SEGUNDA PARTE DE COGER UN TAXI (LA PRIMERA ESTÁ MÁS ABAJO).
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nota: me entretiene mucho escribir sobre este personaje y por ahora no me faltan anecdotas. Creo que no me voy a detener en esta historia.
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Mis problemas desde entonces no han sido pocos. El método que un invidente como yo puede usar a la hora de detener un vehiculo de transporte público unipersonal, un taxi, es a ciencia cierta complicado y no exento de peligro, tanto para la salud del que intenta detener el coche como para su cartera si se despista.
Aprovecho esta oportunidad para hacer una advertencia a todos los rateros de la ciudad. Robarle la cartera a un ciego no es tarea fácil, y mucho menos segura. Al estar negados de gran parte de nuestro sentido visual, prestamos mucha mas atención a todo lo demás, como puede ser el tacto. Es por esto que ante la percepción de una mano ajena rondando nuestros bolsillos la reacción más común, al menos la mía, es dar un “toque de atención”. Un giro rápido de mi bastón extensible dirigido al lugar donde presupongo se encontrará el antebrazo del simpático ladronzuelo, que aprovecha todo el impulso que le proporcionan mis brazos y el empuje cinético que desarrolla al desplegarse el bastón telescópico. Este “toque de atención” suele ser suficiente como para prevenir posteriores intentos de robo de esta misma persona en futuras ocasiones y hasta ahora me ha resultado muy efectivo.
De los diversos métodos para que la cartera sea entregada tal vez el de la intimidación con arma blanca sea el mas inefectivo y no depende tanto de la capacidad intimidatoria del cuchillo que porte el agresor si no de su capacidad narrativa y descriptiva, habilidades normalmente escasas entre el gremio del hurto. Del hurto menor al menos, ya que hablo de carteras físicas, de las que contienen billetes y no de las carteras que contienen políticos.
Volviendo a la odisea que nos concierne, mi viaje diario desde mi casa a las oficinas de la radio, cuando empecé a detener taxis fuera de la parada, usaba un sistema primitivo que he ido perfeccionando. Primero, caminaba hasta la calle que, por su ubicación privilegiada, favoreciera el trayecto que deseaba hacer. Normalmente esta hubiera sido la calle Alcalá en dirección a la plaza de Sol, pero incluso esta tarea dejo de ser sencilla cuando por socavar la calle para una mejora en el tendido eléctrico / tuberías de gas / alcantarillado / cañerías de agua / asfaltado / etc… bloquearon diversas partes de una de las principales arterias de esta ciudad.
Aun con estos iniciales problemas de valoración, el proceso de acercarse al bordillo de la acera y agitar la mano cuando ves un destello verde tiene sus riesgos para un invidente. Por suerte mi capacidad de percepción visual no es del todo nula y gracias a esto he podido codificar varias señales luminosas. Rojo, grande y acercándose, es un autobús, hay que apartarse de la acera. Entre otras cosas los conductores de los autobuses conducen bastante rápido y van excesivamente pegados a la acera con la clara intención, a mi entender, de decapitar algún transeúnte con sus retrovisores laterales. Verde, pero no se mueve, suele ser un semáforo, no merece la pena levantar la mano para que se acerque. Verde y cerca de la acera, generalmente suele ser un taxi, generalmente porque no será la primera vez, ni la última, que me paso cinco minutos delante de una señal de farmacia esperando que me abra la puerta.
Respecto a levantar la mano para que se detenga el vehiculo, tiene sus peligros inherentes. No fue hace demasiado tiempo cuando, volviendo de mi trabajo cerca de la calle Gran Vía, intentaba parar un taxi en unas circunstancias muy especiales. El ambiente en la calle era muy tenso circulaba en sentido ascendente cortando la mitad de la calle, una manifestación del partido comunista español y en diversos puntos de la calle se habían ubicado pequeños grupos de partidarios de justo todo lo contrario a lo que desfilaba, supongo que os imagináis la estética de los unos y de los otros. La ruina de un peluquero. El hecho es que si no iniciaron batalla campal en ese mismo momento era por la nutrida presencia de un destacamento policial en la zona.
La cosa es que había bajado con mi amigo Antonio, precisamente hablábamos de los taxis. Él no se creía que yo fuera capaz de hacer uso de uno sin ayuda. Cruzamos la calle, y me preparé para detener uno de estos vehículos. La tarea era complicada por los continuos destellos de azul de las furgonetas de los antidisturbios y por la tensión que se palpaba en el ambiente. Como perro de Paulov, al estímulo de la luz verde y animado por la presencia de mi amigo, al cual quería demostrar mi sobrada capacidad de autosuficiencia locomotriz, aunque fuera alquilada, mi brazo derecho, palma extendida, se levantó cual resorte. Todo se desarrolló a una enorme velocidad entonces. Los “arribaspañas” y los “vivafrancos” se desataron detrás de mi en un crescendo vertiginoso y solo recuerdo a mi amigo Antonio, gritarme al oído una frase que no olvidaré nunca. “¡Corre, por tu vida!”
Por suerte mi casa quedaba en la dirección hacía la que escapamos. Podría jurar que llegue antes corriendo agarrado a la chaqueta de Antonio que muchas otras veces en coche.
Continuará
Aprovecho esta oportunidad para hacer una advertencia a todos los rateros de la ciudad. Robarle la cartera a un ciego no es tarea fácil, y mucho menos segura. Al estar negados de gran parte de nuestro sentido visual, prestamos mucha mas atención a todo lo demás, como puede ser el tacto. Es por esto que ante la percepción de una mano ajena rondando nuestros bolsillos la reacción más común, al menos la mía, es dar un “toque de atención”. Un giro rápido de mi bastón extensible dirigido al lugar donde presupongo se encontrará el antebrazo del simpático ladronzuelo, que aprovecha todo el impulso que le proporcionan mis brazos y el empuje cinético que desarrolla al desplegarse el bastón telescópico. Este “toque de atención” suele ser suficiente como para prevenir posteriores intentos de robo de esta misma persona en futuras ocasiones y hasta ahora me ha resultado muy efectivo.
De los diversos métodos para que la cartera sea entregada tal vez el de la intimidación con arma blanca sea el mas inefectivo y no depende tanto de la capacidad intimidatoria del cuchillo que porte el agresor si no de su capacidad narrativa y descriptiva, habilidades normalmente escasas entre el gremio del hurto. Del hurto menor al menos, ya que hablo de carteras físicas, de las que contienen billetes y no de las carteras que contienen políticos.
Volviendo a la odisea que nos concierne, mi viaje diario desde mi casa a las oficinas de la radio, cuando empecé a detener taxis fuera de la parada, usaba un sistema primitivo que he ido perfeccionando. Primero, caminaba hasta la calle que, por su ubicación privilegiada, favoreciera el trayecto que deseaba hacer. Normalmente esta hubiera sido la calle Alcalá en dirección a la plaza de Sol, pero incluso esta tarea dejo de ser sencilla cuando por socavar la calle para una mejora en el tendido eléctrico / tuberías de gas / alcantarillado / cañerías de agua / asfaltado / etc… bloquearon diversas partes de una de las principales arterias de esta ciudad.
Aun con estos iniciales problemas de valoración, el proceso de acercarse al bordillo de la acera y agitar la mano cuando ves un destello verde tiene sus riesgos para un invidente. Por suerte mi capacidad de percepción visual no es del todo nula y gracias a esto he podido codificar varias señales luminosas. Rojo, grande y acercándose, es un autobús, hay que apartarse de la acera. Entre otras cosas los conductores de los autobuses conducen bastante rápido y van excesivamente pegados a la acera con la clara intención, a mi entender, de decapitar algún transeúnte con sus retrovisores laterales. Verde, pero no se mueve, suele ser un semáforo, no merece la pena levantar la mano para que se acerque. Verde y cerca de la acera, generalmente suele ser un taxi, generalmente porque no será la primera vez, ni la última, que me paso cinco minutos delante de una señal de farmacia esperando que me abra la puerta.
Respecto a levantar la mano para que se detenga el vehiculo, tiene sus peligros inherentes. No fue hace demasiado tiempo cuando, volviendo de mi trabajo cerca de la calle Gran Vía, intentaba parar un taxi en unas circunstancias muy especiales. El ambiente en la calle era muy tenso circulaba en sentido ascendente cortando la mitad de la calle, una manifestación del partido comunista español y en diversos puntos de la calle se habían ubicado pequeños grupos de partidarios de justo todo lo contrario a lo que desfilaba, supongo que os imagináis la estética de los unos y de los otros. La ruina de un peluquero. El hecho es que si no iniciaron batalla campal en ese mismo momento era por la nutrida presencia de un destacamento policial en la zona.
La cosa es que había bajado con mi amigo Antonio, precisamente hablábamos de los taxis. Él no se creía que yo fuera capaz de hacer uso de uno sin ayuda. Cruzamos la calle, y me preparé para detener uno de estos vehículos. La tarea era complicada por los continuos destellos de azul de las furgonetas de los antidisturbios y por la tensión que se palpaba en el ambiente. Como perro de Paulov, al estímulo de la luz verde y animado por la presencia de mi amigo, al cual quería demostrar mi sobrada capacidad de autosuficiencia locomotriz, aunque fuera alquilada, mi brazo derecho, palma extendida, se levantó cual resorte. Todo se desarrolló a una enorme velocidad entonces. Los “arribaspañas” y los “vivafrancos” se desataron detrás de mi en un crescendo vertiginoso y solo recuerdo a mi amigo Antonio, gritarme al oído una frase que no olvidaré nunca. “¡Corre, por tu vida!”
Por suerte mi casa quedaba en la dirección hacía la que escapamos. Podría jurar que llegue antes corriendo agarrado a la chaqueta de Antonio que muchas otras veces en coche.
Continuará
1 comment:
Buen comienzo
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