Thursday, September 28, 2006

Degeneración


Este relato lo escribí hace bastate tiempo, pero como siempre no lograba que me cuadrara. Lo publico ahora que he conseguido que tenga cierta coherencia. La foto la tome hace poco, está tratada con photosop de una manera un poco burda, pero al final creo que se consigue el efecto que quiero.
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Degeneración

Hace unos días, me consideraba una persona maldita, condenada. Ahora se que finalmente quedaré libre de mi maldición, junto a todos aquellos que me rodean. Escribo estas palabras para que si algún día alguien las encuentra, comparta conmigo mi carga e intente comprenderme. Se que esto no va ser posible, nadie llegará a ver esto que ahora garabateo. No se exactamente que ocurrirá en un futuro inmediato, pero si se que va a ser algo horrible.

La historia de mi vida está llena de dificultades. Siempre he sido un chico solitario. La gente me consideraba raro, y la verdad lo soy. No soporto a los demás. Los demás están ahí para martirizarme, el resto del mundo es mi particular infierno.

En estos tiempos de guerra global, terroristas a la vuelta de la esquina, países tercermundistas con arsenales nucleares y presidentes de gobierno ultra religiosos, personalidades como la mía no son tan infrecuentes. Sin embargo, los motivos suelen ser otros. Depresiones, pesimismo agudo… La tónica general es una mezcla de desesperación y esperanza. Todo el mundo teme permanentemente que en cualquier momento alguien pueda realizar el gesto que desencadene el principio del fin, pero tiene la esperanza de que la decisión de pulsar ese botón, recaiga sobre una persona responsable y humana. No se si a estas alturas aun quedan personas así.

El motivo de mi fobia a la compañía ajena es, como os he comentado, algo muy especial. Sufro un pequeño defecto en mis ojos. Mi visión no es como la vuestra. Yo veo el futuro. Al menos, es lo que me gusta creer. Mis ojos están malditos por que a través de ellos solo veo como el tiempo pasa rápida e inexorablemente, la gente envejece, pierde su juventud, volviéndose decrepita delante de mi a cada segundo que los observo.

Cuando era pequeño hice muchos experimentos para comprobar exactamente como funcionaba mi “poder”. Si dirijo mi mirada hacia una persona o cosa la veo marchitarse hasta que queda solo un sucio y desagradable esqueleto cubierto de tejido seco, un mal sueño sacado de las perores imágenes de un documental sobre campos de exterminio. Si aparto la mirada y vuelvo a enfocar a dicho objeto, presencio de nuevo el lamentable espectáculo. Creedme si os digo que a pesar que he visto este tipo de escenas desde mi más tierna infancia, nunca he podido acostumbrarme a ellas. De hecho, creo que cada vez lo he tolerado peor. Tal vez de pequeño pensaba que esto era normal, ahora estas visiones me producen continuas nauseas. Es por esto mi desagradable aspecto enfermizo, retener una comida se ha convertido en una prueba que debo superar diariamente.

Nunca conocí a mis padres, fui abandonado en un orfanato cuando aun era un bebe. De allí no guardo buenos recuerdos, como era ruidoso dormía siempre solo, a oscuras, en una habitación cerrada y todo lo que lograba ver me aterraba. Es un milagro no solo que sobreviviera sino el hecho de que me adoptaran.

Mi vida en familia fue dura. Tuve la suerte de inspirar suficiente pena a mis padres adoptivos como para que no se deshicieran de mi a la primera oportunidad. Mis pobres progenitores gastaron tiempo, dinero y salud en intentar adivinar lo que me pasaba sin gran éxito. Salir de mi casa era entrar en el infierno así que, me pasaba los días encerrado en casa viendo películas en una pequeña pantalla en mi cuarto. Las imágenes de mi pequeña pantalla lograban que mi cerebro se abstrajera del hecho de que delante tenía un objeto que podía ser corrupto con el tiempo y veía las formas y colores que emitía el aparato.

No lo he dicho, pero soy un gran cinéfilo. Las imágenes son una de las pocas cosas que resisten mi mirada, y disfruto viendo una y otra vez mis películas favoritas. De alguna manera, cuando era pequeño busqué las respuestas a mi problema en la pequeña pantalla. He querido encontrar a mi Tyler Durden para pelear con él por el control de mi cerebro, he llamado infinidad de veces a Tanque para que me devuelva a mi vida real, o he querido estar en el Gabinete del doctor Caligari para poder ser diagnosticado.

Podéis imaginar que ver películas como “El increíble hombre menguante” o identificarme con proceso que sufre el Dr.James Xavier y sus ojos, enfermos como los míos, me llevó a plantearme todo tipo de hipótesis sobre mi dolencia. Aun así preguntarme el origen de mi enfermedad no tiene sentido, simplemente me ha tocado a mi, no hay una explicación.

Como los protagonistas de estas películas, durante una época pensé que podría curarme o escapar de mi mundo enfermo. Visité psicólogos y diferentes especialistas en enfermedades mentales y oculares, y les conté todo lo que me ocurría. Nadie podía creerme. Nadie quería creerme. Me tacharon de paranoico peligroso pues en un par de ocasiones perdí la paciencia cuando me acosaron negando la durísima realidad a la que me había visto enfrentado toda mi vida. Finalmente, me encerraron en un psiquiátrico. Para mi era un final consecuente. Iba a volverme definitivamente loco. Tenía entonces quince años.

Con el tiempo mis gustos se volvieron cada vez más mórbidos. Por mi cabeza, ideas autodestructivas desfilaban todos los días como si de una marcha militar se tratara. Más de una vez intenté suicidarme sin éxito, los celadores del psiquiátrico abortaron todos mis intentos y finalmente, para poder vigilarme mejor, me ubicaron en la sala de los terminales. Que felicidad.

No os confundáis, para mí, las personas ancianas y las enfermas han merecido siempre mi compasión. Rodeado de ellos es como aprendí por primera vez a disfrutar de la vida. Se puede decir que hice de la sala de enfermos terminales un hogar. Mi verdadero hogar. Por muy siniestro que suene esto, soy una persona amable y no había nada raro en mi felicidad, nunca tuve intención de hacer daño a nadie. El hecho de que me relacionara exclusivamente con los ancianos y los enfermos más decadentes, es simplemente porque en ellos encontraba la estabilidad. Ante mis ojos no envejecían.

Descubrí aquí, en la paz que me proporcionó esta residencia, la verdadera extensión de mi maldición. Mi habilidad percibía también la muerte de los objetos en cuanto a ser un objeto se trataba. La lenta degradación de una piedra a través de los milenios era casi imperceptible frente a la fragilidad de una bombilla. Los objetos inorgánicos no habían mutado aun ante mis ojos por que su deterioro con el paso de veinte o treinta años en la mayoría de los casos no es apreciable y, en comparativa con todo lo que les rodeaba, los cambios que pudieran sufrir eran escasos. Si lograba concentrarme el suficiente tiempo mirando un pedazo de roca, cosa realmente difícil si a su alrededor había algo orgánico, al rato empezaba a ver la erosión que se produciría en ella y si aguantaba el suficiente tiempo la roca acababa por ser polvo.

Un día, por azar descubrí el segundo pilar sobre el que sostendría mi cordura. Una de las enfermeras que nos cuidaba, repentinamente dejó de envejecer. Ante mis ojos permanecía joven. No quise dejar de pensar en una posible recuperación milagrosa de mi horrible degeneración visual, así que me dediqué a seguirla atentamente. Cada día que pasaba, las alteraciones que sufría esta mujer eran cada vez menores. Llegado el momento en el que apenas podía discernir su degeneración, me acerqué para hablar con ella. Quería explicarle lo que me estaba ocurriendo, tal vez ella fuera la puerta que me liberaría de mi maldición, mi salvación. En el momento en el que me aproximé a ella, su cara permaneció perfectamente estable ante mi mirada y fui incapaz de articular una sola palabra me sentía emocionado y feliz. Ella se quedó silenciosa por un momento mirándome fijamente, como esperando algo y después cayó fulminada al suelo. Muerta.

Empezaba a comprender algunas cosas. Mis habilidades cada vez eran más evidentes y mi maldición cada vez más dolorosa. Solo podría sentirme en paz cerca de las personas moribundas. Comprendiendo esto descubrí la manera de asumir mi enfermedad y por lo tanto, la manera de hacerme pasar por persona normal. En realidad he descubierto que la mayoría de la gente hace exactamente esto. La cordura es simplemente asumir nuestros desequilibrios como si fueran naturales. En cuanto tuve 18 años me negué a dar permiso alguno a nadie para encerrarme en ningún sitio donde yo no quisiera estar.

Por suerte, siendo tan joven y teniendo un historial clínico como el mío, quedé marcado como minusválido y recibí una suficiente cuantía económica que aseguraría mi independencia y me libraría, siempre que viviera austeramente de tener que trabajar.

Sin ningún ánimo de desaparecer de este mundo sin haber explotado hasta el máximo lo que para mi tenia que ofrecerme, establecí una serie de rutinas, inspirado por una de las fantásticas películas que admiraba. Diariamente navegaba por internet en busca de grupos de apoyo para personas terminales en los cuales podría descansar mis ojos y experimentar la visión que me había sido negada. Finalmente, logré confeccionarme un calendario suficientemente surtido como para poder definitivamente vivir rodeado de un mar de tranquilidad en forma de dolor ajeno.

Estos hábitos, me servirían para conocer a la única persona que he llegado a considerar como mi amigo y que por su influencia, y en gran parte mi ingenuidad, mas tarde me llevaría hasta el punto donde me encuentro ahora, Mort.

Mort era un compendio del sentimiento depresivo y oscuro, nunca le vi vestir de otra manera que no fuera de estricto negro ni de atuendo ni de ánimo. Siempre muy elegante, pero monocolor hasta en la última de sus emociones. No quedé muy sorprendido al coincidir con él en numerosos grupos de autoayuda, asumí que él era un depresivo crónico como tantos otros. En realidad, sus motivos para estar entre esta gente eran mucho más egoístas que los míos. Yo acudía a estos lugares para reconfortarme y obtener unos pequeños momentos de paz. Mort al igual que el Barón Vladimir Harkonen, gozaba con el dolor ajeno.

No pasó demasiado tiempo hasta que él reparo en mi presencia. Muy probablemente fuera una mota de polvo en su patina de sufrimiento ajeno, y no tardó mucho más hasta que se decidió a hablar conmigo. Una cosa llevó a la otra y acabé por contarle la historia de mi vida de la misma manera en la que la escribo ahora aquí. Tal vez más detallada. Quedó tan sorprendido, que no se atrevió a dudar de mis palabras ni por un momento. Durante meses estuvo preguntándome detalles sobre el proceso que veía a través de mis ojos, pidiéndome que le describiera como le veía a él físicamente. De una manera u otra me encontré por primera vez pudiendo hablar del tema sinceramente, y tuvimos largas conversaciones que siempre acababan divagando hacia el mismo tema, la muerte. Bajo su opinión, yo era la única persona que podía verle como el se sentía realmente. Un cascarón de huesos y piel seca sin ningún tipo de sentimientos en el interior.

Mort resultó ser un visionario. Hablaba constantemente de mis ojos como si fueran una bendición, no paraba de pensar diferentes maneras en las cuales esta maldición resultaría una gran ventaja. Al menos para él. Siendo la única persona cabal con la que he podido hablar, el resto solían estar tan decrépitos que no podían darme más que la paz de su próximo final, escuchaba con paciencia todas sus ideas y al final, lo más amablemente posible, las desechaba. Pero esto nunca le desilusionó, y cada vez era más insistente en sus locas proposiciones.

Finalmente un día se presentó en una de nuestras reuniones y me pidió que saliera con él a la calle un momento. Me acuerdo que llovía como nunca y fuera, esperándome protegido por un exiguo paraguas estaba un oscuro personaje que vestía un sencillo traje y me inspeccionaba de arriba abajo inquisitorialmente. Bajo mi mirada la siniestra apariencia que tenía el pequeño hombrecito se volvía más deprimente aún. Presencié una conversación entre ellos de lo más extraña e incomprensible, y finalmente estuvieron de acuerdo en llevarme ante un tercer hombre. De camino Mort me dijo que le siguiera la corriente, y eso hice.

Me llevaron a casa de un anciano, una persona de aspecto muy sano por cierto. No debía tener más de 60 años, pero a mis ojos permanecía agradablemente estable. Mort no paró de hacer preguntas sin sentido al anciano y tomar anotaciones de lo que decía. Finalmente me preguntó si yo me había fijado en el anciano y le conté el maravilloso aspecto que a mis ojos tenía. Antes de irnos Mort y el misterioso hombrecillo del paraguas tuvieron otra conversación. No me fije mucho en lo que decían porque estaba embelesado contemplando al hombre. Debía quedarle muy poco para morir. Eran raras las ocasiones en las que encontraba alguien tan joven y a las puertas de la muerte que no quise desperdiciar ni un segundo de mi atención en lo que fuera que discutían.

Mas tarde, me enteré de que acababa de formar parte de sociedad Prediciones Mortuorias. Lo que ocurrió esa tarde, fue el principio de un negocio que al final me ha llevado a la perdición, aunque no me importa. Junto a mi amigo visité a cientos de personas que estaban a punto de firmar un seguro de vida de los caros. A algunos de ellos les dimos el visto bueno, y a la mayoría de los casos les denegamos la posibilidad de asegurarse un buen funeral.

Mi vida estaba asegurada en lo económico y gracias a Mort había descubierto, que tal vez por haber presenciado su continua descomposición día tras día era capaz de permitirme mirarle a sus ojos hasta encontrar que lo que me devolvía la mirada era una cuenca vacía y negra sin que esto me importunara lo más mínimo. Tal vez esto fuera por que esta era la manera en la que Mort hubiera querido ser recordado. Tal vez esta fue la etapa más satisfactoria de mi vida, sentirme por primera vez útil para algo, aunque fuera algo tan ruin como lo que hacía.

Fue mi optimismo lo que me volvió a hundir, debería haber sabido que mi vida estaba maldita y que no existía ninguna escapatoria real. En uno de mis escasos paseos andando por una angosta calle pude observar una escena que aun ahora recuerdo vividamente. Un balón pasa rebotando a mi lado, el chillido alegre de una niña que sale a perseguirlo y cruza la calle, la imagen perfecta e inmutable de la niña y el terrible rugir de un motor de un coche que ciego corre hacia su destino. Inocente de mí, pensé que si era capaz de evitar el accidente, mi poder sería un don en vez de una maldición. Pensé que podría engañar al destino, pensé que mi vida podría ser útil. Estaba equivocado.

Me lance hacia la niña y la aparté de la trayectoria del vehículo, pero mis actos solo sirvieron para guiarla hacia el oscuro destino al que estaba predestinada desde el momento en el que la observé inmutable en el tiempo. Una verja de obra cedió ante el peso de la niña y la dejó caer hacia el abismo del alcantarillado de la ciudad. Murió por la caída. Anecdóticamente, fue el conductor del coche quien salió inmediatamente de su vehiculo y me redujo en el suelo. Una muchedumbre inmensa estuvo a punto de lincharme, y lo debieron haberlo logrado, pero ese no era mi final. Fui rescatado por la policía local, encerrado, juzgado y vuelto a encerrar, esta vez de por vida.

Mort acudió a visitarme al segundo día de estar en prisión y quiso despedirse, iba a hacer un largo viaje. Hablamos por última vez y nunca más volví a verle en persona. La última noticia que tuve de él fue en forma de paquete. Dentro de un sencillo envoltorio de papel marrón había una postal y una pequeña urna. Mort había pagado a una funeraria para que enviara a una lista de direcciones una fotografía de su cadáver y una muestra de sus cenizas.

El tiempo ha pasado desde entonces ya hace más de diez años que estoy en esta prisión. Hasta ahora no había sentido la necesidad de escribir mi historia, tal vez lo hago ahora para intentar comprender, el motivo de mi existencia. Me disculpo por haber hecho un resumen tan breve, pero la certeza de que nadie leerá este manuscrito y la urgencia del momento me apremian para que lo acabe ahora. Tal vez la única bendición que me ha sido otorgada es la certeza de saber lo que va a ocurrir ahora. La ausencia de incertidumbre sobre mi final.

Hace más de dos horas que a mis ojos todo el mundo aparece saludable y joven, y a mi alrededor no hay murallas ni recinto alguno, solo las ruinas en las que en breve este lugar se convertirá. Me voy a permitir acostarme un rato, intuyo que el dolor será algo muy pasajero y después, al fin, descansar.

6 comments:

Tiempo Límite said...

si pensaste que nadie iba a leerte, ahi tuviste una equivocacion. lei cada palabra y cada vez con mayor atencion. no se que fue lo que me llevo a leerte y mucho menos lo que me llevo a termnar de leer.
dijiste que "la cordura es simplemente asumir nuestros desequilibrios como si fueran naturales" y eso es muy cierto.
quizas en la opinion acerca del tiempo coincidimos ya que mi vision respecto del tiempo. y cuando digo "mi vision" no quiero decir que a traves de mis ojos tengo las mismas percepciones que describiste en el post, sino que creo firmemente que el tiempo es un mal que atañe a todos y a todo y del que nadie jamas se va a salvar.
muchos piensan que el tiempo es un remedio cuando suceden cosas malas y a el le encargan la mision de que pase para que llegue el olvido de aquel mal sucedido. pero no creo que esa sea la tarea del tiempo. lo que el tiempo provoca es el desgaste mas brutal y cuel. peor aun es que es impredescible e inevitable. quizas los seres humanos tengamos la racionalidad como ventaja, pero estamos en desventaja en cuanto a la praxis y el momento.
saludos!

zafyro said...

Me alegro mucho de que mi relato te haya gustado. Por otro lado lamento que hayas empezado con uno de los cuentos más siniestros que he escrito.

A pesar de lo escrito, creo que la inevitabilidad del paso del tiempo [que no el hecho de envejecer]si puede ser derrotada, aunque no es una tarea facil. Tal vez, lo más complicado es asumir los nuevos defectos que se van apilando a los antiguos.

En mi opinión nosotros no somos más que criaturas temporales, estamos compuestos por lo que hacemos y por lo que dejamos de hacer, y somos caducos cuando nos cansamos de hacer cosas que nos definan.

Anonymous said...

Me ha entretenido bastante este buen relato. Bien construido, bien armado, una historia curiosa: felicidades. Me llaman la atención algunas referencias, como Harkomen, que están empezando a ser clásicos (yo habría escrito Sade).

Sí, es muy interesante el antídoto que propones para evitar el paso del tiempo. Y es que no hay peor enevejecido que el que quiere envejecer.

zafyro said...

Bueno, ya es hora de renovar los clasicos o de al menos ampliarlos un poco.

Frank herbert y Dune más la pelicula de David Lynch son toda una influencia.

Luxxor said...

Muy original la historia. Ya que hay tantas referencias cinefilas, me voy a permitir una más, me ha recordado a "la zona muerta" de Stephen King.

Solamente se me ocurre una duda, si una persona naciera con esta maldición ¿no pensaría que todo el mundo la comparte?

joako said...

;)

"...Tal vez de pequeño pensaba que esto era normal, ahora estas visiones me producen continuas nauseas. Es por esto mi desagradable aspecto enfermizo, retener una comida se ha convertido en una prueba que debo superar diariamente..."