Friday, September 29, 2006

El examen

Este relato tiene una anécdota, mientras lo escribía sufrí unas consecuencias parecidas a las que narro, podría decirse que hasta el momento nunca había tenido problemas de ese tipo ;)
La foto es de Silhouette.

------------------------------------





El examen

Hoy es el gran Examen. Hoy se decide si mi grupo suspende o aprueba. Hoy, es el gran Examen.

Mis compañeros y yo estamos todos muy nerviosos. Los ocho. En realidad parece algo fácil, es un tipo test en el cual solo hay que responder afirmativo o negativo a una sola pregunta. Hemos estudiado mucho todos los posibles errores y, si los nervios no nos traicionan, creo que aprobaremos.

Nosotros formamos parte de septuagésimo primer octeto del cuarto Millar, dentro de los Iniciadores. Nuestra misión es la más importante de todas. Nosotros debemos comenzar cualquier tipo de operación, táctica o estratégica antes de que las demás unidades puedan siquiera entrar en escena.

Nuestro Millar se encuentra ahora mismo viajando a gran velocidad hacia el lugar de examen. Cada uno de nosotros ha sido duramente entrenado para dar la respuesta correcta en el momento preciso, he aquí la dificultad. Solo responder sería muy fácil, pero a nosotros nos exigen un orden exacto que no conocemos hasta que nos presentan las preguntas.

Veo a mis compañeros más nerviosos que nunca. Nunca hemos hecho esto antes. Es más, nadie ha hecho esto nunca, los procedimientos por los cuales vamos a ser cuestionados son completamente novedosos. Esto ha causado muchas reticencias entre mis compañeros, nadie quiere fallar por culpa de que las simulaciones no se ajusten a la realidad una vez iniciado el examen.

Nuestro futuro no es incierto, todos los que viajamos en este transporte sabemos que esta será nuestra primera y última misión, no importa que tengamos éxito o no, cuando el último de nosotros entregue su información perderemos todo sentido de existencia y procederemos a ser eliminados. Es un poco cruel, pero todos lo consideramos un trato justo, para esto hemos nacido y esto es lo que debemos hacer.

A lo lejos se empieza a ver el centro de exámenes. Es un edificio tétrico, de color negro azabache, rodeado de alargados contrafuertes metálicos como si fueran las patas de una enorme araña. Al fijarnos en él, puedo percibir como a través de la compañía se extiende un sentimiento de incomodidad, parece que nadie encuentra ahora una postura cómoda para sentarse. Creo que no soy el único que quiere acabar con esto cuanto antes.

Mientras nuestros vehículos avanzan hacia las enormes puertas del edificio no puedo evitar, aunque nos han aconsejado enérgicamente en contra de ello, repasar en mi cabeza una y otra vez la respuesta que debo dar. Debo decir no, no debo decir sí. No sí, sí no. Si digo sí, no habré logrado pasar la prueba, si digo no, sí habré pasado. Si sí, no, si no, sí. Sí no es correcto, es no… y así durante un largo rato, cada vez que me asevero de nuevo que si, sí o que si no, no, estoy más confuso y cuando me quiero dar cuenta, estoy de pie, entre cientos de miles de mis camaradas mirando fijamente a un punto de luz que nos va iluminando esperando la respuesta.

La luz va alternándose entre mis compañeros. Empiezo a sudar profusamente. No recuerdo si es que sí o no es que no. Súbitamente me encuentro en mitad de un haz de luz tan intensa que quedo cegado y paralizado. Ahora si estoy definitivamente en blanco. Mi cerebro se anula, la adrenalina se dispara. El mundo a mi alrededor empieza ir a cámara lenta. Mis compañeros que perciben mis dudas empiezan a girarse lentamente hacia mi horrorizados, tan malo es equivocarse como no dar la respuesta a tiempo.

Tengo un nudo en la garganta, no se que decir, la cabeza me da vueltas. Bien pensado no debería ser tan difícil, tengo un cincuenta por ciento de posibilidades. ¿Qué digo? ¿Debería decir sí? ¿Debería decir no? Yo siempre he sido un optimista así que.

-“SÍ”


-(“Y ahora, permítanme presentarles a Mr Bill Gates, que procederá a arrancar nuestro último sistema operativo y dirá unas palabras…”)

...[Pantalla azul]

Thursday, September 28, 2006

Degeneración


Este relato lo escribí hace bastate tiempo, pero como siempre no lograba que me cuadrara. Lo publico ahora que he conseguido que tenga cierta coherencia. La foto la tome hace poco, está tratada con photosop de una manera un poco burda, pero al final creo que se consigue el efecto que quiero.
----------------------------------------------------------------------------




Degeneración

Hace unos días, me consideraba una persona maldita, condenada. Ahora se que finalmente quedaré libre de mi maldición, junto a todos aquellos que me rodean. Escribo estas palabras para que si algún día alguien las encuentra, comparta conmigo mi carga e intente comprenderme. Se que esto no va ser posible, nadie llegará a ver esto que ahora garabateo. No se exactamente que ocurrirá en un futuro inmediato, pero si se que va a ser algo horrible.

La historia de mi vida está llena de dificultades. Siempre he sido un chico solitario. La gente me consideraba raro, y la verdad lo soy. No soporto a los demás. Los demás están ahí para martirizarme, el resto del mundo es mi particular infierno.

En estos tiempos de guerra global, terroristas a la vuelta de la esquina, países tercermundistas con arsenales nucleares y presidentes de gobierno ultra religiosos, personalidades como la mía no son tan infrecuentes. Sin embargo, los motivos suelen ser otros. Depresiones, pesimismo agudo… La tónica general es una mezcla de desesperación y esperanza. Todo el mundo teme permanentemente que en cualquier momento alguien pueda realizar el gesto que desencadene el principio del fin, pero tiene la esperanza de que la decisión de pulsar ese botón, recaiga sobre una persona responsable y humana. No se si a estas alturas aun quedan personas así.

El motivo de mi fobia a la compañía ajena es, como os he comentado, algo muy especial. Sufro un pequeño defecto en mis ojos. Mi visión no es como la vuestra. Yo veo el futuro. Al menos, es lo que me gusta creer. Mis ojos están malditos por que a través de ellos solo veo como el tiempo pasa rápida e inexorablemente, la gente envejece, pierde su juventud, volviéndose decrepita delante de mi a cada segundo que los observo.

Cuando era pequeño hice muchos experimentos para comprobar exactamente como funcionaba mi “poder”. Si dirijo mi mirada hacia una persona o cosa la veo marchitarse hasta que queda solo un sucio y desagradable esqueleto cubierto de tejido seco, un mal sueño sacado de las perores imágenes de un documental sobre campos de exterminio. Si aparto la mirada y vuelvo a enfocar a dicho objeto, presencio de nuevo el lamentable espectáculo. Creedme si os digo que a pesar que he visto este tipo de escenas desde mi más tierna infancia, nunca he podido acostumbrarme a ellas. De hecho, creo que cada vez lo he tolerado peor. Tal vez de pequeño pensaba que esto era normal, ahora estas visiones me producen continuas nauseas. Es por esto mi desagradable aspecto enfermizo, retener una comida se ha convertido en una prueba que debo superar diariamente.

Nunca conocí a mis padres, fui abandonado en un orfanato cuando aun era un bebe. De allí no guardo buenos recuerdos, como era ruidoso dormía siempre solo, a oscuras, en una habitación cerrada y todo lo que lograba ver me aterraba. Es un milagro no solo que sobreviviera sino el hecho de que me adoptaran.

Mi vida en familia fue dura. Tuve la suerte de inspirar suficiente pena a mis padres adoptivos como para que no se deshicieran de mi a la primera oportunidad. Mis pobres progenitores gastaron tiempo, dinero y salud en intentar adivinar lo que me pasaba sin gran éxito. Salir de mi casa era entrar en el infierno así que, me pasaba los días encerrado en casa viendo películas en una pequeña pantalla en mi cuarto. Las imágenes de mi pequeña pantalla lograban que mi cerebro se abstrajera del hecho de que delante tenía un objeto que podía ser corrupto con el tiempo y veía las formas y colores que emitía el aparato.

No lo he dicho, pero soy un gran cinéfilo. Las imágenes son una de las pocas cosas que resisten mi mirada, y disfruto viendo una y otra vez mis películas favoritas. De alguna manera, cuando era pequeño busqué las respuestas a mi problema en la pequeña pantalla. He querido encontrar a mi Tyler Durden para pelear con él por el control de mi cerebro, he llamado infinidad de veces a Tanque para que me devuelva a mi vida real, o he querido estar en el Gabinete del doctor Caligari para poder ser diagnosticado.

Podéis imaginar que ver películas como “El increíble hombre menguante” o identificarme con proceso que sufre el Dr.James Xavier y sus ojos, enfermos como los míos, me llevó a plantearme todo tipo de hipótesis sobre mi dolencia. Aun así preguntarme el origen de mi enfermedad no tiene sentido, simplemente me ha tocado a mi, no hay una explicación.

Como los protagonistas de estas películas, durante una época pensé que podría curarme o escapar de mi mundo enfermo. Visité psicólogos y diferentes especialistas en enfermedades mentales y oculares, y les conté todo lo que me ocurría. Nadie podía creerme. Nadie quería creerme. Me tacharon de paranoico peligroso pues en un par de ocasiones perdí la paciencia cuando me acosaron negando la durísima realidad a la que me había visto enfrentado toda mi vida. Finalmente, me encerraron en un psiquiátrico. Para mi era un final consecuente. Iba a volverme definitivamente loco. Tenía entonces quince años.

Con el tiempo mis gustos se volvieron cada vez más mórbidos. Por mi cabeza, ideas autodestructivas desfilaban todos los días como si de una marcha militar se tratara. Más de una vez intenté suicidarme sin éxito, los celadores del psiquiátrico abortaron todos mis intentos y finalmente, para poder vigilarme mejor, me ubicaron en la sala de los terminales. Que felicidad.

No os confundáis, para mí, las personas ancianas y las enfermas han merecido siempre mi compasión. Rodeado de ellos es como aprendí por primera vez a disfrutar de la vida. Se puede decir que hice de la sala de enfermos terminales un hogar. Mi verdadero hogar. Por muy siniestro que suene esto, soy una persona amable y no había nada raro en mi felicidad, nunca tuve intención de hacer daño a nadie. El hecho de que me relacionara exclusivamente con los ancianos y los enfermos más decadentes, es simplemente porque en ellos encontraba la estabilidad. Ante mis ojos no envejecían.

Descubrí aquí, en la paz que me proporcionó esta residencia, la verdadera extensión de mi maldición. Mi habilidad percibía también la muerte de los objetos en cuanto a ser un objeto se trataba. La lenta degradación de una piedra a través de los milenios era casi imperceptible frente a la fragilidad de una bombilla. Los objetos inorgánicos no habían mutado aun ante mis ojos por que su deterioro con el paso de veinte o treinta años en la mayoría de los casos no es apreciable y, en comparativa con todo lo que les rodeaba, los cambios que pudieran sufrir eran escasos. Si lograba concentrarme el suficiente tiempo mirando un pedazo de roca, cosa realmente difícil si a su alrededor había algo orgánico, al rato empezaba a ver la erosión que se produciría en ella y si aguantaba el suficiente tiempo la roca acababa por ser polvo.

Un día, por azar descubrí el segundo pilar sobre el que sostendría mi cordura. Una de las enfermeras que nos cuidaba, repentinamente dejó de envejecer. Ante mis ojos permanecía joven. No quise dejar de pensar en una posible recuperación milagrosa de mi horrible degeneración visual, así que me dediqué a seguirla atentamente. Cada día que pasaba, las alteraciones que sufría esta mujer eran cada vez menores. Llegado el momento en el que apenas podía discernir su degeneración, me acerqué para hablar con ella. Quería explicarle lo que me estaba ocurriendo, tal vez ella fuera la puerta que me liberaría de mi maldición, mi salvación. En el momento en el que me aproximé a ella, su cara permaneció perfectamente estable ante mi mirada y fui incapaz de articular una sola palabra me sentía emocionado y feliz. Ella se quedó silenciosa por un momento mirándome fijamente, como esperando algo y después cayó fulminada al suelo. Muerta.

Empezaba a comprender algunas cosas. Mis habilidades cada vez eran más evidentes y mi maldición cada vez más dolorosa. Solo podría sentirme en paz cerca de las personas moribundas. Comprendiendo esto descubrí la manera de asumir mi enfermedad y por lo tanto, la manera de hacerme pasar por persona normal. En realidad he descubierto que la mayoría de la gente hace exactamente esto. La cordura es simplemente asumir nuestros desequilibrios como si fueran naturales. En cuanto tuve 18 años me negué a dar permiso alguno a nadie para encerrarme en ningún sitio donde yo no quisiera estar.

Por suerte, siendo tan joven y teniendo un historial clínico como el mío, quedé marcado como minusválido y recibí una suficiente cuantía económica que aseguraría mi independencia y me libraría, siempre que viviera austeramente de tener que trabajar.

Sin ningún ánimo de desaparecer de este mundo sin haber explotado hasta el máximo lo que para mi tenia que ofrecerme, establecí una serie de rutinas, inspirado por una de las fantásticas películas que admiraba. Diariamente navegaba por internet en busca de grupos de apoyo para personas terminales en los cuales podría descansar mis ojos y experimentar la visión que me había sido negada. Finalmente, logré confeccionarme un calendario suficientemente surtido como para poder definitivamente vivir rodeado de un mar de tranquilidad en forma de dolor ajeno.

Estos hábitos, me servirían para conocer a la única persona que he llegado a considerar como mi amigo y que por su influencia, y en gran parte mi ingenuidad, mas tarde me llevaría hasta el punto donde me encuentro ahora, Mort.

Mort era un compendio del sentimiento depresivo y oscuro, nunca le vi vestir de otra manera que no fuera de estricto negro ni de atuendo ni de ánimo. Siempre muy elegante, pero monocolor hasta en la última de sus emociones. No quedé muy sorprendido al coincidir con él en numerosos grupos de autoayuda, asumí que él era un depresivo crónico como tantos otros. En realidad, sus motivos para estar entre esta gente eran mucho más egoístas que los míos. Yo acudía a estos lugares para reconfortarme y obtener unos pequeños momentos de paz. Mort al igual que el Barón Vladimir Harkonen, gozaba con el dolor ajeno.

No pasó demasiado tiempo hasta que él reparo en mi presencia. Muy probablemente fuera una mota de polvo en su patina de sufrimiento ajeno, y no tardó mucho más hasta que se decidió a hablar conmigo. Una cosa llevó a la otra y acabé por contarle la historia de mi vida de la misma manera en la que la escribo ahora aquí. Tal vez más detallada. Quedó tan sorprendido, que no se atrevió a dudar de mis palabras ni por un momento. Durante meses estuvo preguntándome detalles sobre el proceso que veía a través de mis ojos, pidiéndome que le describiera como le veía a él físicamente. De una manera u otra me encontré por primera vez pudiendo hablar del tema sinceramente, y tuvimos largas conversaciones que siempre acababan divagando hacia el mismo tema, la muerte. Bajo su opinión, yo era la única persona que podía verle como el se sentía realmente. Un cascarón de huesos y piel seca sin ningún tipo de sentimientos en el interior.

Mort resultó ser un visionario. Hablaba constantemente de mis ojos como si fueran una bendición, no paraba de pensar diferentes maneras en las cuales esta maldición resultaría una gran ventaja. Al menos para él. Siendo la única persona cabal con la que he podido hablar, el resto solían estar tan decrépitos que no podían darme más que la paz de su próximo final, escuchaba con paciencia todas sus ideas y al final, lo más amablemente posible, las desechaba. Pero esto nunca le desilusionó, y cada vez era más insistente en sus locas proposiciones.

Finalmente un día se presentó en una de nuestras reuniones y me pidió que saliera con él a la calle un momento. Me acuerdo que llovía como nunca y fuera, esperándome protegido por un exiguo paraguas estaba un oscuro personaje que vestía un sencillo traje y me inspeccionaba de arriba abajo inquisitorialmente. Bajo mi mirada la siniestra apariencia que tenía el pequeño hombrecito se volvía más deprimente aún. Presencié una conversación entre ellos de lo más extraña e incomprensible, y finalmente estuvieron de acuerdo en llevarme ante un tercer hombre. De camino Mort me dijo que le siguiera la corriente, y eso hice.

Me llevaron a casa de un anciano, una persona de aspecto muy sano por cierto. No debía tener más de 60 años, pero a mis ojos permanecía agradablemente estable. Mort no paró de hacer preguntas sin sentido al anciano y tomar anotaciones de lo que decía. Finalmente me preguntó si yo me había fijado en el anciano y le conté el maravilloso aspecto que a mis ojos tenía. Antes de irnos Mort y el misterioso hombrecillo del paraguas tuvieron otra conversación. No me fije mucho en lo que decían porque estaba embelesado contemplando al hombre. Debía quedarle muy poco para morir. Eran raras las ocasiones en las que encontraba alguien tan joven y a las puertas de la muerte que no quise desperdiciar ni un segundo de mi atención en lo que fuera que discutían.

Mas tarde, me enteré de que acababa de formar parte de sociedad Prediciones Mortuorias. Lo que ocurrió esa tarde, fue el principio de un negocio que al final me ha llevado a la perdición, aunque no me importa. Junto a mi amigo visité a cientos de personas que estaban a punto de firmar un seguro de vida de los caros. A algunos de ellos les dimos el visto bueno, y a la mayoría de los casos les denegamos la posibilidad de asegurarse un buen funeral.

Mi vida estaba asegurada en lo económico y gracias a Mort había descubierto, que tal vez por haber presenciado su continua descomposición día tras día era capaz de permitirme mirarle a sus ojos hasta encontrar que lo que me devolvía la mirada era una cuenca vacía y negra sin que esto me importunara lo más mínimo. Tal vez esto fuera por que esta era la manera en la que Mort hubiera querido ser recordado. Tal vez esta fue la etapa más satisfactoria de mi vida, sentirme por primera vez útil para algo, aunque fuera algo tan ruin como lo que hacía.

Fue mi optimismo lo que me volvió a hundir, debería haber sabido que mi vida estaba maldita y que no existía ninguna escapatoria real. En uno de mis escasos paseos andando por una angosta calle pude observar una escena que aun ahora recuerdo vividamente. Un balón pasa rebotando a mi lado, el chillido alegre de una niña que sale a perseguirlo y cruza la calle, la imagen perfecta e inmutable de la niña y el terrible rugir de un motor de un coche que ciego corre hacia su destino. Inocente de mí, pensé que si era capaz de evitar el accidente, mi poder sería un don en vez de una maldición. Pensé que podría engañar al destino, pensé que mi vida podría ser útil. Estaba equivocado.

Me lance hacia la niña y la aparté de la trayectoria del vehículo, pero mis actos solo sirvieron para guiarla hacia el oscuro destino al que estaba predestinada desde el momento en el que la observé inmutable en el tiempo. Una verja de obra cedió ante el peso de la niña y la dejó caer hacia el abismo del alcantarillado de la ciudad. Murió por la caída. Anecdóticamente, fue el conductor del coche quien salió inmediatamente de su vehiculo y me redujo en el suelo. Una muchedumbre inmensa estuvo a punto de lincharme, y lo debieron haberlo logrado, pero ese no era mi final. Fui rescatado por la policía local, encerrado, juzgado y vuelto a encerrar, esta vez de por vida.

Mort acudió a visitarme al segundo día de estar en prisión y quiso despedirse, iba a hacer un largo viaje. Hablamos por última vez y nunca más volví a verle en persona. La última noticia que tuve de él fue en forma de paquete. Dentro de un sencillo envoltorio de papel marrón había una postal y una pequeña urna. Mort había pagado a una funeraria para que enviara a una lista de direcciones una fotografía de su cadáver y una muestra de sus cenizas.

El tiempo ha pasado desde entonces ya hace más de diez años que estoy en esta prisión. Hasta ahora no había sentido la necesidad de escribir mi historia, tal vez lo hago ahora para intentar comprender, el motivo de mi existencia. Me disculpo por haber hecho un resumen tan breve, pero la certeza de que nadie leerá este manuscrito y la urgencia del momento me apremian para que lo acabe ahora. Tal vez la única bendición que me ha sido otorgada es la certeza de saber lo que va a ocurrir ahora. La ausencia de incertidumbre sobre mi final.

Hace más de dos horas que a mis ojos todo el mundo aparece saludable y joven, y a mi alrededor no hay murallas ni recinto alguno, solo las ruinas en las que en breve este lugar se convertirá. Me voy a permitir acostarme un rato, intuyo que el dolor será algo muy pasajero y después, al fin, descansar.

Monday, September 18, 2006

Otro relato Onírico

Como uno de mis lectores se ha quejado de las muy breves introducciones que hago antes de los relatos, procuraré ser más breve a partir de ahora. :) El otro lector aun no ha dicho nada a ese respecto :P

Por cierto la tercera parte de "Una vida a ciegas" se va a retrasar mucho.

-------------------------------------------------------------


La vida es un sueño.



Diario Medico Lunes 12 de febrero, 09:00.
Doc. Carlos Holgado Martínez

La vida es un sueño, particularmente el de Don Matías Gómez Elihondo. Don Matías afirma ser el único creador de este universo y basa en su existencia personal la permanencia del mismo. Sus conclusiones son aplastantes, en el caso de no existir yo, no existirá el mundo. Según el paciente, actualmente está en un profundo sueño. En el momento en que durante el sueño quede dormido, el resto del universo desaparecerá junto a él, con consecuencias terribles para todos nosotros.

Bajo mi punto de vista, el paciente parece haber leído demasiados libros de filosofía. La realidad es que Don Matías padece uno de los casos de insomnio más graves que he contemplado jamás. A petición mía, lleva más de dos semanas en observación permanente. Ha quedado certificado que durante todo este tiempo no ha cerrado los ojos ni entrado en ningún tipo de rutina de sueño.

Cierro el diario por ahora y me dispongo a visitar a Don Matías, o como la mayoría de los internos le llaman, El Buho. El paciente se ha ganado este apodo por su auto impuesta incapacidad para cerrar los ojos. No se atreve incluso a pestañear por miedo a que perder de vista el mundo sea suficiente para hacerlo desaparecer. Sus métodos para no quedar dormido, la mayoría de ellos ruidosos y algunos incluso auto lesivos, han hecho que mantenerle haya sido un quebradero de cabeza durante los más de cinco años que lleva con nosotros.

El paciente no tiene familia reconocida. Nadie se ha querido hacer cargo de él durante este tiempo menos, por lo que parece, la cúpula directiva de esta institución. Hay órdenes estrictas, de no desalojarle, no darle ninguna medicación que el paciente no acepte e incluso aceptar las modificaciones que desee para su habitación.

Esto y otros pequeños detalles del día a día, han llevado al paciente a una situación de supremacía sobre el personal médico de esta institución que no estoy dispuesto a tolerar por más tiempo. Las humillaciones que he sufrido a sus manos son ya demasiadas. Puede que pierda mi empleo, pero esto se va a acabar.

Me paro por unos instantes delante de su puerta, respiro hondo y finalmente acciono el picaporte para entrar en la habitación.

- “Buenos días Don Matías. ¿Qué tal se encuentra esta mañana?” Procuro esbozar una sonrisa tan amable como me es posible.

Don Matías se gira hacia mí lentamente y espera un momento antes de responderme, como si iniciar la conversación le costara trabajo.

- “Cansado, me encuentro cansado. Hay días que pienso que tal vez dormir sería una opción.”

Su lenguaje es pausado, se detiene de vez en cuando como si pensara en la siguiente palabra que quiere decir. Sus palabras me han sorprendido, es cierto que se le ve agotado, pero hasta ahora su voluntad había sido férrea en lo que a dormir respecta.

- “Me parece bien su actitud. Querer, es el primer paso para poder.” Corro un poco las cortinas que están abiertas de par en par, y me siento delante de él.

En su habitación no hay camas, pero hay gran cantidad de muebles y otro tipo de instrumentos que impiden que Don Matías caiga dormido. Las sillas son incomodas y la mesa está a una altura inadecuada, se puede decir que no hay en la habitación un solo rincón donde fuera cómodo tumbarse para dormir.

-“No diga usted tonterías Don Carlos, ya sabe lo que pasaría si acudo a mi cita con Morfeo. El fin para usted y todo el mundo que conoce. Créame, si por mí fuera dormiría en este momento, pero he conocido en este sueño personas por las cuales merece la pena permanecer despierto. Es decir, dormido. Al menos quiero darles a ellos la oportunidad de vivir plenamente, como si fueran reales.”

-“Ya me ha contado esto Don Matías. Cualquiera diría que es usted el abuelo cebolleta con sus batallitas. Mire, he venido porque acabo de revisar su última analítica y desde la directiva me han pedido que le recomiende que añada un complejo vitamínico a su dieta. Precisamente venía con la intención de, si acepta, administrárselo por primera vez con el desayuno que a buen seguro le traerán en breve”.

Como si de las palabras de un profeta se tratara, María, una de las auxiliares del turno de mañana, entra empujando un carrito sobre el que está el desayuno de Don Matías. Una jarra de café negro como el carbón y una tostada. Nada de leche, nada de zumo, nada de azúcar. Los ojos de Don Matías miran su desayuno sin encontrar las vitaminas que le estoy ofreciendo.

-“Si me permite, voy a desayunar Don Carlos.” El anciano extiende la mano y yo deposito las píldoras en ella.

Las examina cuidadosamente. A estas alturas ya me creo que conozca todos los medicamentos que recetamos, pero este no. He dedicado la noche de ayer a vaciar con extremo cuidado unas grajeas de vitaminas para sustituir su contenido por el somnífero más potente que he podido conseguir. He calculado la dosis como para que se duerma inmediata y profundamente. Se que será un poco brusco cuando las tome, pero cuando se despierte, seguro que me lo agradecerá.

-“Si no le importa Don Matías, estaba redactando mi informe matutino cuando vine a verle y me gustaría terminarlo antes de volver a la habitación de control. ¿Sería posible acompañarle en el desayuno mientras termino de redactar esto?”

-“No hay problema. Un poco de compañía siempre es grata. Tenga usted a bien servirse una taza de café.”

Me sirvo el café y espero. No es mi intención probar el amargo bebedizo que me ofrece, se por experiencia que aparte de ir inmediatamente al baño, no podría pegar ojo en dos días.
Don Matías se toma las pastillas con un sorbo prolongado de café y se sirve rápidamente otra taza. Continuo el diario con datos triviales mientras de reojo observo a mi insomne paciente. No quiero perder detalle, pero tampoco quiero que le ocurra nada grave. Mentalmente voy redactando lo que podría ser mi informe de esta visita si en algún momento quisiera contar lo que he hecho.

Don Matías acaba de tomar hoy junto a su desayuno a las 09:35, sin él saberlo, un potente somnífero que le inducirá un profundo sueño en breves instantes. Sus ojos empiezan a parpadear con lentitud. Me mira con incredulidad como sospechando lo que acaba de ocurrir. La taza de café se le cae de la mano mientras hace lo posible por permanecer erguido. Su cabeza empieza a descender poco a poco hacia la mesa. Finalmente ha caído pero puedo escuchar una respiración desacompasada, aun pelea contra el sueño. Voy a dejar el cuaderno para controlarle el pulso y asegurarme de que está dor...

Sunday, September 10, 2006

Un sueño de otoño

Este relato nació solo. Imagenes en mi mente que fueron formando una historia. Empecé a escribirlo después de leer una entrevista a David Lynch muy interesante (salió en el pais hace poco pero no encuentro el enlace).

-----------------------------------------------------------



Un sueño de Otoño.

Andar por las calles de Madrid una tarde de verano mientras disfrutas de un helado de pistacho y plátano en mitad de tus vacaciones. No hay nadie en las calles, la ciudad es tuya, no se escuchan ruidos y la temperatura es soportable. ¿Qué más se puede pedir?

-“(…tranquilidad, sosiego…)”

Cruzo la Castellana como si no existieran semáforos y me paro a mirar el cielo limpio y despejado que está sobre mi cabeza. Ver así el cielo en mitad de un silencio tan grande en la ciudad en la que he crecido es casi como un sueño.

-“(…no podría haberlo visto de ninguna manera…)”

No sé si es el efecto del viento suave que me refresca o el hecho de mirar al cielo, pero noto como si aquí sobre el asfalto una suave música me meciera. Tarareo la melodía y me transporta a mi infancia. Casi siento como si pudiera volar.

-“(…noto su respiración, es continua…)”

Cuando era pequeño andaba por estas calles con miedo a que me pasara cualquier cosa, o iba demasiado deprisa como para fijarme en lo que me rodeaba. No apreciaba el lugar donde vivía. Cuántas veces me he repetido esto mismo cuando estoy de viaje en una ciudad ajena. A veces me noto ridículo descubriendo detalles que desconocía hasta el momento.

-“(… he descubierto algo diferente, espera. No encaja…)”

Camino por la mitad de la calle, no hay nadie a mi derecha ni a mi izquierda. Ningún coche viene hacia mí. Estoy solo, la ciudad es mía y puedo hacer lo que quiera. Los árboles han dado sus frutos rojos, jugosos y apetecibles, como las grosellas que cultivaba mi madre en el pueblo.

-“(…necesito unas tijeras, algo para depositarlo después…)”

No sé qué tipo de árboles son estos. Una brisa se levanta con fuerza y pronto me veo rodeado por cientos de hojas de color rojizo, pálidas algunas, oscuras otras. Levanto los brazos y dejo que me susurren al oído su melodía de otoño. Vuelvo a levantar la mirada y veo que el cielo se esta cubriendo lentamente de unas apacibles nubes de color rosado y gris. El sol se está poniendo.

-“(…no parece que quiera volver, se hunde sin intentar volver…)”

Vuelvo a la acera y me siento en uno de los bancos del paseo. Quiero contemplar estos momentos de belleza y guardarlos en mi memoria para siempre. Las grosellas, las puestas de sol, las vacaciones en el pueblo con mi familia. Tengo tantos buenos recuerdos. Mientras el sol se pone voy cerrando los ojos adormilado por el tibio ambiente que me rodea. No estoy cansado, pero me apetece relajarme un rato.

-“(…un último intento, uno, dos, tres…)”

Un centelleante relámpago cruza el cielo, un trueno retumba al instante como respuesta. Abro de nuevo los ojos. Unas pequeñas gotas de agua caen ahora iluminando mi tarde perfecta con infinitos arco iris. El agua está templada y su contacto con mi piel me adormece. Otro relámpago, pero no hay trueno. La tormenta se aleja dejando destellos eléctricos a su paso e iluminando un cielo perfecto, casi imposible.

-“(… esto se ha acabado, avisen a la familia…)”

Wednesday, September 06, 2006

Una de restaurantes

Este cuento se me ocurrió ayer mismo y no pude resistir la tentación de escribirlo antes de seguir con el anterior. En parte me viene por haber leido el fin de semana pasado una colección de cuentos que leía cuando era pequeño, "Cuentos populares rusos". En estos cuentos, este tipo de eventos generalmente se repetían. Si alguien tiene la oportunidad de echarle el guante a uno de estos volumenes [editados por alfaguara, recopilaciones de cuentos de A. Afanasiev.]
------------------------------------------------------
Una vez cada cien años.
Como hoy es un gran día, me pido un gazpacho de primero y un chuletón de segundo. El gazpacho esta rico y fresco. No me atrevo generalmente a pedir gazpacho en los restaurantes, pero hoy tenía una corazonada.

Para el segundo plato me hacen esperar un poco, pero como estoy de buen humor no digo nada. Saco mi periódico y hojeo las noticias, hay por lo que parece amenazas de atentados ocupando media página, líos sobre políticos especuladores, apenas unos párrafos y cinco o seis páginas a todo color sobre la victoria de España en el mundial de baloncesto. He oído que a unos aficionados exaltados, se les fue la mano con los fuegos de artificio en el último piso de uno de los rascacielos que están construyendo en la Castellana. No quiero ni pensar lo que pasaría si ganáramos el mundial de fútbol. El apocalipsis supongo.

Finalmente unos reveladores pasos y una suave tosecilla a mi espalda me advierten de la presencia del camarero y mi segundo plato. Un suculento chuletón hecho, por indicación mía, más bien poco.

- Sangriento como el infierno - le dije al camarero intentando emular a Travolta. Me ha hecho bastante caso y la pieza de carne está muy cruda.

El chico me mira con sorna como sabiéndose ganador de la partida, pero no sabe que yo tengo todos los ases. Comprobado tengo que cuando lo pido poco hecho me lo traen bien pasadito. La única manera de obtener un filete en el punto que yo quiero, es parecer tan pedante y ridículo que provoque la suficiente reacción como para que quieran darme una lección sobre el arte culinario en lo que se refiere a la carne y la cantidad de tiempo que tiene que estar sobre el fuego. Pero por su puesto no tanto como para que escupan en ella. Me ha llevado mi tiempo, pero creo que le tengo pillado el punto al asunto. Travolta falla en muy pocas ocasiones.

En cuanto el azorado camarero se va, se ha cansado de soportar mi extensa sonrisa de satisfacción, inicio mi ritual. Cuando se trata de comer un filete que me agrada tanto a la vista como al olfato, la expectativa de que el sentido del gusto esté de acuerdo con sus dos hermanos me hace entrar en una dinámica parecida a la de un jugador de baloncesto cuando hace sus lanzamientos de tiros libres. Unos movimientos preestablecidos que repito siempre y que me ayudan a relajar el animo y templar el pulso.

Recojo la servilleta de mi regazo, la sacudo enérgicamente dos veces para liberarla de cualquier migaja o resto de comida y la vuelvo a colocar encima de mis piernas. Sujeto el plato con extremado cariño y lo giro en el sentido contrario a las agujas del reloj ciento ochenta grados tres veces. Abandono el plato, cojo cuchillo y tenedor y afilo el primero con el segundo. Durante toda la maniobra no pierdo de vista la comida ni por un instante. La concentración es máxima, y la segregación de saliva ya ha empezado.

Mi mano izquierda se alza por fin para trinchar la pieza mientras la derecha se prepara para cortar sin ninguna piedad, cuando una voz me distrae.

-“No lo hagas por favor, no lo hagas y sabré recompensarte”

Anonadado miro a mi alrededor, pero la gente sigue a lo suyo sin levantar la vista del plato o hablando entre si. Nadie me ha dirigido la palabra. Sacudo un par de veces la cabeza como para olvidarme de lo que he oído, levanto de nuevo mi tenedor... y vuelvo a escuchar la voz.

-“Te lo suplico, ten piedad, escúchame antes de comerme”

La afirmación que acabo de oir no deja posibilidad de dudas. Me está hablando el filete. Alucinado lo miro fijamente y, como si supiera que le estoy prestando atención, vuelve a dirigirse a mi.

-“Se que te parecerá raro, pero es verdad que soy un filete y que te estoy hablando.”

-“Eso es imposible, los filetes no hablan”, pienso a modo de réplica, y parece que me escucha, porque me responde inmediatamente.

-“Yo no soy un filete normal, soy el Filete Mágico, una vez cada cien años aparezco en el mundo encarnado en el último filete del séptimo ternero de una vaca que a su vez fue séptima hija de su madre”

Ahora si que alucino. Miro con incredulidad la botella de vino que estoy bebiendo y se me pasan dos cosas por la cabeza. La primera es que debería comprar más botellas de este vino, seguro que me salen más baratas que las cosas que compro actualmente para estos mismos fines. La segunda es demandar a este local por darme un vino en estas condiciones.

-“No es el vino, soy yo, el Filete Mágico, ya te lo he contado. Solo aparezco una vez cada cien años y tú has sido el afortunado que me tiene delante. Ahora, si sigues con cuidado mis indicaciones podrás obtener de mi todo lo que deseas. Primero, deberás llamar al camarero y decirle que quieres una guarnición adicional de ensalada. El camarero te ofrecerá patatas fritas, incluso otro filete adicional o la posibilidad de no pagar la cuenta hoy, pero has de seguir mi consejo y pedir exclusivamente la ensalada…”.

El trozo de carne que me quería comer tiene una capacidad de comunicación inagotable, no para de hablarme. Ya alarmado, miro debajo de la mesa, debajo del plato, en mis bolsillos y a mi alrededor, buscando el micrófono desde el que me están gastando esta broma. No encuentro nada. Mientras, el filete no para de hablar.

“… solo de esta manera me habré reunido con mi hermana la Ensalada Encantada. Una vez hecho esto, deberás pedir dos recipientes para llevar, uno para mi y otro para mi hermana, nos gusta estar juntos pero no mezclados, y llevarnos a tu casa. Entonces comprarás unos recipientes especiales y nos sumergirás en unas salsas que te enseñaremos a preparar y que nos mantendrán frescos durante más de veinte años…”

Levanto con cuidado el filete y lo examino por debajo. Tampoco hay nada. Miro a mi alrededor. No parece que nadie escuche nada. Estoy empezando a creerme esta historia, y mira que yo soy escéptico. El filete mientras tanto termina de hablar.

“… durante esos veinte años serás feliz y la vida te sonreirá. Mi hermana y yo podemos obrar milagros cuando estamos juntos. Recuerda que con tan solo un poco de esfuerzo podrás lograr todo lo que tú quieras, todo lo que desees. Piensa, ¿Qué es lo que quieres?”

Miro con intensidad al filete durante un periodo de tiempo breve pero que se me hace interminable, levanto finalmente la mirada y busco al camarero hasta que nuestros ojos se cruzan. Chasqueo los dedos y le indico que venga. He tomado una determinación respecto a la historia que acabo de escuchar. Se exactamente lo que quiero.

-“Tenía usted razón, este filete está poco hecho, ¿me lo puede pasar un poco más?”

Lo que quiero son unas cuantas proteínas.