelvo a ser consciente de que acaban de verme sacar dinero del cajero. Un poco alarmado me levanto, finjo no tener más interés por la tapa, y me voy.
Cuando vuelvo a la taberna de mi amigo, aun hay luz dentro y un par de personas cenando. Andrés me saluda afable.
-“No pensé que fueras a volver, has tardado una eternidad. Hubiera sido mejor que te fueras directamente, ya te digo que a ti te fío lo que me pidas”.
-“Bueno, me he entretenido un poco, pero ves que no falto a mi palabra y aquí estoy”. Otra vez gesticulo con los brazos, esta vez derribo un vaso de la barra que va directamente al suelo y se rompe en mil pedazos. Inmediatamente, como si tuviera un resorte en las rodillas me agacho a recogerlo mientras mascullo alguna disculpa. Andrés me interrumpe.
-“No te preocupes, no te preocupes, ya lo recojo yo. Mira lo mejor que puedes hacer ahora es irte a casa. Yo te llamo un taxi”.
Andrés llama un taxi, el taxista me da un pequeño rodeo y finalmente me lleva a casa. Me duermo casi instantáneamente. Esa noche no puedo evitar soñar con el mendigo. Una especie de pesadilla que no me permite en absoluto descansar como quisiera, así que a la mañana siguiente ocurren dos cosas.
Lo primero es que estoy obsesionado con el episodio de la noche pasada, el anciano, la tapa de riego que no se abría y el objeto que escondiera allí el viejo. Lo segundo, es que tengo una resaca horrible.
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Una vida a ciegas
Después de una botella de vino tinto y una cena copiosa me doy cuenta de que no tengo dinero y que en este local no aceptan tarjeta de crédito. Andrés, el dueño de la taberna, ya me conoce, de manera que no tengo problemas en prometerle que volveré en un momento con el dinero. Me mira como si le contara un chiste cuando se lo comento.
-“Siempre me haces lo mismo Julián, anda vete que ya me lo pagarás la próxima vez que vengas.”
-“Ni hablar, vengo en un momento y te pago, palabra”
Gesticulo más de lo que quisiera con los brazos cuando hablo, supongo que es el efecto de la botella del estupendo vino de Yecla que me ha recomendado hoy mi tabernero favorito. Ya me avisó él de que era muy fuerte. A lo mejor es que una botella ya es demasiado para mi. Parece que veinticinco años son ya demasiados.
Deambulo por la calle de la Bola y me dejo caer cuesta abajo hasta que llego a la zona de Ópera. La verdad es que no voy a tener que andar mucho para pagar a Andrés, el cajero está al lado. En un momento vuelvo, le pago y a dormir a casa. Como llevo un rato pensando en el dinero, el cajero y el sueñecito que me está entrando, cuando me doy cuenta, he llegado a la plaza. No sabía que estuviera tan mal. La verdad, no me muevo mucho por esta zona de noche pero esperaba que al estar al lado del palacio, estuviera un poco más cuidada.
En la plaza hay una pequeña gasolinera, una anécdota a pie de página en esta enorme ciudad, no me consta que nadie la use, y si la usan nunca he podido verla en funcionamiento. Escondido detrás de uno de los surtidores hay un hombre que hace visibles esfuerzos por orinar, cuando lo logra suspira de satisfacción, me mira y me saluda diciendo.
-“Durante un momento pensé que no iba a poder”
Le devuelvo el saludo discretamente y acelero el paso. El tipo no tenía demasiada buena pinta. Ahora que me fijo, veo que cada banco de la placita está ocupado por un indigente y dos de ellos han encendido una pequeña hoguera en una de las esquinas. Un coche de policía pasa detrás de todo este espectáculo y no se detiene, incluso un par de transeúntes, de los que consideraría decentes caminan como si no pasara nada mientras se cruzan conmigo.
Tanta muestra de tranquilidad ajena me hace recuperar parte de mi confianza, y el exceso de alcohol en mi cuerpo hace el resto. Me planto delante del cajero e introduzco la tarjeta como me solicita la máquina. Si me hubieran querido robar ya lo hubieran hecho. Supongo.
Saco doscientos euros, pagaré la cuenta y me quedará bastante dinero para coger un taxi. Cuando me doy la vuelta para cruzar otra vez la plaza, uno de los mendigos esta arrodillado en el suelo manipulando algo sin atinar muy bien en lo que esté haciendo, por que se esfuerza durante un rato y cae de espaldas. Vuelve a esforzarse y vuelve a caerse. Me doy cuenta de que llevo un par de minutos mirándole embobado cuando, sin previo aviso, se da la vuelta y me ve mirándole como un tonto. Abochornado murmuro.
-“Discúlpeme usted, estoy un poco borracho, ya me iba”
El mendigo me mira serio durante un momento. Después presencio como sus labios se estiran mientras van haciéndose hueco en su cara hasta que esta queda casi dividida en dos y, al mismo tiempo, va mostrando unos desgastados, sucios e irregulares dientes. Un sonido ronco, como una tos ahogada, empieza a surgir de su garganta hasta que casi se atraganta, se apaga durante un rato, y vuelve a empezar de nuevo. Se esta riendo.
-“Estoy un poco borracho, he he heee he” El anciano da una palmada y masculla una y otra vez lo mismo mientras no deja de reírse, vuelve a ignorarme, se gira y forcejea de nuevo con lo que ahora veo que es una tapa de riego. El indigente logra abrirla, deposita algo que saca de sus bolsillos en ella y se aleja murmurando una siniestra cancioncilla.
Bastante sorprendido y picado por la curiosidad, espero a que se aleje un poco y examino la tapa de metal. Antes de pelearme con ella me cercioro de que el viejo no se ha girado para mirarme. Tiro de ella primero con cuidado y después cada vez con más fuerza. La tapa esta cerrada firmemente y por mucho que lo intento no soy capaz de abrirla. No se que me pasa hoy, normalmente me habría alejado de aquí sin mirar atrás ni preocuparme por lo que fuera que estaba haciendo el mendigo. Levanto la vista y me doy cuenta que se están fijando en mi un par de personas más de la plaza. De golpe, vuelvo a ser consciente de que acaban de verme sacar dinero del cajero. Un poco alarmado me levanto, finjo no tener más interés por la tapa, y me voy.
Cuando vuelvo a la taberna de mi amigo, aun hay luz dentro y un par de personas cenando. Andrés me saluda afable.
-“No pensé que fueras a volver, has tardado una eternidad. Hubiera sido mejor que te fueras directamente, ya te digo que a ti te fío lo que me pidas”.
-“Bueno, me he entretenido un poco, pero ves que no falto a mi palabra y aquí estoy”. Otra vez gesticulo con los brazos, esta vez derribo un vaso de la barra que va directamente al suelo y se rompe en mil pedazos. Inmediatamente, como si tuviera un resorte en las rodillas me agacho a recogerlo mientras mascullo alguna disculpa. Andrés me interrumpe.
-“No te preocupes, no te preocupes, ya lo recojo yo. Mira lo mejor que puedes hacer ahora es irte a casa. Yo te llamo un taxi”.
Andrés llama un taxi, el taxista me da un pequeño rodeo y finalmente me lleva a casa. Me duermo casi instantáneamente. Esa noche no puedo evitar soñar con el mendigo. Una especie de pesadilla que no me permite en absoluto descansar como quisiera, así que a la mañana siguiente ocurren dos cosas.
Lo primero es que estoy obsesionado con el episodio de la noche pasada, el anciano, la tapa de riego que no se abría y el objeto que escondiera allí el viejo. Lo segundo, es que tengo una resaca horrible.
[continua]
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