Sunday, November 19, 2006

Friday, November 17, 2006

Ho, Ho, Ho.

Este relato lo escribí para participar en un concurso de cuentos con temática navideña. Finalmente no llegué a tiempo pero aprovecho y lo publico en mi blog. Hace poco mantuve una conversación sobre la fe más concretamente sobre la ausencia de ella. No solo en aspectos religiosos, claro. Quisiera añadir a mi lista de cosas en las que he perdido la fe temporalmente [espero recuperarla] "La navidad". Sin más preambulos, el cuentecillo.

Ho, Ho, Ho.

-¡Feliz Navidad, Feliz Navidad! – David grita esta frase una y otra vez mientras agita una pequeña campanilla de bronce y golpea sus pies en el suelo para intentar sacudirse el frío que se le cuela por las suelas de sus zapatos.

La calle está repleta de gente sonriente que acude a su cita anual con los grandes almacenes para comprar todo lo que tendrán que pagar el año que viene. Una pareja lleva a un niño a rastras mientras intentan entrar por las puertas de uno de estos templos del consumismo. El niño se ha quedado embobado mirando a David en su ridículo disfraz de Papa Noel.

-Tú no eres Papa Noel. Papa Noel es mucho más gordo y no lleva un traje verde.

-Feliz Navidad. –David no pretende darle más réplica. La pareja forcejea con el niño que está empeñado en descubrir un fraude navideño. Suficientemente mal lo está pasando estas navidades para ahora tener que dar explicaciones, a un chaval que no levanta más de un metro del suelo, de porqué la compañía que le está pagando dos duros por pasar frío en la calle, ha decidido que Papa Noel vista de verde.

-HohohoFelizNavidad. –David agita su campanilla como si quisiera espantar al molesto infante, mientras él mismo da unos pasos alejándose. Subir y bajar la calle sería más cómodo si las suelas de las botas que lleva por disfraz no fueran tan planas. Ha llovido un poco y ahora cada vez que da un paso y pisa las resbaladizas baldosas de la calle comercial en la que se encuentra resbala ligeramente. Lo último que le queda a su autoestima, es el bastión de no haber caído al suelo hasta ahora.

-Feliz navidad señor, le deseo feliz navidad. – David agita la campanilla delante de la cara del ejecutivo que acaba de pasar.

-Búscate un trabajo de verdad.

-Ho, hou, … - David está empezando a cuestionarse si le pagan lo suficiente por hacer esto. No solo es la humillación de que te obliguen a practicar los “ho, ho, ho”, o que cada cierto tiempo tengas que hacer el baile del teléfono móvil, es que además tienes que aguantar este tipo de actitudes.

Y se supone que es navidad, en navidad la gente debería pensar en otras cosas que no sea ir de compras u organizar enormes cenas. Menuda broma lo del espíritu navideño. Tanta historia con las fiestas de navidad, tanto rollo cuando eres niño y cuando creces descubres que no es otra cosa que una fecha promocionada por los vendedores y los grandes almacenes. Feliz navidad, te dicen mientras llenan la pantalla de tu televisor de gente que es feliz y compra, es feliz y compra, es feliz… y compra. El mensaje está claro. Navidades, compra.

Está claro que si el pudiera se olvidaría de esta chorrada del papa Noel verde y estaría en su casa al calor de su pequeño hornillo o en esta misma calle, vestido con ropas menos llamativas y comprando para ser un poco más feliz.

-David, hay que bailar. –Fernando, otro Papa Noel verde, le toca el hombro por la espalda y le indica un escenario que han montado en mitad de la calle para llamar más la atención. De esta manera, si bailando a nivel de calle alguien podría no verle, allí era virtualmente imposible que ninguno de los viandantes evitara posar sus ojos sobre los dos esperpentos verdes que se retorcían al ritmo de la conocida tonadilla musical de la marca que pretendían promocionar.

Penosamente David sube al escenario ayudado por Fernando y se prepara para la danza. A su alrededor queda formado un corro de curiosos. En la cara de la mayoría de la gente descubre sorpresa, no se esperaban ver este tipo de espectáculo en mitad de la calle aunque les entretiene. Otros, un grupo muy surtido, directamente se mueren de risa. Por último, los menos, pasan de largo evitando mirar a los pobres infelices, que se ven obligados a trabajar en estas fechas, en mitad de la calle, con este frío y disfrazados.

Cuando termina el baile unos tímidos aplausos se escuchan entre la multitud que ya se dispersa.

-Como me gusta este trabajo. –A Fernando le encanta sobretodo la parte del baile. David no puede ocultar su cara de sorpresa cada vez que le comenta lo bien que se lo pasa.

-No entiendo que le ves de positivo, ‘hoho hoho’. -David agita su campanilla tan penosamente que más que tintinear gruñe.

-¡Les damos felicidad y alegría!, ¿has visto que caras ponen los chiquillos cuando nos miran?- David no suele mirar a los niños, ya ha tenido suficientes experiencias negativas con ellos durante la semana que lleva interpretando este colorido papel.

-¡FELIZ NAVIDAD HO, HO, HO! ¡FELIZ NAVIDAD¡ -Contento como un animalillo, Fernando se aleja de David e intenta imitar a Papa Noel. Su voz es muy aguda y lo único que consigue son unas cuantas papeletas para tener una afonía al día siguiente.

Cinco años de carrera interpretativa para acabar junto a un chaval de veinte tacos gritando felicitaciones navideñas y bailando espasmódicamente en un escenario en mitad de una de las calles más transitadas de toda la ciudad. Al menos la barba no deja que se le reconozca tan fácilmente.

Hace ya un rato que le está doliendo la cabeza y las insistentes proclamas de Fernando a voz en grito no ayudan en absoluto a calmar su dolor. Algo hay que hacer para solucionarlo.

-Fernando, amigo, para un momento. -David le pone la mano en el hombro y Fernando pega un pequeño respingo, esta tan centrado en hacer sonar su campana tan fuerte como pudiera que no se ha percatado de la presencia de David hasta que este le toca.

-¡Feliz Navidad, Feliz Navidad!, ¡HO HO HO!

-Sí, Fernando, sí, feliz Navidad, pero tranquilízate. No por agitar más fuerte ese cacharro de metal vas a hacer feliz a más gente. - Sobretodo a mi, piensa David. - Si paras un momento de agitar esa campana, te cuento como has de hacer para repartir felicidad adecuadamente.

Fernando, que es un entusiasta como un niño, asiente casi con ansiedad. Su interés por las lecciones de David es sincero, tan sincero que David se siente en la obligación de demostrar que cinco años de universidad para actores, pagados del sudor de su frente y la de sus padres, han merecido la pena. Si uno debe ser Papá Noel, lo será con todas las de la ley, pero sin agitar la maldita campanilla.

-Lo primero que has de hacer es tener un poco de porte. Si no te colocas bien la almohada que hace de barriga no darás la impresión que pretendes. –Entre los dos se afanan en acolchar la mullida almohada, David no la necesita, en ese sentido él se basta para compensar esa parte del disfraz. -Los hombros erguidos la cabeza firme… ahora, nos arreglamos la barba, que quede bien lucida, y ante todo mantenemos actitud jovial, hemos venido hasta aquí con una misión, repartir regalos y felicidad, y eso se tiene que notar en la mirada. -David que inconscientemente ha ido haciendo caso de sus propias instrucciones, no se da cuenta, pero mirándole atentamente hay un grupo de gente expectante. – Y finalmente la voz, es una voz grave que sale desde muy dentro, no has de contenerla, mira, -David Carraspea para aclararse la garganta.
–HO, HO, HO, ¡Felíz Navidad!

Fernando le mira con los ojos abiertos de par en par mientras aparta la barba de su cara con la boca abierta. Inmediatamente, como si de una señal se tratara, unos blancos copos de nieve caen desde el cielo, el centro comercial aprovecha este mismo instante para encender todas sus luces navideñas y un artista callejero se decide por “Happy Christmas” de John Lennon. Un niño tironea el abrigo de su padre y señala a David mientras sonríe ilusionado. De improviso, la navidad inunda la calle.

Saturday, November 04, 2006

Papiroflexia

Este Relato, es la continuación a un cuento que escribí hace bastante tiempo y parte de una serie que tenía lugar en un universo que denominé "mundogris". La foto está tomada en el intercambiador de Moncloa.
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Papirofléxia
Érase una vez un mundo gris, triste y monótono. Érase una vez una ciudad apagada y sin vida. Érase una vez un personaje abandonado de toda vitalidad y dedicado a su día a día.

Todas las mañanas, extremadamente temprano, antes de que el sol empezara su diaria pelea para iluminar un poco los grises jirones de niebla de la ciudad, se levantaba para acudir a las oficinas en las que trabajaba desde hacía ya 15 años.

Su puesto era un lugar destacado entre la muchedumbre. Y aun así, era uno más de tantos otros. Sistemáticos, aburridos, constantes e idénticos pequeños hombres grises.

Sus días quedaban iluminados no por el tenue sol, si no por la presencia de un pequeño niño que todas las mañanas, ofrecía a los trabajadores de su centro pequeñas tazas de café. A diferencia de sus compañeros, a la hora del descanso, él bajaba a la calle y buscaba al joven comerciante. La presencia del niño y los aromas de la bebida le transportaban a épocas más cálidas.

Un día, por mucho que buscó al niño no fue capaz de encontrarlo. Preguntó por él, pero nadie supo decirle que había pasado o a donde había ido. Es más, pocos recordaban haberle visto.

Sólo entonces descubrió lo vacía que hasta entonces había sido su vida. La monotonía de todos los días se le hacía ahora agotadora y veía como su vida desembocaba en un triste charco de agua estancada.

Agotado en su habitación, a la luz de un intermitente halógeno que aun no había tenido tiempo de reparar, sentado en su pequeña cama y solo, intentó recordar que es lo que le hacía la vida más pasajera cuando era más joven.

Se propuso anotar en un papel las cosas que antes hacía y que ahora, por la responsabilidad del trabajo o por el cansancio acumulado, había dejado de hacer. Pero había pasado mucho tiempo y ya no se acordaba de nada. La hoja seguía vacía y desafiante… amenazando con ser su prospecto de futuro.Indagó en lo más profundo de su memoria sus años más jóvenes y logró recordar las cosas que le enseñaron cuando era muy niño. El abecedario, los colores, los juegos, las manualidades…

Decidió que para retomar su vida, debía reconstruirla desde el principio y se procuró papel, lapiceros y tijeras. Escribir y otras tantas cosas básicas no se le habían olvidado así que, su primer paso sería hacer una pajarita de papel. Intento mil dobleces distintos, plegó el papel de infinitas maneras, pero no había forma… ya no se acordaba de cómo se hacía. Tras mucho buscar en su casa encontró un manual serio y gris que explicaba la manera precisa de hacer el truco. Abandono entonces su tarea y se decidió a retomarla al día siguiente.

Después del trabajo, regresó a casa agotado pues la noche anterior había dormido poco. Se sentó en su cama y cogió su manual. Las instrucciones eran escuetas, sencillas y pulcras.

- Utilizar papel manejable.
- Realizar un plegado cuidadoso y pulcro, especialmente en los vértices.
- Trabajar en una superficie dura y lisa.
- La perfección en el doblez se alcanza pasando la uña del dedo pulgar a lo largo del pliegue.
- Seguir cuidadosamente la secuencia de confección de la figura.
- No eliminar pasos intermedios.
- Poner atención en cada paso, a su ejecución y dirección.
- Estar concentrado en la labor a desarrollar.
- Trabajar con las manos limpias.

Empezó por el final y se lavó las manos con mucho cuidado. Extendió su primera hoja de papel en blanco y lenta pero metódicamente hizo todos los pasos necesarios hasta que logró su pequeño pájaro de papel. No tenía vida, era gris, feo… monótono. Los pajaritos de papel de su memoria le llenaban de alegría pero este sólo le hacía pensar en todo el tiempo que había perdido haciéndolo.

Molesto por este fracaso, realizó otro pajarito de papel. Si lo hacía con más entusiasmo sería mejor. Otro fracaso. Y otro… y otro más y otro, y otro y otro... Pronto su cama estaba llena de pajaritos de papel, grises, feos y expectantes, como si de un siniestro ejercito papirofléxico se tratara. Abatido, los lanzó al suelo y se derrumbó sobre su cama intentando dormir las pocas horas que le quedaban antes de tener que volver a su trabajo.

Al día siguiente estaba más cansado aun, al llegar a casa tenía pensado tumbarse y dormir todo lo que le faltaba, al no haber descansado lo suficiente, no había podido concentrarse en el trabajo y había tenido que saltarse la comida para recuperar el ritmo. Pero los pajaritos de papel estaban allí, esperando detrás de la puerta. Arrugados y retorcidos pajaritos realizados según los metódicos pasos de su manual.

Sin poder dejar de fijarse en los pequeños monstruos se recostó en su cama, pero no podía conciliar el sueño. Sus imperfectas creaciones no se lo permitían. Con esfuerzo, se volvió a levantar y se sentó otra vez en su cama preparado para hacer otro intento. Hizo cinco, diez, quince pajaritas y no logró más que quedarse sin papel. Sus pájaros eran secos, monótonos y de alguna manera, que sólo él sospechaba, resentidos por no tener espíritu, por ser grises y apagados. Destrozado por el cansancio, cayó dormido entre una horda de pájaros de papel que nunca volarían.

Al día siguiente se despertó tarde y no llegó a tiempo al trabajo. Para compensar, tuvo que realizar tareas que no le correspondían, y ya había caído la noche cuando logró regresar a casa. Los pájaros estaba ahí, inmóviles, acechándole desde todos los rincones de su habitación. El cansancio acumulado de todo el día le golpeaba como un martillo, pero estaba decidido a terminar de una vez por todas un único pajarito de papel que le satisficiera.

Se sentó en su cama y se dispuso a empezar, pero no le quedaba más papel. Desesperó durante un momento y buscó por toda su casa hasta que descubrió su manual. Arrancó hoja tras hoja mientras hacía los pliegues necesarios, y para cuando terminó con él, descubrió que sus pajaritas eran sutilmente diferentes a las anteriores. Tal vez, al destruir el libro, había logrado escapar de la monotonía.

Pasó la noche en vela realizando todo tipo de pliegues con todos los libros, manuales o trozos de papel que encontraba, saltándose pasos y usando hojas irregulares. Poco a poco sus pajaritos cobraron color. Satisfecho, y con el sol entrando por la ventana se derrumbo en su cama arropado por sus creaciones de papel.

Durante el día el teléfono no dejó de sonar. Pero su cansancio era tal y su sueño tan profundo que no lograron despertarle. Por la noche, cuando logró abrir de nuevo sus ojos, encontró que alguien había deslizado por debajo de su puerta una carta, con el sello de su empresa. No se molestó en abrirlo.

Feliz y rodeado por una pequeña multitud de pajaritas sonrientes entendió cual había sido su gran error. Había seguido las instrucciones de un libro gris queriendo hacer pajaritas de colores. Le quedaba un último paso, abrió la única ventana que tenía en su cuarto y liberó sus aves de papel iluminando durante un momento la oscura noche de de la gris ciudad, llenándola de color.

Sunday, October 29, 2006

Varianza

Para cambiar un poco el estilo de mi blog y usar el espacio web que me regala mi proveedor [que ya era hora] he colgado una pequeña pieza de flash que hice el jueves pasado.

Pues eso, que lo disfruteis xDD

http://personales.ya.com/zafyro/minicorto.htm

Sunday, October 15, 2006

Volver

Un micro relato de doscientas palabras. Hace poco presenté el primer relato minusculo que hice ["Desaparecer" http://zafyro.blogspot.com/2006_03_01_zafyro_archive.html] a un concurso de relatos de no más de 200 palabras.
Si teneis algo que presentar no dudeis en hacerme la competencia. ;)
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Volver

Como todos los días, entro en mi casa y mecánicamente realizo mis pequeños rituales. Las llaves en el cajón de la alacena de madera, el abrigo lo cuelgo solitario en el perchero, me quito los zapatos y acaricio la cabeza de mi gato que ya está frotándose en mis piernas.

Está lloviendo. Lluvia fría y gruesa de tormenta de verano que empapa el ambiente e impregna el aire de olores frescos. Enciendo las luces del pasillo y pongo un poco de música, algo clásico para relajarme mientras preparo la cena. La sexta de Beethoven.

Me siento en mi sofá favorito y dejo que mi cabeza vuele un poco con la música. Suena el timbre del horno y me preparo para cenar. Pollo con pimientos, cebolla y puerro, regado con un Protos joven y muy sabroso.

Sentado a la mesa, termino mi cena. Ha sobrado la mitad de la bandeja y más de media botella de vino. Me quedo en la silla quieto mirando la pared de mi salón. Unas marcas rectangulares delatan la ausencia de algunas fotografías que antes decoraron ese muro. El maullido de mi gato me despierta y empiezo a recoger los restos.

Sigue lloviendo. Ella ya no está.

Wednesday, October 04, 2006

El anticuario

Este cuento es un sincero homenaje a uno de mis autores favoritos Roald Dahl. Además es el relato que he presentado a concurso en el pixel de oro, prestigioso galardón que en caso de ganar irá a mis vitrinas virtuales. Para aquellos que quieran presentarse al afamado concurso os dejo aquí un enlace.
La foto claro esta, es de marcoticos.
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El anticuario.







La tienda de antigüedades de David Francesco, La Caja de Sorpresas, era conocida en toda la capital por la excelencia de sus materiales. La tienda, de pequeñas dimensiones, estaba siempre abarrotada de increíbles piezas de mobiliario. El aún joven Don Francesco se había labrado una impresionante reputación al ser capaz de encontrar, en su muy breve vida de anticuario, autenticas piezas de arte sin que nadie supiera de dónde o cómo las conseguía.

D. Francesco había citado hace una semana en reunión privada a tres de sus más cercanos amigos. Cuando al caer la tarde tres figuras se acercaron a la tienda, Marcos, el Asistente de D. David, abrió la puerta para que pasaran. Una vez entraron, cerró la candada a medias para dar a entender que la tienda ya no estaba abierta al público.

-Antonio, Ana y Paloma. Llegáis puntuales como nunca. Pasad y acomodaros, Tengo que contaros algo que os sorprenderá.

David les recibió sentado en una magnífica silla estilo Chippendale inclinada sobre solo dos de sus patas mientras apoyaba las piernas cruzadas encima su escritorio.

- Como te gusta el misterio David. -Ana esbozaba una amplia sonrisa, sabía de buena tinta que uno de los motivos por los cuales David la había invitado era para cortejarla.

-Dios mío, no me digas que la silla es auténtica. ¿No es auténtica verdad cariño? Antonio era un apasionado de las antigüedades. A duras penas podía soportar como era maltratado uno de los muebles de su ebanista favorito.

-Lo hace sólo para molestarte Antonio, no le sigas el juego. Él tampoco se arriesgaría a estropear la silla si lo fuera.

-Claro que no es auténtica. –David se levanto de la silla y les indicó que se acercaran a él con un gesto conspiratorio. Una vez cerca les dijo susurrando. -Tenéis que permitirme que os diga que hoy estáis particularmente arrebatadores, ¿Cómo lo hacéis para conservaros tan bien?

-Eres un terrible adulador, no estamos ni la mitad de elegantes que tú, parece que por ti no pasan los años en absoluto bribón. -Ana se había sonrojado casi inmediatamente.

-Deja ya los susurros, nos tienes en ascuas, hace una semana que esperamos para que nos cuentes de qué trata todo este misterio. ¿Por qué es tan importante que vengamos hoy aquí? Podrías haber quedado con mi hermana a solas y ya está. -Paloma no pudo reprimir una mueca de sorna, aunque era un secreto a voces lo de su David con su hermana, sabía muy bien que a él le molestaba que se comentara en voz alta.

-No seas mala cariño, déja que se explique…

-Si Paloma, déjame hablar y veras como no te decepciono. ¿Alguna vez no he cumplido con vuestras expectativas? -Los orgullosos ojos de David se movían de un lado a otro un poco inquietos. -Os he traído aquí para contaros una historia y haceros una proposición, pero antes… -David hizo sonar la campanilla que tenía siempre sobre su escritorio y su asistente apareció casi al instante portando una bandeja plateada, cuatro copas de finísimo cristal y una exótica botella de vino tinto.

-Puedes marcharte por ahora Marcos. Recuerda que mañana a primera hora alguien dejará un paquete de gran importancia. Deberás colocarlo antes de levantar las rejas junto a los maniquíes del escaparate. Traerán también unos vestidos de época para que prepares la escena habitual.

Tras efectuar una cortés reverencia y sin decir una palabra Marcos se alejó del grupo y salió discretamente de la tienda.

-Tu asistente es una joya, está siempre en su sitio.

-No creas Ana, he tenido que adoctrinarle con severidad. Lo más difícil fue hacer que tuviera un poco de educación al hablar con los clientes.

-Un gran trabajo entonces, es difícil que la gente comprenda su posición social. ¿Se ha perdido un poco el respeto a las clases verdad?

-Permíteme que te interrumpa cariño, veo que la botella ya está abierta y creo que deberíamos saborear el vino mientras escuchamos la historia que David quiere contarnos. -Antonio tenía entre sus manos la botella de vino y la estaba examinando con delicadeza y muchísima atención. El vino era su otra pasión, un detalle que colocaba a Paloma en una alejada tercera posición en sus intereses.

-Siempre pensando en lo mismo mi amor.

-El vino debe esperar, no es un vino cualquiera. Creo que preferiréis escuchar mi historia antes de decidir si queréis beberlo o no. -David extendió su mano señalando tres sillas colocadas delante de su escritorio, se sentó y les miró de una manera tal, que dejaba pie a poca réplica.

Los tres invitados se sentaron y, por primera vez en la noche, esperaron atentos para saber qué es lo que David les tenía que contar.

- Hace apenas una semana, justo antes de que os llamara, hice una visita a uno de los lugares donde suelo ir para encontrar mis pequeñas joyas…

-¿Nos vas a explicar entonces tu secreto? ¿Es por eso que nos has llamado? -Antonio apenas podía ocultar su ansiedad.

-Si tenéis paciencia acabaré por contarlo, sí. Si me interrumpes así otra vez creo que no lo haré. Antonio se calló inmediatamente e hizo un apresurado gesto de disculpa para que David continuara.

-…Hace una semana, como os decía, en uno de estos lugares, encontré una pieza increíble, una Cómoda Regènce de una gran calidad, aunque un poco maltratada por el tiempo. -David hizo una pequeña pausa para ver como Antonio se retorcía en la silla de expectación, sabía que no hace demasiado tiempo se había subastado una pieza similar por más de veinticinco mil euros. -Esta tienda, es un pequeño bazar árabe dentro de uno de los barrios más marginales de la ciudad. Los inmigrantes llegan a nuestra ciudad desde donde sea que vienen con todos sus enseres, y cuando descubren que éste no es el paraíso prometido, van vendiendo sus viejos muebles de madera al peso a tenderos que, en la mayoría de los casos, no saben lo que compran. El dueño de la tienda, un marroquí con el que he hecho negocios otras veces, me llevó directo a la pieza y estuvimos regateando. Acordamos que le pagaría mil quinientos euros. -Otra pausa de efecto para ver como su compañero tragaba saliva al escuchar la cifra. -Aún así, pensé que mil quinientos era demasiado caro para pagárselo a un moro. Si aceptaba darle tanto dinero no podría hacer este tipo de negocios otras veces en mejores condiciones, así que decidí tirar un poco más de la cuerda y le ofrecí sólo la mitad, setecientos cincuenta euros. “No es posible, no es posible, demasiado barato”, me decía el infeliz. Estuvimos discutiendo un rato más y el morito acabó por amenazarme. Me dijo que sabía que yo vendía estos mismos muebles a un precio mucho más caro, que se lo contaría a todos sus compañeros y nunca volvería a hacer negocio allí.

-Estos moros, no se puede confiar en ellos. -Paula estaba indignada. Ana por su parte estaba algo confundida, para ella pagar setecientos cincuenta euros por una cómoda ya era muy caro.

-Eso pensé yo, así que le dije que si no quería problemas con la policía, más le valía tener la boca cerrada. Sabéis que soy una persona razonable, pero cuando me encuentro con gentuza tan descarada e insolente no puedo reprimirme. Le amenacé tanto con mis influencias, que definitivamente se acobardó y aceptó lo que le ofrecía. Es más, tanto me ofendí por la actitud del tipejo que me dirigí a la salida prometiéndole que me pensaría lo de la denuncia.

-¡Bien hecho!, ése se llevó lo que se merecía por insolente. ¿Le has denunciado ya?

-No Ana, no. Pretendía hacerlo, pero cuando estaba llegando a la puerta el pobre morito me ofreció un regalo a cambio de mi indulgencia. Una botella de vino, esta botella de vino. Me dijo que podía quedármela y sólo me pedía que si me gustaba no le denunciara. Tendríais que haberle visto, todo humillación, no se atrevió a mirarme a los ojos mientras andaba inclinado hacia mí y mantenía la botella por encima de su cabeza.

-¿Tan especial es el vino? Antonio tenía ahora un brillo expectante en los ojos y miraba alternativamente a la botella y a su amigo David.

-Mucho más de lo que pensáis. Para lo que viene a continuación, necesito vuestra completa atención. Recordad que no es un engaño y que os lo podré demostrar. Debéis tener fe en mí, he engañado a mucha gente, pero nunca a vosotros.

-Continúa, prestaremos atención a lo que nos digas. Paula afirmó esto con seguridad y los otros dos asintieron con la cabeza.

-Esa misma noche, en mi casa, me preparé para descorchar la botella. Como véis la etiqueta está escrita en árabe así que, para tener referencias sobre la misma, no me quedaba otra solución que probarla. Cuando el tapón salió del cuello de la botella, un olor dulzón invadió la habitación y tuve la sensación de que alguien bajaba la intensidad de las luces. Una voz profunda me habló directamente desde la botella y aunque mis oídos no entendían el lenguaje, comprendía cada palabra que era pronunciada. Esa voz se anunció como Emir Kâbus el Ifrit, creo que es un nombre en turco, aunque no sé bien qué significa. Me dijo que llevaba prisionero en esa botella durante más de un milenio y que recompensaría a aquellos que le liberaran cumpliendo uno de sus deseos.

Los tres amigos contemplaban a David lívidos, A él nunca le habían gustado las historias fantásticas y no era dado a mentir excepto cuando se trataba de negocios. Entendiendo que era el momento de hacer una demostración, David alargó la mano hacia la botella y retiró el corcho con el mayor de los cuidados. La sala quedó inmediatamente en penumbras y un olor azucarado e intenso invadió la habitación.

-Tuve una conversación con la criatura, y negocie cuál sería mi deseo y las condiciones en las que me sería otorgado. El deseo sería concedido a aquellos que bebieran de la botella conmigo y la criatura quedaría liberada en ese mismo momento.

-¿Y qué es lo que has pedido para aquéllos que consuman el vino? -Ana realizó la pregunta, pero se la quitó de los labios a sus dos compañeros. En su cabeza no cabían ya dudas sobre la veracidad de lo que David les estaba contando.

-Juventud y vida eterna para aquellos que le liberen de la maldición. Estaremos por encima de todos. Antonio y Paloma disfrutarán de una vida inmortal. Tú y yo Ana...
- David saco una pequeña cajita y la abrió mostrando un anillo dorado en cuyo centro había un enorme diamante tallado en forma de corazón. -Estaremos juntos para siempre.

Ana acercó la mano lentamente mientras miraba a su hermana sorprendida y emocionada. David le deslizó suavemente el anillo por su dedo.

-¿Qué decís, querréis viajar conmigo a través de los siglos?

Como si fueran una sola persona, los cuatro levantaron las copas y David las llenó con el líquido espeso y rojo que había en la botella.

-Juntos, en la eternidad y la juventud. Juntos para siempre. -El cristal chocó completando el brindis, y los cuatro vaciaron sus copas al unísono.

Al día siguiente, Marcos entró en la tienda dispuesto a trabajar, como todas las mañanas, bajo el tiránico yugo de su jefe. Si no fuera por que pagaba moderadamente bien, hace tiempo que le hubiera dejado.

En mitad de la tienda, encontró lo que supuso que era el paquete al que Don Francesco se había referido la noche anterior. No entendía mucho de este negocio pero, ¿para qué quería el ilustre anticuario cuatro maniquíes más?

Friday, September 29, 2006

El examen

Este relato tiene una anécdota, mientras lo escribía sufrí unas consecuencias parecidas a las que narro, podría decirse que hasta el momento nunca había tenido problemas de ese tipo ;)
La foto es de Silhouette.

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El examen

Hoy es el gran Examen. Hoy se decide si mi grupo suspende o aprueba. Hoy, es el gran Examen.

Mis compañeros y yo estamos todos muy nerviosos. Los ocho. En realidad parece algo fácil, es un tipo test en el cual solo hay que responder afirmativo o negativo a una sola pregunta. Hemos estudiado mucho todos los posibles errores y, si los nervios no nos traicionan, creo que aprobaremos.

Nosotros formamos parte de septuagésimo primer octeto del cuarto Millar, dentro de los Iniciadores. Nuestra misión es la más importante de todas. Nosotros debemos comenzar cualquier tipo de operación, táctica o estratégica antes de que las demás unidades puedan siquiera entrar en escena.

Nuestro Millar se encuentra ahora mismo viajando a gran velocidad hacia el lugar de examen. Cada uno de nosotros ha sido duramente entrenado para dar la respuesta correcta en el momento preciso, he aquí la dificultad. Solo responder sería muy fácil, pero a nosotros nos exigen un orden exacto que no conocemos hasta que nos presentan las preguntas.

Veo a mis compañeros más nerviosos que nunca. Nunca hemos hecho esto antes. Es más, nadie ha hecho esto nunca, los procedimientos por los cuales vamos a ser cuestionados son completamente novedosos. Esto ha causado muchas reticencias entre mis compañeros, nadie quiere fallar por culpa de que las simulaciones no se ajusten a la realidad una vez iniciado el examen.

Nuestro futuro no es incierto, todos los que viajamos en este transporte sabemos que esta será nuestra primera y última misión, no importa que tengamos éxito o no, cuando el último de nosotros entregue su información perderemos todo sentido de existencia y procederemos a ser eliminados. Es un poco cruel, pero todos lo consideramos un trato justo, para esto hemos nacido y esto es lo que debemos hacer.

A lo lejos se empieza a ver el centro de exámenes. Es un edificio tétrico, de color negro azabache, rodeado de alargados contrafuertes metálicos como si fueran las patas de una enorme araña. Al fijarnos en él, puedo percibir como a través de la compañía se extiende un sentimiento de incomodidad, parece que nadie encuentra ahora una postura cómoda para sentarse. Creo que no soy el único que quiere acabar con esto cuanto antes.

Mientras nuestros vehículos avanzan hacia las enormes puertas del edificio no puedo evitar, aunque nos han aconsejado enérgicamente en contra de ello, repasar en mi cabeza una y otra vez la respuesta que debo dar. Debo decir no, no debo decir sí. No sí, sí no. Si digo sí, no habré logrado pasar la prueba, si digo no, sí habré pasado. Si sí, no, si no, sí. Sí no es correcto, es no… y así durante un largo rato, cada vez que me asevero de nuevo que si, sí o que si no, no, estoy más confuso y cuando me quiero dar cuenta, estoy de pie, entre cientos de miles de mis camaradas mirando fijamente a un punto de luz que nos va iluminando esperando la respuesta.

La luz va alternándose entre mis compañeros. Empiezo a sudar profusamente. No recuerdo si es que sí o no es que no. Súbitamente me encuentro en mitad de un haz de luz tan intensa que quedo cegado y paralizado. Ahora si estoy definitivamente en blanco. Mi cerebro se anula, la adrenalina se dispara. El mundo a mi alrededor empieza ir a cámara lenta. Mis compañeros que perciben mis dudas empiezan a girarse lentamente hacia mi horrorizados, tan malo es equivocarse como no dar la respuesta a tiempo.

Tengo un nudo en la garganta, no se que decir, la cabeza me da vueltas. Bien pensado no debería ser tan difícil, tengo un cincuenta por ciento de posibilidades. ¿Qué digo? ¿Debería decir sí? ¿Debería decir no? Yo siempre he sido un optimista así que.

-“SÍ”


-(“Y ahora, permítanme presentarles a Mr Bill Gates, que procederá a arrancar nuestro último sistema operativo y dirá unas palabras…”)

...[Pantalla azul]

Thursday, September 28, 2006

Degeneración


Este relato lo escribí hace bastate tiempo, pero como siempre no lograba que me cuadrara. Lo publico ahora que he conseguido que tenga cierta coherencia. La foto la tome hace poco, está tratada con photosop de una manera un poco burda, pero al final creo que se consigue el efecto que quiero.
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Degeneración

Hace unos días, me consideraba una persona maldita, condenada. Ahora se que finalmente quedaré libre de mi maldición, junto a todos aquellos que me rodean. Escribo estas palabras para que si algún día alguien las encuentra, comparta conmigo mi carga e intente comprenderme. Se que esto no va ser posible, nadie llegará a ver esto que ahora garabateo. No se exactamente que ocurrirá en un futuro inmediato, pero si se que va a ser algo horrible.

La historia de mi vida está llena de dificultades. Siempre he sido un chico solitario. La gente me consideraba raro, y la verdad lo soy. No soporto a los demás. Los demás están ahí para martirizarme, el resto del mundo es mi particular infierno.

En estos tiempos de guerra global, terroristas a la vuelta de la esquina, países tercermundistas con arsenales nucleares y presidentes de gobierno ultra religiosos, personalidades como la mía no son tan infrecuentes. Sin embargo, los motivos suelen ser otros. Depresiones, pesimismo agudo… La tónica general es una mezcla de desesperación y esperanza. Todo el mundo teme permanentemente que en cualquier momento alguien pueda realizar el gesto que desencadene el principio del fin, pero tiene la esperanza de que la decisión de pulsar ese botón, recaiga sobre una persona responsable y humana. No se si a estas alturas aun quedan personas así.

El motivo de mi fobia a la compañía ajena es, como os he comentado, algo muy especial. Sufro un pequeño defecto en mis ojos. Mi visión no es como la vuestra. Yo veo el futuro. Al menos, es lo que me gusta creer. Mis ojos están malditos por que a través de ellos solo veo como el tiempo pasa rápida e inexorablemente, la gente envejece, pierde su juventud, volviéndose decrepita delante de mi a cada segundo que los observo.

Cuando era pequeño hice muchos experimentos para comprobar exactamente como funcionaba mi “poder”. Si dirijo mi mirada hacia una persona o cosa la veo marchitarse hasta que queda solo un sucio y desagradable esqueleto cubierto de tejido seco, un mal sueño sacado de las perores imágenes de un documental sobre campos de exterminio. Si aparto la mirada y vuelvo a enfocar a dicho objeto, presencio de nuevo el lamentable espectáculo. Creedme si os digo que a pesar que he visto este tipo de escenas desde mi más tierna infancia, nunca he podido acostumbrarme a ellas. De hecho, creo que cada vez lo he tolerado peor. Tal vez de pequeño pensaba que esto era normal, ahora estas visiones me producen continuas nauseas. Es por esto mi desagradable aspecto enfermizo, retener una comida se ha convertido en una prueba que debo superar diariamente.

Nunca conocí a mis padres, fui abandonado en un orfanato cuando aun era un bebe. De allí no guardo buenos recuerdos, como era ruidoso dormía siempre solo, a oscuras, en una habitación cerrada y todo lo que lograba ver me aterraba. Es un milagro no solo que sobreviviera sino el hecho de que me adoptaran.

Mi vida en familia fue dura. Tuve la suerte de inspirar suficiente pena a mis padres adoptivos como para que no se deshicieran de mi a la primera oportunidad. Mis pobres progenitores gastaron tiempo, dinero y salud en intentar adivinar lo que me pasaba sin gran éxito. Salir de mi casa era entrar en el infierno así que, me pasaba los días encerrado en casa viendo películas en una pequeña pantalla en mi cuarto. Las imágenes de mi pequeña pantalla lograban que mi cerebro se abstrajera del hecho de que delante tenía un objeto que podía ser corrupto con el tiempo y veía las formas y colores que emitía el aparato.

No lo he dicho, pero soy un gran cinéfilo. Las imágenes son una de las pocas cosas que resisten mi mirada, y disfruto viendo una y otra vez mis películas favoritas. De alguna manera, cuando era pequeño busqué las respuestas a mi problema en la pequeña pantalla. He querido encontrar a mi Tyler Durden para pelear con él por el control de mi cerebro, he llamado infinidad de veces a Tanque para que me devuelva a mi vida real, o he querido estar en el Gabinete del doctor Caligari para poder ser diagnosticado.

Podéis imaginar que ver películas como “El increíble hombre menguante” o identificarme con proceso que sufre el Dr.James Xavier y sus ojos, enfermos como los míos, me llevó a plantearme todo tipo de hipótesis sobre mi dolencia. Aun así preguntarme el origen de mi enfermedad no tiene sentido, simplemente me ha tocado a mi, no hay una explicación.

Como los protagonistas de estas películas, durante una época pensé que podría curarme o escapar de mi mundo enfermo. Visité psicólogos y diferentes especialistas en enfermedades mentales y oculares, y les conté todo lo que me ocurría. Nadie podía creerme. Nadie quería creerme. Me tacharon de paranoico peligroso pues en un par de ocasiones perdí la paciencia cuando me acosaron negando la durísima realidad a la que me había visto enfrentado toda mi vida. Finalmente, me encerraron en un psiquiátrico. Para mi era un final consecuente. Iba a volverme definitivamente loco. Tenía entonces quince años.

Con el tiempo mis gustos se volvieron cada vez más mórbidos. Por mi cabeza, ideas autodestructivas desfilaban todos los días como si de una marcha militar se tratara. Más de una vez intenté suicidarme sin éxito, los celadores del psiquiátrico abortaron todos mis intentos y finalmente, para poder vigilarme mejor, me ubicaron en la sala de los terminales. Que felicidad.

No os confundáis, para mí, las personas ancianas y las enfermas han merecido siempre mi compasión. Rodeado de ellos es como aprendí por primera vez a disfrutar de la vida. Se puede decir que hice de la sala de enfermos terminales un hogar. Mi verdadero hogar. Por muy siniestro que suene esto, soy una persona amable y no había nada raro en mi felicidad, nunca tuve intención de hacer daño a nadie. El hecho de que me relacionara exclusivamente con los ancianos y los enfermos más decadentes, es simplemente porque en ellos encontraba la estabilidad. Ante mis ojos no envejecían.

Descubrí aquí, en la paz que me proporcionó esta residencia, la verdadera extensión de mi maldición. Mi habilidad percibía también la muerte de los objetos en cuanto a ser un objeto se trataba. La lenta degradación de una piedra a través de los milenios era casi imperceptible frente a la fragilidad de una bombilla. Los objetos inorgánicos no habían mutado aun ante mis ojos por que su deterioro con el paso de veinte o treinta años en la mayoría de los casos no es apreciable y, en comparativa con todo lo que les rodeaba, los cambios que pudieran sufrir eran escasos. Si lograba concentrarme el suficiente tiempo mirando un pedazo de roca, cosa realmente difícil si a su alrededor había algo orgánico, al rato empezaba a ver la erosión que se produciría en ella y si aguantaba el suficiente tiempo la roca acababa por ser polvo.

Un día, por azar descubrí el segundo pilar sobre el que sostendría mi cordura. Una de las enfermeras que nos cuidaba, repentinamente dejó de envejecer. Ante mis ojos permanecía joven. No quise dejar de pensar en una posible recuperación milagrosa de mi horrible degeneración visual, así que me dediqué a seguirla atentamente. Cada día que pasaba, las alteraciones que sufría esta mujer eran cada vez menores. Llegado el momento en el que apenas podía discernir su degeneración, me acerqué para hablar con ella. Quería explicarle lo que me estaba ocurriendo, tal vez ella fuera la puerta que me liberaría de mi maldición, mi salvación. En el momento en el que me aproximé a ella, su cara permaneció perfectamente estable ante mi mirada y fui incapaz de articular una sola palabra me sentía emocionado y feliz. Ella se quedó silenciosa por un momento mirándome fijamente, como esperando algo y después cayó fulminada al suelo. Muerta.

Empezaba a comprender algunas cosas. Mis habilidades cada vez eran más evidentes y mi maldición cada vez más dolorosa. Solo podría sentirme en paz cerca de las personas moribundas. Comprendiendo esto descubrí la manera de asumir mi enfermedad y por lo tanto, la manera de hacerme pasar por persona normal. En realidad he descubierto que la mayoría de la gente hace exactamente esto. La cordura es simplemente asumir nuestros desequilibrios como si fueran naturales. En cuanto tuve 18 años me negué a dar permiso alguno a nadie para encerrarme en ningún sitio donde yo no quisiera estar.

Por suerte, siendo tan joven y teniendo un historial clínico como el mío, quedé marcado como minusválido y recibí una suficiente cuantía económica que aseguraría mi independencia y me libraría, siempre que viviera austeramente de tener que trabajar.

Sin ningún ánimo de desaparecer de este mundo sin haber explotado hasta el máximo lo que para mi tenia que ofrecerme, establecí una serie de rutinas, inspirado por una de las fantásticas películas que admiraba. Diariamente navegaba por internet en busca de grupos de apoyo para personas terminales en los cuales podría descansar mis ojos y experimentar la visión que me había sido negada. Finalmente, logré confeccionarme un calendario suficientemente surtido como para poder definitivamente vivir rodeado de un mar de tranquilidad en forma de dolor ajeno.

Estos hábitos, me servirían para conocer a la única persona que he llegado a considerar como mi amigo y que por su influencia, y en gran parte mi ingenuidad, mas tarde me llevaría hasta el punto donde me encuentro ahora, Mort.

Mort era un compendio del sentimiento depresivo y oscuro, nunca le vi vestir de otra manera que no fuera de estricto negro ni de atuendo ni de ánimo. Siempre muy elegante, pero monocolor hasta en la última de sus emociones. No quedé muy sorprendido al coincidir con él en numerosos grupos de autoayuda, asumí que él era un depresivo crónico como tantos otros. En realidad, sus motivos para estar entre esta gente eran mucho más egoístas que los míos. Yo acudía a estos lugares para reconfortarme y obtener unos pequeños momentos de paz. Mort al igual que el Barón Vladimir Harkonen, gozaba con el dolor ajeno.

No pasó demasiado tiempo hasta que él reparo en mi presencia. Muy probablemente fuera una mota de polvo en su patina de sufrimiento ajeno, y no tardó mucho más hasta que se decidió a hablar conmigo. Una cosa llevó a la otra y acabé por contarle la historia de mi vida de la misma manera en la que la escribo ahora aquí. Tal vez más detallada. Quedó tan sorprendido, que no se atrevió a dudar de mis palabras ni por un momento. Durante meses estuvo preguntándome detalles sobre el proceso que veía a través de mis ojos, pidiéndome que le describiera como le veía a él físicamente. De una manera u otra me encontré por primera vez pudiendo hablar del tema sinceramente, y tuvimos largas conversaciones que siempre acababan divagando hacia el mismo tema, la muerte. Bajo su opinión, yo era la única persona que podía verle como el se sentía realmente. Un cascarón de huesos y piel seca sin ningún tipo de sentimientos en el interior.

Mort resultó ser un visionario. Hablaba constantemente de mis ojos como si fueran una bendición, no paraba de pensar diferentes maneras en las cuales esta maldición resultaría una gran ventaja. Al menos para él. Siendo la única persona cabal con la que he podido hablar, el resto solían estar tan decrépitos que no podían darme más que la paz de su próximo final, escuchaba con paciencia todas sus ideas y al final, lo más amablemente posible, las desechaba. Pero esto nunca le desilusionó, y cada vez era más insistente en sus locas proposiciones.

Finalmente un día se presentó en una de nuestras reuniones y me pidió que saliera con él a la calle un momento. Me acuerdo que llovía como nunca y fuera, esperándome protegido por un exiguo paraguas estaba un oscuro personaje que vestía un sencillo traje y me inspeccionaba de arriba abajo inquisitorialmente. Bajo mi mirada la siniestra apariencia que tenía el pequeño hombrecito se volvía más deprimente aún. Presencié una conversación entre ellos de lo más extraña e incomprensible, y finalmente estuvieron de acuerdo en llevarme ante un tercer hombre. De camino Mort me dijo que le siguiera la corriente, y eso hice.

Me llevaron a casa de un anciano, una persona de aspecto muy sano por cierto. No debía tener más de 60 años, pero a mis ojos permanecía agradablemente estable. Mort no paró de hacer preguntas sin sentido al anciano y tomar anotaciones de lo que decía. Finalmente me preguntó si yo me había fijado en el anciano y le conté el maravilloso aspecto que a mis ojos tenía. Antes de irnos Mort y el misterioso hombrecillo del paraguas tuvieron otra conversación. No me fije mucho en lo que decían porque estaba embelesado contemplando al hombre. Debía quedarle muy poco para morir. Eran raras las ocasiones en las que encontraba alguien tan joven y a las puertas de la muerte que no quise desperdiciar ni un segundo de mi atención en lo que fuera que discutían.

Mas tarde, me enteré de que acababa de formar parte de sociedad Prediciones Mortuorias. Lo que ocurrió esa tarde, fue el principio de un negocio que al final me ha llevado a la perdición, aunque no me importa. Junto a mi amigo visité a cientos de personas que estaban a punto de firmar un seguro de vida de los caros. A algunos de ellos les dimos el visto bueno, y a la mayoría de los casos les denegamos la posibilidad de asegurarse un buen funeral.

Mi vida estaba asegurada en lo económico y gracias a Mort había descubierto, que tal vez por haber presenciado su continua descomposición día tras día era capaz de permitirme mirarle a sus ojos hasta encontrar que lo que me devolvía la mirada era una cuenca vacía y negra sin que esto me importunara lo más mínimo. Tal vez esto fuera por que esta era la manera en la que Mort hubiera querido ser recordado. Tal vez esta fue la etapa más satisfactoria de mi vida, sentirme por primera vez útil para algo, aunque fuera algo tan ruin como lo que hacía.

Fue mi optimismo lo que me volvió a hundir, debería haber sabido que mi vida estaba maldita y que no existía ninguna escapatoria real. En uno de mis escasos paseos andando por una angosta calle pude observar una escena que aun ahora recuerdo vividamente. Un balón pasa rebotando a mi lado, el chillido alegre de una niña que sale a perseguirlo y cruza la calle, la imagen perfecta e inmutable de la niña y el terrible rugir de un motor de un coche que ciego corre hacia su destino. Inocente de mí, pensé que si era capaz de evitar el accidente, mi poder sería un don en vez de una maldición. Pensé que podría engañar al destino, pensé que mi vida podría ser útil. Estaba equivocado.

Me lance hacia la niña y la aparté de la trayectoria del vehículo, pero mis actos solo sirvieron para guiarla hacia el oscuro destino al que estaba predestinada desde el momento en el que la observé inmutable en el tiempo. Una verja de obra cedió ante el peso de la niña y la dejó caer hacia el abismo del alcantarillado de la ciudad. Murió por la caída. Anecdóticamente, fue el conductor del coche quien salió inmediatamente de su vehiculo y me redujo en el suelo. Una muchedumbre inmensa estuvo a punto de lincharme, y lo debieron haberlo logrado, pero ese no era mi final. Fui rescatado por la policía local, encerrado, juzgado y vuelto a encerrar, esta vez de por vida.

Mort acudió a visitarme al segundo día de estar en prisión y quiso despedirse, iba a hacer un largo viaje. Hablamos por última vez y nunca más volví a verle en persona. La última noticia que tuve de él fue en forma de paquete. Dentro de un sencillo envoltorio de papel marrón había una postal y una pequeña urna. Mort había pagado a una funeraria para que enviara a una lista de direcciones una fotografía de su cadáver y una muestra de sus cenizas.

El tiempo ha pasado desde entonces ya hace más de diez años que estoy en esta prisión. Hasta ahora no había sentido la necesidad de escribir mi historia, tal vez lo hago ahora para intentar comprender, el motivo de mi existencia. Me disculpo por haber hecho un resumen tan breve, pero la certeza de que nadie leerá este manuscrito y la urgencia del momento me apremian para que lo acabe ahora. Tal vez la única bendición que me ha sido otorgada es la certeza de saber lo que va a ocurrir ahora. La ausencia de incertidumbre sobre mi final.

Hace más de dos horas que a mis ojos todo el mundo aparece saludable y joven, y a mi alrededor no hay murallas ni recinto alguno, solo las ruinas en las que en breve este lugar se convertirá. Me voy a permitir acostarme un rato, intuyo que el dolor será algo muy pasajero y después, al fin, descansar.

Monday, September 18, 2006

Otro relato Onírico

Como uno de mis lectores se ha quejado de las muy breves introducciones que hago antes de los relatos, procuraré ser más breve a partir de ahora. :) El otro lector aun no ha dicho nada a ese respecto :P

Por cierto la tercera parte de "Una vida a ciegas" se va a retrasar mucho.

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La vida es un sueño.



Diario Medico Lunes 12 de febrero, 09:00.
Doc. Carlos Holgado Martínez

La vida es un sueño, particularmente el de Don Matías Gómez Elihondo. Don Matías afirma ser el único creador de este universo y basa en su existencia personal la permanencia del mismo. Sus conclusiones son aplastantes, en el caso de no existir yo, no existirá el mundo. Según el paciente, actualmente está en un profundo sueño. En el momento en que durante el sueño quede dormido, el resto del universo desaparecerá junto a él, con consecuencias terribles para todos nosotros.

Bajo mi punto de vista, el paciente parece haber leído demasiados libros de filosofía. La realidad es que Don Matías padece uno de los casos de insomnio más graves que he contemplado jamás. A petición mía, lleva más de dos semanas en observación permanente. Ha quedado certificado que durante todo este tiempo no ha cerrado los ojos ni entrado en ningún tipo de rutina de sueño.

Cierro el diario por ahora y me dispongo a visitar a Don Matías, o como la mayoría de los internos le llaman, El Buho. El paciente se ha ganado este apodo por su auto impuesta incapacidad para cerrar los ojos. No se atreve incluso a pestañear por miedo a que perder de vista el mundo sea suficiente para hacerlo desaparecer. Sus métodos para no quedar dormido, la mayoría de ellos ruidosos y algunos incluso auto lesivos, han hecho que mantenerle haya sido un quebradero de cabeza durante los más de cinco años que lleva con nosotros.

El paciente no tiene familia reconocida. Nadie se ha querido hacer cargo de él durante este tiempo menos, por lo que parece, la cúpula directiva de esta institución. Hay órdenes estrictas, de no desalojarle, no darle ninguna medicación que el paciente no acepte e incluso aceptar las modificaciones que desee para su habitación.

Esto y otros pequeños detalles del día a día, han llevado al paciente a una situación de supremacía sobre el personal médico de esta institución que no estoy dispuesto a tolerar por más tiempo. Las humillaciones que he sufrido a sus manos son ya demasiadas. Puede que pierda mi empleo, pero esto se va a acabar.

Me paro por unos instantes delante de su puerta, respiro hondo y finalmente acciono el picaporte para entrar en la habitación.

- “Buenos días Don Matías. ¿Qué tal se encuentra esta mañana?” Procuro esbozar una sonrisa tan amable como me es posible.

Don Matías se gira hacia mí lentamente y espera un momento antes de responderme, como si iniciar la conversación le costara trabajo.

- “Cansado, me encuentro cansado. Hay días que pienso que tal vez dormir sería una opción.”

Su lenguaje es pausado, se detiene de vez en cuando como si pensara en la siguiente palabra que quiere decir. Sus palabras me han sorprendido, es cierto que se le ve agotado, pero hasta ahora su voluntad había sido férrea en lo que a dormir respecta.

- “Me parece bien su actitud. Querer, es el primer paso para poder.” Corro un poco las cortinas que están abiertas de par en par, y me siento delante de él.

En su habitación no hay camas, pero hay gran cantidad de muebles y otro tipo de instrumentos que impiden que Don Matías caiga dormido. Las sillas son incomodas y la mesa está a una altura inadecuada, se puede decir que no hay en la habitación un solo rincón donde fuera cómodo tumbarse para dormir.

-“No diga usted tonterías Don Carlos, ya sabe lo que pasaría si acudo a mi cita con Morfeo. El fin para usted y todo el mundo que conoce. Créame, si por mí fuera dormiría en este momento, pero he conocido en este sueño personas por las cuales merece la pena permanecer despierto. Es decir, dormido. Al menos quiero darles a ellos la oportunidad de vivir plenamente, como si fueran reales.”

-“Ya me ha contado esto Don Matías. Cualquiera diría que es usted el abuelo cebolleta con sus batallitas. Mire, he venido porque acabo de revisar su última analítica y desde la directiva me han pedido que le recomiende que añada un complejo vitamínico a su dieta. Precisamente venía con la intención de, si acepta, administrárselo por primera vez con el desayuno que a buen seguro le traerán en breve”.

Como si de las palabras de un profeta se tratara, María, una de las auxiliares del turno de mañana, entra empujando un carrito sobre el que está el desayuno de Don Matías. Una jarra de café negro como el carbón y una tostada. Nada de leche, nada de zumo, nada de azúcar. Los ojos de Don Matías miran su desayuno sin encontrar las vitaminas que le estoy ofreciendo.

-“Si me permite, voy a desayunar Don Carlos.” El anciano extiende la mano y yo deposito las píldoras en ella.

Las examina cuidadosamente. A estas alturas ya me creo que conozca todos los medicamentos que recetamos, pero este no. He dedicado la noche de ayer a vaciar con extremo cuidado unas grajeas de vitaminas para sustituir su contenido por el somnífero más potente que he podido conseguir. He calculado la dosis como para que se duerma inmediata y profundamente. Se que será un poco brusco cuando las tome, pero cuando se despierte, seguro que me lo agradecerá.

-“Si no le importa Don Matías, estaba redactando mi informe matutino cuando vine a verle y me gustaría terminarlo antes de volver a la habitación de control. ¿Sería posible acompañarle en el desayuno mientras termino de redactar esto?”

-“No hay problema. Un poco de compañía siempre es grata. Tenga usted a bien servirse una taza de café.”

Me sirvo el café y espero. No es mi intención probar el amargo bebedizo que me ofrece, se por experiencia que aparte de ir inmediatamente al baño, no podría pegar ojo en dos días.
Don Matías se toma las pastillas con un sorbo prolongado de café y se sirve rápidamente otra taza. Continuo el diario con datos triviales mientras de reojo observo a mi insomne paciente. No quiero perder detalle, pero tampoco quiero que le ocurra nada grave. Mentalmente voy redactando lo que podría ser mi informe de esta visita si en algún momento quisiera contar lo que he hecho.

Don Matías acaba de tomar hoy junto a su desayuno a las 09:35, sin él saberlo, un potente somnífero que le inducirá un profundo sueño en breves instantes. Sus ojos empiezan a parpadear con lentitud. Me mira con incredulidad como sospechando lo que acaba de ocurrir. La taza de café se le cae de la mano mientras hace lo posible por permanecer erguido. Su cabeza empieza a descender poco a poco hacia la mesa. Finalmente ha caído pero puedo escuchar una respiración desacompasada, aun pelea contra el sueño. Voy a dejar el cuaderno para controlarle el pulso y asegurarme de que está dor...

Sunday, September 10, 2006

Un sueño de otoño

Este relato nació solo. Imagenes en mi mente que fueron formando una historia. Empecé a escribirlo después de leer una entrevista a David Lynch muy interesante (salió en el pais hace poco pero no encuentro el enlace).

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Un sueño de Otoño.

Andar por las calles de Madrid una tarde de verano mientras disfrutas de un helado de pistacho y plátano en mitad de tus vacaciones. No hay nadie en las calles, la ciudad es tuya, no se escuchan ruidos y la temperatura es soportable. ¿Qué más se puede pedir?

-“(…tranquilidad, sosiego…)”

Cruzo la Castellana como si no existieran semáforos y me paro a mirar el cielo limpio y despejado que está sobre mi cabeza. Ver así el cielo en mitad de un silencio tan grande en la ciudad en la que he crecido es casi como un sueño.

-“(…no podría haberlo visto de ninguna manera…)”

No sé si es el efecto del viento suave que me refresca o el hecho de mirar al cielo, pero noto como si aquí sobre el asfalto una suave música me meciera. Tarareo la melodía y me transporta a mi infancia. Casi siento como si pudiera volar.

-“(…noto su respiración, es continua…)”

Cuando era pequeño andaba por estas calles con miedo a que me pasara cualquier cosa, o iba demasiado deprisa como para fijarme en lo que me rodeaba. No apreciaba el lugar donde vivía. Cuántas veces me he repetido esto mismo cuando estoy de viaje en una ciudad ajena. A veces me noto ridículo descubriendo detalles que desconocía hasta el momento.

-“(… he descubierto algo diferente, espera. No encaja…)”

Camino por la mitad de la calle, no hay nadie a mi derecha ni a mi izquierda. Ningún coche viene hacia mí. Estoy solo, la ciudad es mía y puedo hacer lo que quiera. Los árboles han dado sus frutos rojos, jugosos y apetecibles, como las grosellas que cultivaba mi madre en el pueblo.

-“(…necesito unas tijeras, algo para depositarlo después…)”

No sé qué tipo de árboles son estos. Una brisa se levanta con fuerza y pronto me veo rodeado por cientos de hojas de color rojizo, pálidas algunas, oscuras otras. Levanto los brazos y dejo que me susurren al oído su melodía de otoño. Vuelvo a levantar la mirada y veo que el cielo se esta cubriendo lentamente de unas apacibles nubes de color rosado y gris. El sol se está poniendo.

-“(…no parece que quiera volver, se hunde sin intentar volver…)”

Vuelvo a la acera y me siento en uno de los bancos del paseo. Quiero contemplar estos momentos de belleza y guardarlos en mi memoria para siempre. Las grosellas, las puestas de sol, las vacaciones en el pueblo con mi familia. Tengo tantos buenos recuerdos. Mientras el sol se pone voy cerrando los ojos adormilado por el tibio ambiente que me rodea. No estoy cansado, pero me apetece relajarme un rato.

-“(…un último intento, uno, dos, tres…)”

Un centelleante relámpago cruza el cielo, un trueno retumba al instante como respuesta. Abro de nuevo los ojos. Unas pequeñas gotas de agua caen ahora iluminando mi tarde perfecta con infinitos arco iris. El agua está templada y su contacto con mi piel me adormece. Otro relámpago, pero no hay trueno. La tormenta se aleja dejando destellos eléctricos a su paso e iluminando un cielo perfecto, casi imposible.

-“(… esto se ha acabado, avisen a la familia…)”

Wednesday, September 06, 2006

Una de restaurantes

Este cuento se me ocurrió ayer mismo y no pude resistir la tentación de escribirlo antes de seguir con el anterior. En parte me viene por haber leido el fin de semana pasado una colección de cuentos que leía cuando era pequeño, "Cuentos populares rusos". En estos cuentos, este tipo de eventos generalmente se repetían. Si alguien tiene la oportunidad de echarle el guante a uno de estos volumenes [editados por alfaguara, recopilaciones de cuentos de A. Afanasiev.]
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Una vez cada cien años.
Como hoy es un gran día, me pido un gazpacho de primero y un chuletón de segundo. El gazpacho esta rico y fresco. No me atrevo generalmente a pedir gazpacho en los restaurantes, pero hoy tenía una corazonada.

Para el segundo plato me hacen esperar un poco, pero como estoy de buen humor no digo nada. Saco mi periódico y hojeo las noticias, hay por lo que parece amenazas de atentados ocupando media página, líos sobre políticos especuladores, apenas unos párrafos y cinco o seis páginas a todo color sobre la victoria de España en el mundial de baloncesto. He oído que a unos aficionados exaltados, se les fue la mano con los fuegos de artificio en el último piso de uno de los rascacielos que están construyendo en la Castellana. No quiero ni pensar lo que pasaría si ganáramos el mundial de fútbol. El apocalipsis supongo.

Finalmente unos reveladores pasos y una suave tosecilla a mi espalda me advierten de la presencia del camarero y mi segundo plato. Un suculento chuletón hecho, por indicación mía, más bien poco.

- Sangriento como el infierno - le dije al camarero intentando emular a Travolta. Me ha hecho bastante caso y la pieza de carne está muy cruda.

El chico me mira con sorna como sabiéndose ganador de la partida, pero no sabe que yo tengo todos los ases. Comprobado tengo que cuando lo pido poco hecho me lo traen bien pasadito. La única manera de obtener un filete en el punto que yo quiero, es parecer tan pedante y ridículo que provoque la suficiente reacción como para que quieran darme una lección sobre el arte culinario en lo que se refiere a la carne y la cantidad de tiempo que tiene que estar sobre el fuego. Pero por su puesto no tanto como para que escupan en ella. Me ha llevado mi tiempo, pero creo que le tengo pillado el punto al asunto. Travolta falla en muy pocas ocasiones.

En cuanto el azorado camarero se va, se ha cansado de soportar mi extensa sonrisa de satisfacción, inicio mi ritual. Cuando se trata de comer un filete que me agrada tanto a la vista como al olfato, la expectativa de que el sentido del gusto esté de acuerdo con sus dos hermanos me hace entrar en una dinámica parecida a la de un jugador de baloncesto cuando hace sus lanzamientos de tiros libres. Unos movimientos preestablecidos que repito siempre y que me ayudan a relajar el animo y templar el pulso.

Recojo la servilleta de mi regazo, la sacudo enérgicamente dos veces para liberarla de cualquier migaja o resto de comida y la vuelvo a colocar encima de mis piernas. Sujeto el plato con extremado cariño y lo giro en el sentido contrario a las agujas del reloj ciento ochenta grados tres veces. Abandono el plato, cojo cuchillo y tenedor y afilo el primero con el segundo. Durante toda la maniobra no pierdo de vista la comida ni por un instante. La concentración es máxima, y la segregación de saliva ya ha empezado.

Mi mano izquierda se alza por fin para trinchar la pieza mientras la derecha se prepara para cortar sin ninguna piedad, cuando una voz me distrae.

-“No lo hagas por favor, no lo hagas y sabré recompensarte”

Anonadado miro a mi alrededor, pero la gente sigue a lo suyo sin levantar la vista del plato o hablando entre si. Nadie me ha dirigido la palabra. Sacudo un par de veces la cabeza como para olvidarme de lo que he oído, levanto de nuevo mi tenedor... y vuelvo a escuchar la voz.

-“Te lo suplico, ten piedad, escúchame antes de comerme”

La afirmación que acabo de oir no deja posibilidad de dudas. Me está hablando el filete. Alucinado lo miro fijamente y, como si supiera que le estoy prestando atención, vuelve a dirigirse a mi.

-“Se que te parecerá raro, pero es verdad que soy un filete y que te estoy hablando.”

-“Eso es imposible, los filetes no hablan”, pienso a modo de réplica, y parece que me escucha, porque me responde inmediatamente.

-“Yo no soy un filete normal, soy el Filete Mágico, una vez cada cien años aparezco en el mundo encarnado en el último filete del séptimo ternero de una vaca que a su vez fue séptima hija de su madre”

Ahora si que alucino. Miro con incredulidad la botella de vino que estoy bebiendo y se me pasan dos cosas por la cabeza. La primera es que debería comprar más botellas de este vino, seguro que me salen más baratas que las cosas que compro actualmente para estos mismos fines. La segunda es demandar a este local por darme un vino en estas condiciones.

-“No es el vino, soy yo, el Filete Mágico, ya te lo he contado. Solo aparezco una vez cada cien años y tú has sido el afortunado que me tiene delante. Ahora, si sigues con cuidado mis indicaciones podrás obtener de mi todo lo que deseas. Primero, deberás llamar al camarero y decirle que quieres una guarnición adicional de ensalada. El camarero te ofrecerá patatas fritas, incluso otro filete adicional o la posibilidad de no pagar la cuenta hoy, pero has de seguir mi consejo y pedir exclusivamente la ensalada…”.

El trozo de carne que me quería comer tiene una capacidad de comunicación inagotable, no para de hablarme. Ya alarmado, miro debajo de la mesa, debajo del plato, en mis bolsillos y a mi alrededor, buscando el micrófono desde el que me están gastando esta broma. No encuentro nada. Mientras, el filete no para de hablar.

“… solo de esta manera me habré reunido con mi hermana la Ensalada Encantada. Una vez hecho esto, deberás pedir dos recipientes para llevar, uno para mi y otro para mi hermana, nos gusta estar juntos pero no mezclados, y llevarnos a tu casa. Entonces comprarás unos recipientes especiales y nos sumergirás en unas salsas que te enseñaremos a preparar y que nos mantendrán frescos durante más de veinte años…”

Levanto con cuidado el filete y lo examino por debajo. Tampoco hay nada. Miro a mi alrededor. No parece que nadie escuche nada. Estoy empezando a creerme esta historia, y mira que yo soy escéptico. El filete mientras tanto termina de hablar.

“… durante esos veinte años serás feliz y la vida te sonreirá. Mi hermana y yo podemos obrar milagros cuando estamos juntos. Recuerda que con tan solo un poco de esfuerzo podrás lograr todo lo que tú quieras, todo lo que desees. Piensa, ¿Qué es lo que quieres?”

Miro con intensidad al filete durante un periodo de tiempo breve pero que se me hace interminable, levanto finalmente la mirada y busco al camarero hasta que nuestros ojos se cruzan. Chasqueo los dedos y le indico que venga. He tomado una determinación respecto a la historia que acabo de escuchar. Se exactamente lo que quiero.

-“Tenía usted razón, este filete está poco hecho, ¿me lo puede pasar un poco más?”

Lo que quiero son unas cuantas proteínas.

Thursday, August 31, 2006

Una vida a ciegas (3)





El tercer y definitivo capítulo de este relato ha quedado fuera de juego durante un momento. Probablemente no sea tan corto y hasta que no lo tenga bien resuelto no vuelvo a publicarlo :) A ver si me pongo un poco las pilas.

Tuesday, August 29, 2006

Una vida a ciegas (2)

La pereza ha calado hondo en mi y me distraigo con el vuelo de una mosca. creo que esta historia aparte va a durar un poco más. Cuando la complete, la publico entera por que si no es un tostón tener que leerla al reves.

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Me levanto a pesar de las molestias y me voy a la ducha, una vez un amigo me dijo que beber como los hombres no era beber más que nadie si no, cumplir con tus compromisos al día siguiente a pesar de la resaca.

Después de la ducha tomo un copioso desayuno aderezado con unas cuantas pastillas que me ayudan a despejar un poco la cabeza. Hoy, como de costumbre tengo poco que hacer. Tener dinero y las cosas bien organizadas es lo que tiene, que trabajas poco, casi más para matar el tiempo que otra cosa. En mi caso, trabajar es ir a saludar a unos cuantos clientes, invitarles a comer y demostrarles que, a pesar de lo grande de mi empresa, ellos son clientes preferentes. Siempre insisten en invitarme ellos a mi, pero teniendo en cuenta la cantidad de dinero que les facturo nunca he tenido reparos en negarme en redondo.

Hoy, mi agenda me dice que comeré en un asador segoviano en la calle de la Escalinata, que trae los corderos lechales de la misma Sepúlveda Se supone que el restaurante tiene un horno reconstruido piedra a piedra de un asador centenario que desmontaron hace no demasiado tiempo, propiedad del difunto bisabuelo del dueño y cocinero del local. La leña también la importan a fin de reproducir el sabor con total exactitud. Todo esto no está en la agenda, la historia es la que me ha contado, un gallego simpatiquísimo con el que voy a comer hoy por motivo de negocios.

Una vez en el restaurante y en un reservado, Fran y yo degustamos unos estupendos cuartos de lechal con una ensalada exclusivamente de lechuga, y un excelente Ribera del Duero, joven como el cordero que nos acabamos de comer. Para cuando terminamos la comida tenemos bastante claro que somos muy amigos el uno del otro. Fran me propone seguir la fiesta en un local que conoce muy cerca de aquí, pero son las cuatro y media de la tarde y no me apetece conectar la resaca de ayer con la de mañana, al menos no tan pronto, todo llegará. Me despido cordialmente de Fran, que ya está buscando en su agenda del móvil a quien liar, y salgo del restaurante.

Subo las escaleras que dan directamente a la plaza de Opera y entonces me acuerdo de algo. La imagen de la boca de riego y del indigente vuelven a mi transportandome de nuevo al episodio que viví la noche pasada. Cuando quiero darme cuenta, estoy en el mismo sitio que la última vez mirando directamente a la misma tapa metálica. Como en un sueño me agacho y tanteo la tapa. No cede. Obstinado vuelvo a intentarlo una y otra vez sin éxito y finalmente agotado por el esfuerzo, se me ocurre que tal vez exista algún mecanismo de cerradura que desconozco. Hurgo en las oquedades de la tapa durante cinco minutos y harto de no conseguir nada caigo sentado en el césped con el dedo aun enganchado en la herméticamente cerrada tapa de metal.

-“Estoy un poco borracho” murmuro para mi mismo, tal vez como una justificación por lo anómalo de mis actos. De improviso, escucho un tumulto a mis espaldas y cuando me giro descubro que entre la gente se está abriendo paso el mendigo de la noche pasada. Aterrado me incorporo para desatascar mi dedo y, para mi sorpresa, con el impulso abro la anhelada tapa de riego. En su interior sumergida en un agua sucia y fría puedo ver una desgastada piedra que inmediatamente llama mi atención. Durante unos instantes que se hacen eternos mis dedos se cierran sobre el objeto de mis deseos, luego el grito desgarrado del anciano que ya casi está encima mío me devuelve a la realidad.

-“!Suelta eso desgraciado, no sabes en lo que te metes¡” Su mano se extiende hacia mi como una garra y sujeta mi camisa mientras la otra se eleva dispuesta a golpearme. Su gesto está torcido y su mirada fija en mi mano cerrada.

-“!Suélteme¡, se ha vuelto usted loco”, su puño me impacta en la cara con escasa fuerza pero con contundencia suficiente para despertar en mi los instintos más básicos. Me levanto del suelo con rapidez dejando los botones de la camisa entre los dedos del obtuso indigente y hecho a correr mientras miro hacia atrás para comprobar que nadie me sigue, presa de una mezcla confusa de sentimientos, porque de repente no se si tengo miedo de que este anciano siga golpeándome o de perder mi recién adquirido tesoro.

Las prisas, el miedo y no mirar por donde voy, provocan que no me percate de que en mi trayectoria hay una boca de alcantarilla abierta. Tropiezo con la valla que debería haber prevenido mi accidente, doy una vuelta de campana y caigo a un oscuro vacío de cabeza mientras me golpeo con las paredes del pozo. Lo último que siento es un sordo golpe al golpear mi cabeza contra el suelo.

[continua]

Monday, July 17, 2006

Una vida a ciegas 1

Despues de no haber actualizado nada durante una temporada medianamente larga, pongo aquí la primera parte de un relato que espero acabar en dos entregas.
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Una vida a ciegas

Después de una botella de vino tinto y una cena copiosa me doy cuenta de que no tengo dinero y que en este local no aceptan tarjeta de crédito. Andrés, el dueño de la taberna, ya me conoce, de manera que no tengo problemas en prometerle que volveré en un momento con el dinero. Me mira como si le contara un chiste cuando se lo comento.

-“Siempre me haces lo mismo Julián, anda vete que ya me lo pagarás la próxima vez que vengas.”

-“Ni hablar, vengo en un momento y te pago, palabra”

Gesticulo más de lo que quisiera con los brazos cuando hablo, supongo que es el efecto de la botella del estupendo vino de Yecla que me ha recomendado hoy mi tabernero favorito. Ya me avisó él de que era muy fuerte. A lo mejor es que una botella ya es demasiado para mi. Parece que veinticinco años son ya demasiados.

Deambulo por la calle de la Bola y me dejo caer cuesta abajo hasta que llego a la zona de Ópera. La verdad es que no voy a tener que andar mucho para pagar a Andrés, el cajero está al lado. En un momento vuelvo, le pago y a dormir a casa. Como llevo un rato pensando en el dinero, el cajero y el sueñecito que me está entrando, cuando me doy cuenta, he llegado a la plaza. No sabía que estuviera tan mal. La verdad, no me muevo mucho por esta zona de noche pero esperaba que al estar al lado del palacio, estuviera un poco más cuidada.

En la plaza hay una pequeña gasolinera, una anécdota a pie de página en esta enorme ciudad, no me consta que nadie la use, y si la usan nunca he podido verla en funcionamiento. Escondido detrás de uno de los surtidores hay un hombre que hace visibles esfuerzos por orinar, cuando lo logra suspira de satisfacción, me mira y me saluda diciendo.

-“Durante un momento pensé que no iba a poder”

Le devuelvo el saludo discretamente y acelero el paso. El tipo no tenía demasiada buena pinta. Ahora que me fijo, veo que cada banco de la placita está ocupado por un indigente y dos de ellos han encendido una pequeña hoguera en una de las esquinas. Un coche de policía pasa detrás de todo este espectáculo y no se detiene, incluso un par de transeúntes, de los que consideraría decentes caminan como si no pasara nada mientras se cruzan conmigo.

Tanta muestra de tranquilidad ajena me hace recuperar parte de mi confianza, y el exceso de alcohol en mi cuerpo hace el resto. Me planto delante del cajero e introduzco la tarjeta como me solicita la máquina. Si me hubieran querido robar ya lo hubieran hecho. Supongo.

Saco doscientos euros, pagaré la cuenta y me quedará bastante dinero para coger un taxi. Cuando me doy la vuelta para cruzar otra vez la plaza, uno de los mendigos esta arrodillado en el suelo manipulando algo sin atinar muy bien en lo que esté haciendo, por que se esfuerza durante un rato y cae de espaldas. Vuelve a esforzarse y vuelve a caerse. Me doy cuenta de que llevo un par de minutos mirándole embobado cuando, sin previo aviso, se da la vuelta y me ve mirándole como un tonto. Abochornado murmuro.

-“Discúlpeme usted, estoy un poco borracho, ya me iba”

El mendigo me mira serio durante un momento. Después presencio como sus labios se estiran mientras van haciéndose hueco en su cara hasta que esta queda casi dividida en dos y, al mismo tiempo, va mostrando unos desgastados, sucios e irregulares dientes. Un sonido ronco, como una tos ahogada, empieza a surgir de su garganta hasta que casi se atraganta, se apaga durante un rato, y vuelve a empezar de nuevo. Se esta riendo.

-“Estoy un poco borracho, he he heee he” El anciano da una palmada y masculla una y otra vez lo mismo mientras no deja de reírse, vuelve a ignorarme, se gira y forcejea de nuevo con lo que ahora veo que es una tapa de riego. El indigente logra abrirla, deposita algo que saca de sus bolsillos en ella y se aleja murmurando una siniestra cancioncilla.

Bastante sorprendido y picado por la curiosidad, espero a que se aleje un poco y examino la tapa de metal. Antes de pelearme con ella me cercioro de que el viejo no se ha girado para mirarme. Tiro de ella primero con cuidado y después cada vez con más fuerza. La tapa esta cerrada firmemente y por mucho que lo intento no soy capaz de abrirla. No se que me pasa hoy, normalmente me habría alejado de aquí sin mirar atrás ni preocuparme por lo que fuera que estaba haciendo el mendigo. Levanto la vista y me doy cuenta que se están fijando en mi un par de personas más de la plaza. De golpe, vuelvo a ser consciente de que acaban de verme sacar dinero del cajero. Un poco alarmado me levanto, finjo no tener más interés por la tapa, y me voy.

Cuando vuelvo a la taberna de mi amigo, aun hay luz dentro y un par de personas cenando. Andrés me saluda afable.

-“No pensé que fueras a volver, has tardado una eternidad. Hubiera sido mejor que te fueras directamente, ya te digo que a ti te fío lo que me pidas”.

-“Bueno, me he entretenido un poco, pero ves que no falto a mi palabra y aquí estoy”. Otra vez gesticulo con los brazos, esta vez derribo un vaso de la barra que va directamente al suelo y se rompe en mil pedazos. Inmediatamente, como si tuviera un resorte en las rodillas me agacho a recogerlo mientras mascullo alguna disculpa. Andrés me interrumpe.

-“No te preocupes, no te preocupes, ya lo recojo yo. Mira lo mejor que puedes hacer ahora es irte a casa. Yo te llamo un taxi”.

Andrés llama un taxi, el taxista me da un pequeño rodeo y finalmente me lleva a casa. Me duermo casi instantáneamente. Esa noche no puedo evitar soñar con el mendigo. Una especie de pesadilla que no me permite en absoluto descansar como quisiera, así que a la mañana siguiente ocurren dos cosas.

Lo primero es que estoy obsesionado con el episodio de la noche pasada, el anciano, la tapa de riego que no se abría y el objeto que escondiera allí el viejo. Lo segundo, es que tengo una resaca horrible.
[continua]

Wednesday, June 14, 2006

El Imperio Nunca Acabó

Bueno, pensaba que estaba otra vez en sequia, y resulta que una historia a la que llevo dándole vueltas en mi cabeza una temporadita larga, ha tomado por fin forma. Toda la historia surge por un grafiti. Gracias a mi hermano he aprendido a mirar las paredes de vez en cuando y, eventualmente, encontrar cosas realmente interesantes.
En este caso, se trataba de una plantilla que ponía simplemente: "Feliz 1984". En un principio no lo entendí en absoluto. Eso si, cuando caí en la cuenta del significado tuve una estupenda sensación de sorpresa, me sentia medio tonto por no haber caido en la cuenta y medio asustado por el significado del mismo. No os explico lo que quiere decir el grafiti porque 1) seguramente ya lo sabeis a estas alturas, 2) de verdad merece la pena caer en ello por uno mismo.
El título que he escogido también tiene truco. Me encantaría que alguien supiera por qué es una referencia similar a "Felíz 1984".
Hasta la próxima¡
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El Imperio Nunca Acabó


Bienvenidos a las lecciones compartidas de historia política. Os escribo estas líneas como conclusión a mi descripción de ayer de la situación socio-política y la manipulación social que sucedió durante el siglo XX. Este apunte como podréis constatar no es más que un anecdotario que creo que puede ayudar a completar las lecciones.

Como recordareis, acabé hablando de la reunión del grupo Bilderberg que tuvo lugar en Florida durante el final de la década de los 80. Es como ya os dije, una fortuna poseer estos archivos que pueden ser ahora leídos y estudiados gracias a la indiscreción del taquígrafo oficial de las sesiones de la reunión.

Antes de empezar esta sesión ya os había comentado que el motivo de la reunión no era otro que el del avanzar en el control del individuo dentro de la masa. Este oscuro plan, estaba entonces respaldada por las familias más poderosas del globo, y durante el encuentro se barajaron diferentes posibilidades.

La propuesta sobre el seguimiento individual de la población mundial, parecía algo lejano y complicado, pero las familias pensaban que podrían conseguirlo dada la casi ilimitada cantidad de recursos a su disposición. Todas las empresas de desarrollo tecnológico que merecía la pena conocer en esa época, estaban bajo su poder o dentro de su esfera de influencia, y estaban al tanto de todos los desarrollos realizados en los laboratorios científicos, ya fueran públicos o privados, de todo el mundo.

Los análisis técnicos que se hicieron a priori, indicaban grandes dificultades técnicas y sobre todo logísticas. La posibilidad de controlar el flujo de población desde los diferentes satélites que las familias tenían en orbita, pasaban por colocar un emisor- receptor en cada uno de los individuos en cuestión. No solo eso, los transmisores deberían tener suficiente potencia como para recibir y emitir transmisiones a esa distancia. Esto, como poco implicaba baterías. Tener que, no solo instalar un transmisor encima de cada persona, sino además tener que reemplazar las baterías periódicamente presentaba un obstáculo muy difícil de solventar. La ingeniería social, muy avanzada en esa época con el florecimiento de la televisión, no fue considerada capaz, o eso determinaron los expertos en audiovisuales de la época, de convencer a la inmensa masa social de todos los países del mundo para seguir este tipo de procesos con suficiente éxito.

Como soluciones alternativas se presentaron muchas opciones. No en balde, previamente a la reunión, cada una de las familias había solicitado ayuda en este aspecto a una ingente cantidad de creativos, escritores, científicos, e incluso en un caso, teólogos. Entre estas soluciones, una de las más terroríficas incluía un plan a largo plazo en el cual, tomarían control de las principales entidades hospitalarias a nivel mundial, e implantarían bio-chips en los recién nacidos. La misma temperatura de la persona que lo portara sería suficiente para mantener el emisor activo. El tamaño por supuesto sería un problema, pero el plan no era inmediato, y las predicciones tecnológicas indicaban con exactitud la reducción de la tecnología necesaria. Sin embargo la flagrante ilegalidad del proceso y la facilidad de los módulos para ser detectados a través de una rutinaria inspección médica cancelaron esta solución.

Las familias discutieron largo y tendido sobre este problema e intentaron facilitarlo limitando su aplicación. No debería ser implementado en su primera fase mas que a un número reducido de paises, Europa Occidental y América del Norte serían suficientes. Aun así, el desarrollo logístico de las operaciones más su mantenimiento, hacían inabarcable el proyecto incluso para las enormes riquezas que lo promovían. Diferentes propuestas encontraron diferentes problemas.

Soluciones creativas hasta lo impensable, como la inclusión de elementos químicos en los alimentos más comunes que reaccionaran en el organismo para crear sustancias rastreables, o la posibilidad de incluir elementos emisores de señales en productos de higiene para impregnar a los individuos, demostraron no ser efectivas por perecederas o peligrosamente dañinas para la salud.

Este sencillo resumen de la reunión, y otros que han llegado hasta nosotros, siempre por medios no convencionales, nos permiten concluir que, por lo menos hasta ahora, aun podemos considerarnos independientes, protegidos del gran ojo.

Ahora si me disculpáis, debo dejaros por un momento, no abandonéis los monitores, apenas tardaré, es solo que tengo que ir al aparcamiento, me he dejado el cargador en el coche y mi móvil se está quedando sin batería.

Saturday, June 10, 2006

Cambio de look

Esta entrada solo es para explicar que por la amable sugerencia de alguno de mis lectores [que algunos tengo y me hacen sugerencias] he cambiado el aspecto visual de la página para que se pueda leer y todo sin que tengais que quemar vuestras valiosas celulas oculares. Además he añadido una sección de links y he puesto algunos que me parecen interesantes, los explico:

Marcoticos Unleashed (La fabrica de pixeles): este personaje que me comenta todas y cada una de mis historias [en algunos casos hay más texto en sus comentarios que en mis historias] tiene una estupenda colección de blogs cada cual más interesante que el anterior.

Blog de GO de Nacho: En este blog se habla de una manera más accesible de lo normal de uno de mis juegos favoritos, el go.

Elementalfilms: En esta empresa es donde se situan todos los proyectos que llevo moviendo 5 años. En la web podeis ver algunos de ellos.

Lagrimas de Conidioforo: La verdad es que por ahora es dificil de describir este, lo resumiré así: Tiene fotos muy bonitas y algo de poesia original. Hay algo musical en él.

zafyro

Friday, June 09, 2006

Un puñado de recuerdos

He tardado en volver a escribir, pero aquí vuelvo. La verdad es que ideas tengo pero me cuesta trasladarlas en algo coherente y legible...
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Un puñado de recuerdos

Ana tiene 30 años, su vida, como ella lo considera, no ha sido vida. Dejó los estudios a una edad muy temprana y se dedicó a salir de copas con los amigos. Cuando se quiso dar cuenta ya no le apetecía volver a la universidad y prefirió formarse en un trabajo. Con su carrera inexistente y su falta de voluntad, sólo logró encontrar un puesto en un supermercado. Algo temporal se dijo a sí misma.

Como todos los días Ana está trabajando en el supermercado. Lleva aquí más de diez años. Se le han hecho eternos, pero no ve que pueda hacer ninguna otra cosa. Se siente atrapada. Como siempre, en mitad de su pequeño descanso, se para a hablar con Manuel, el repartidor.

-“Mi vida está llena de recuerdos, sólo tengo recuerdos”, le dice con tristeza, “Los anoto todos en un diario, pero mejor sería borrarlos, porque no han merecido la pena, no se para qué me sirven”.

Cuando se gira, delante de ella tiene a un cliente. Va vestido con un suéter de un amarillo casi fluorescente y unos pantalones piratas de pana. Lleva el pelo muy mal cortado y no se puede decir si es hombre o mujer. No se fijó mucho en él cuando entró, pero es normal ver a gente así en el supermercado, al lado hay una Iglesia donde reparten ropa. Por norma general nunca dan problemas y como Manuel está en la tienda ahora no le preocupa.

-“A mi me vendrían bien unos recuerdos” le dice. –“He comprado sardinas porque tengo hambre, pero preferiría los recuerdos”.

-“Si quieres los míos te los vendo” le dice Ana. Manuel se ríe a carcajadas.

El cliente se toma una pausa para valorar lo que le han dicho y finalmente responde. -“Claro, cuanto quieres por lo tuyos”, Ana va a decir una cifra, pero Manuel, se quiere hacer el gracioso y la interrumpe.

-“Bueno, si queréis hacer una transacción de esta magnitud, lo mejor será realizar un contrato.” Ahora Manuel ha adoptado un aire extremadamente serio, aunque a duras penas puede contener la risa.

Ana se muestra encantada con la idea. Se lo está pasando bien durante un rato para variar. El extraño cliente sin embargo asiente con solemnidad y del bolsillo de atrás de su pantalón saca unas hojas arrugadas y ya impresas por un lado, como si las hubiera rescatado de alguna basura.

Como están limpias, Ana no pone reparos en rellenarlas y coge un bolígrafo. Manolo le dicta mientras adopta una pose solemne agarrándose las solapas de su chaquetilla y mirando ligeramente hacia arriba.

-“Hmmm. Estando presentes Doña Rosa Jiménez Jímenez, por propia voluntad y en posesión de sus facultades cognitivas… o algo así… en adelante LA VENDEDORA y don…”. Los dos miran al cliente, pero éste encoge los hombros y dice – “No me acuerdo”

-“…Y don Nomea Cuerdo en adelante EL COMPRADOR”, prosigue rápidamente Manuel ante la sonrisa de Ana. -“…Plenamente facultado y con potestades propias etcétera… Acuerdan realizar la venta de los recuerdos de LA VENDEDORA al COMPRADOR por una cantidad de dinero igual a…”

Ana no puede contener ya la risa y aunque no para de escribir, tiene dificultades para seguirle el hilo a Manuel. El cliente sin embargo, al oír la mención de la palabra “dinero”, procede rápidamente a sacar un fajo de arrugados billetes y monedas sucias, y los tira sobre del mostrador.

Las risas paran. Manuel, ante la expectación de Ana, cuenta y en total suma quinientos sesenta y tres euros.

-“Es todo lo que tengo” dice el misterioso cliente. Ana y Manuel intercambian ahora una mirada más seria. Manolo es todo reflejos y no permite que la conciencia de Ana, ni la suya propia, reaccionen.

-“… por la cantidad de QUINIENTOS SESENTA Y TRES euros. Ya solo falta firmar”
El cliente firma con una tímida equis. Rosa estampa su firma. Cambian el contrato por el dinero y el cliente sale por la puerta tambaleándose, como entró, pero con una sonrisa un tanto dubitativa en su cara.

Cuando ha salido, Ana se da cuenta de que se ha dejado su lata de sardinas y sale para dársela, pero ya no es capaz de distinguirle en la calle. A Manuel le ha faltado tiempo para recoger el dinero y empezar a dividirlo.

Esa noche Ana se va con Manuel de fiesta y se gastan una buena parte del dinero. Tal vez, éste sí sea un recuerdo que atesorar piensa Ana, y se propone no olvidar nunca esto que le ha ocurrido.

Rosa tiene 30 años. Trabaja en un supermercado. Lleva mucho tiempo allí y la verdad, sus compañeros son como de la familia. No ha tenido una vida como las que salen en las películas, pero se puede decir que dentro de lo que cabe es feliz. Como todos los días va a trabajar a su puesto de cajera y en su descanso conversa con Manuel, el repartidor. Esa misma tarde un cliente un poco raro quiere entrar en el supermercado. Mira hacia el infinito, como si buscara algo y parece bastante desaliñado y confuso.

Manuel está abriéndole la puerta, cuando Rosa se levanta de su puesto y le obliga a cerrarla.

-“Aquí no vendemos lo que tu quieres, vete a otro sitio”.

Thursday, June 01, 2006

Un diseño Oculto

Este relato es una completa desviación de un ensayo que quería hacer sobre un tema que me pareció fascinante que es la "reflexión interna total", este principio que implica que un haz de luz se reflecta completamente si incide en cierto angulo y cumpliendo unas condiciones específicas, es el que permite a la fibra óptica funcionar como debe. Lo que cuento aquí no se centra principalmente en esto pero es de donde he tomado cierta inspiración. No revelo todas mis fuentes por si alguien quisiera adivinar de donde he robado mi inspiración esta vez.

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Un diseño Oculto

Ante todo presentarme, me llamo Enrique de Diego y Montalbán. Aunque ahora puedo aparecer como una persona instruida y de gran renombre, hasta no hace mucho tempo, mi nombre solo era sinónimo de problemas. Anecdóticamente, la gente paga ahora unas cantidades de dinero bastante elevadas por el privilegio de conocerme, aunque tengan que venir a visitarme al presidio donde actualmente resido.

A pesar de la nobleza que parecen indicar mis apellidos, me crié en los barrios más marginales de la superpoblada Madrid. No hay en mi historial delictivo ningún hueco, nada que haya quedado por hacer dentro de la rama de lo consideraríais como legalmente incorrecto o inmoral. Con el tiempo, quedó patente que no carecía completamente de inteligencia, y fui abandonando los delitos menos productivos y arriesgados. Me convertí en uno de los ladrones de guante blanco más buscados de Europa. Debo decir que la moralidad nunca fue mi fuerte, robaba tanto a unos como a otros, lo único importante era la cantidad sustraída.

Fue durante esta época de mi vida cuando oí hablar de la casa del famoso artista y filántropo Antonio Rodrígues de Nogueraes. Hasta ese momento nunca había tenido verdadero interés por las obras de arte, el mercado negro para estas cosas estaba muy restringido y era bastante fácil que te siguieran el rastro. Pero en este caso, he de reconocer que me sentí poderosamente atraído, tanto por el reto, como por la cantidad económica que podría suponer poseer dicha obra.

Inicié un estudio sobre la vida del artista, que acabó por convertirse en obsesión. Descubrí que durante más de 10 años, desde la muerte del artista, la casa de Don Antonio Rodrigues de Nogueraes había sido un misterio indescifrable. Decían que la vetusta casa del difunto filántropo escondía un secreto de enorme valor, su obra póstuma. Una escultura que superaba a todas las que jamás hubiera realizado, y que por lo tanto superaría en valor a la más excéntricamente cara de sus obras.

A pesar de su apellido, Don Antonio era Español, Manchego y de Toledo, en ese mismo orden, como a él le gustaba repetir una y otra vez cuando era preguntado por sus orígenes. Fue su etapa de adolescente en esta ciudad llena de misterios la que le despertó su inquietud artística por la escultura y desde entonces usó cualquier herramienta que tuviera a manos sobre las sustancias más inverosímiles para completar las esculturas más extraordinarias.

Ya desde el principio de su carrera sus esculturas tuvieron una muy amplia aceptación y no pasó mucho tiempo hasta que su arte fue reconocido a nivel mundial. Empeñado siempre en realizar imposibles, nunca permitió que nada le detuviera en su tarea hasta que lograba su objetivo y desarrolló técnicas vanguardistas en los campos de la ingeniería y de la química que le permitieron esculpir montañas, construir edificios imposibles o tallar estructuras de luz sólida.

La expectativa que causaban sus obras, aumentaba con cada reto que el genial artista conquistaba. El seguimiento que tuvo el anunció de la que ahora se sabe fue su última obra, desbordó todas las expectativas. El artista advirtió que manipularía el más frágil de todos los elementos. Sin embargo, murió repentinamente, sin revelar cual había sido su obra, sobre que elemento estaba realizada, si acaso estaba terminada, y en caso de estarlo, donde se encontraba.

No pasó demasiado tiempo hasta que sus herederos, investigando la herencia que habían recibido, comunicaron al mundo la existencia de unos extraños dispositivos en la Mansión Nogueraes de Toledo. Cientos de investigadores y artistas interesados en desvelar este misterio acudieron como si de una plaga se tratara para intentar resolverlo, pero con escaso éxito. El mito de la obra oculta de Don Antonio, creció tanto que la región empezó a beneficiarse de los miles de turistas que viajaban hasta la ciudad para poder visitar la casa y tal vez desentrañar el misterio.

La casa era casi tan extravagante como lo fue en vida su dueño. Escaleras sinuosas subían pequeños tramos para luego hacerte andar por pasarelas de madera tallada y tintada en exóticos colores. Pasillos y corredores circulares recorrían la casa eliminando toda posibilidad de simetría. Enormes salas con suelos irregulares obligaban a los turistas a recorrer en sinuosas hileras las gigantescas habitaciones. Y finalmente, la gran atracción, un complejo dispositivo de espejos conectado por canalizaciones que comunicaban todas las habitaciones permitía examinar lo que había en cada una de las salas, si se sabía mirar en los múltiples reflejos. La descripción de la casa podría ocupar un volumen completo si quisiera detenerme en ella, tal era la complejidad del diseño de la misma, que no había vez en que la visitaras y no descubrieras algo nuevo de su construcción.

Durante bastante tiempo se jugó con la posibilidad de que la casa en si fuera la obra definitiva el artista, pero esto no tenía demasiado sentido, ya había realizado construcciones del mismo calibre, aunque tal vez no tan complejas, ciertamente si más hermosas. Las teorías sobre la obra póstuma del artista se sucedieron una tras otra mientras el número de visitantes crecía y crecía y el secreto se mantenía imperturbable dentro de la misteriosa edificación.

No hace más de unos meses que yo mismo descubrí la autentica magnitud de la póstuma obra de Don Antonio. La verdad, no quiero que penséis que es merito mío, en realidad fue fruto del azar que fuera yo quien se diera cuenta. En el sótano de la inmensa mansión se encontraba una sala que se denominaba el observatorio. Esta sala había sido diseñada para que solo una persona al mismo tiempo pudiera estar en ella. Desde un sillón que había en mitad de esa sala extrañamente ovalada, podían observarse dos cosas particularmente hermosas e increíbles:

La primera de ellas era que en el techo de la sala, casi justo encima de la silla había un túnel forrado de alguna maravillosa sustancia reflectante que conectaba con todos los espejos de la casa y permitía observar el continuo flujo de visitantes como si de hormigas se trataran, la visión estaba diseñada de tal manera que parecía que flotaran sobre tu cabeza.

La segunda de ellas era un pequeño pedestal sobre el cual, inmóvil en un contenedor, estaba uno de los diamantes mas grandes que jamás se hubieran visto flotando en una densa nube de gas. Un diamante tan grande e inaccesible, que no se había podido aun tasar mas que por aproximaciones. Aproximaciones que le daban un valor absurdamente astronómico.

Fue en la soledad de esa habitación, cuando desaté la obra definitiva del artista. Supongo que es fácil imaginar que mis intenciones nunca fueron lícitas. Es cierto que intentaba apropiarme del hermoso diamante, de hecho llevaba años preparando el golpe. En mis manos guantes aislantes para evitar posibles defensas eléctricas, en mi cara una máscara para evitar cualquier gas que conviviera con el diamante por muy venenoso que fuera y más de dos años de ensayos en mi casa en una reproducción lo más exacta posible de la sala. El hecho es que al levantar levemente el contenedor de la piedra, el gas que había en su interior inmediatamente entró en combustión. No se exactamente cual es la reacción química, o que tipo de dispositivo estaba instalado en ese contenedor, pero si se que salvé las manos y la cara por las protecciones que llevaba puestas. Atontado como estaba por la pequeña deflagración, me senté en el sillón y contemplé en todo su esplendor la obra del maestro Nogueraes.

No es de conocimiento común, pero los diamantes pueden arder, se necesitan temperaturas particularmente altas, pero arden, y al hacerlo emiten una luz muy hermosa. Sentado mirando hacia el cielo, y ligeramente alterado por la adrenalina que había desatado la pequeña explosión pude ver como un espectáculo de luz envolvía la casa y sus alrededores creando una figura perfecta que se extendía hasta donde mi alterada visión percibía y que jamás olvidaré. En muy poco tiempo, recibí a través de estos filamentos de luz violeta, toda la información que Don Pedro había guardado en la gema, las experiencias y vivencias que habían marcado s vida, sus inquietudes, sus esperanzas y sus miedos, en definitiva, su esencia. Al reflejar la luz producida por el fuego de diamante, la patina reflectante que cubría todos los conductos de la casa quedo opaca consiguiendo completar la obra maestra del Maestro y hacerla irrepetible.

Había logrado esculpir un alma.