Wednesday, April 26, 2006

Puesta a punto III

Esta es la tercera parte de un relato, las dos anteriores están justo debajo de esta. Leerlas en orden sería lo más correcto. ;)

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Las extensísimas pasarelas se extienden indefinidamente, la imagen es tan grandiosa que me olvido del mechero que sostengo y acabo quemándome la mano. Miro como cae hasta que lo pierdo de vista y por mucho que me empeño no escucho su impacto contra ninguna superficie.

Me doy la vuelta. Para mi sorpresa ya no hay pared, aunque la puerta sigue en su sitio. Abro la puerta sin usar la llave y veo más pasarelas y más bibliotecas. Estoy empezando a marearme un poco.

Avanzo por la pasarela sin atreverme a subir ni a bajar, no pretendo perderme en este enorme laberinto. Las bibliotecas están llenas de volúmenes enormes, no hay dos iguales, las encuadernaciones son completamente artesanales en la mayoría de los casos, aunque me encuentro con algunos pequeños tomos anillados. No entiendo nada de lo que está escrito en ellos, aunque parece que alguno de ellos usa un idioma más “europeo”, la mayoría de ellos están plagados de iconos y símbolos. Al rato de seguir andando veo un nivel por debajo de mi un destartalado cubículo que parece estar hecho de madera, que rompe la simetría del lugar. Un tubo de metal sale de lo que se podría considerar “el techo” y por el tubo sale un fino humo blanco que asciende lentamente y se pierde en el infinito.

Desciendo unas escaleras y me acerco a lo que debe ser la puerta. Se abre hacia dentro. Con la mayor cautela posible, la abro y miro el interior. En el suelo, un modesto colchón, con unas sabanas desordenadas encima de él domina la mayoría del espacio. Por encima del colchón varias estanterías están plagadas de desordenados montones de páginas apilados unos encima de otros. Entro en la cabaña y tardo un rato en darme cuenta que detrás de la puerta en un pequeño escritorio está sentada la persona que he estado siguiendo todo este rato.

La verdad es que no me asusto ni me altero. Hace caso omiso de mi presencia, está muy concentrado escribiendo algo. Sin tan siquiera mirarme me hace un gesto y me invita a sentarme en su colchón. Pasa el tiempo, y cuando estoy pensando en levantarme para irme en silencio por donde he venido el hombre para de escribir y me habla.

“Necesito que me prestes tu libro”, me dice sonriente. Su cara es indescriptible, es una mezcla de caracteres tan comunes, que podrías confundirlo con casi cualquier persona. Mientras lo miro, me parece que le conozco de toda la vida, pero no se decir quien puede ser. Miro en mis manos y en ellas encuentro un volumen con tapas de cuero en el que mi nombre está grabado un sobre relieve plateado. Se lo entrego. Es lo único que puedo hacer. Estoy tan desorientado.

“A veces, mi inspiración no me lleva por el camino más fácil. No te preocupes, esta vez te voy a dejar como nuevo. Eres un personaje interesante, tal vez demasiado curioso, pero eres uno de mis favoritos y no quiero verte deprimido. La vida aun tiene muchas cosas que darte, ya lo verás. Esta vez voy a tener que reescribir casi un capítulo entero, pero me vas a servir para dos propósitos”



Hoy he despertado y a mi lado estaba Laura. Me siento como nunca. Ayer, paseando por la Plaza de España, creo que conocí a la mujer de mi vida.

Monday, April 24, 2006

puesta a Punto II

Esta es la segunda parte de un relato. Para leerlo correctamente debes buscar un poco más abajo [el post anterior es la primera parte]
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No es difícil seguirle. Avanza despacio y no mira nunca hacia atrás. Cruza la calle Princesa y sube por unas escaleras que le llevan hacia callejuelas más estrechas.

Le sigo por toda la calle Amaniel, y para mi sorpresa, llegado un momento se planta en mitad de la calzada, abre una alcantarilla con un trozo de metal que saca de su chaqueta y desciende. Un coche que bajaba la calle se ha parado delante de él, ha esperado pacientemente a que termine su operación y después ha seguido la marcha sin inmutarse. Pasa algo raro.

Me acerco a la alcantarilla. “Alcantarillado Madrileño” reza el sólido circulo de metal. Miro que no vengan coches e intento abrir yo mismo la tapa con escaso éxito. Como Madrid está plagado de reformas, me proveo de una barra de metal de un contenedor cercano y pruebo suerte otra vez. La gente que camina por la calle me mira raro. Normalmente hubiera parado de pura vergüenza, pero esta vez la curiosidad puede más. Cuando, después de un esfuerzo hercúleo logro abrir la tapa, me deslizo hacia la oscuridad de la alcantarilla. Poner la tapa en su sitio es otra tarea casi heroica.

Al descender al oscuro túnel, veo una luz al fondo que se aleja y desaparece. Con todo el cuidado del mundo avanzo a tientas sin separar la mano de la pared para guiarme. No quiero pararme a pensar que es lo que estoy tocando y no quiero desvelar mi presencia encendiendo una luz. Me concentro en no hacer demasiado ruido al caminar por el suelo enfangado.

La luz se ha detenido, ha parpadeado brevemente y después ha desaparecido. Me quedo muy quieto, y como no oigo nada durante un rato largo, avanzo hacia donde recuerdo haber visto la luminosidad antes. El ambiente esta muy cargado y respirar me cuesta bastante trabajo. El olor de esta cloaca me provoca nauseas, tengo que contenerme para no respirar por la boca o sería peor.
Me siento bastante desorientado y no encuentro nada más que un túnel que no se acaba nunca. La oscuridad ahora es completa, ¿Por qué me he metido aquí? Ya me da igual que este personaje descubra que le he seguido así que enciendo mi mechero, hay días en los que me alegro de ser fumador. La tenue iluminación que me da la llama de mi encendedor, me revela un estrecho túnel que termina abruptamente en una puerta de madera. Examino las paredes del conducto y veo que deben ser antiquísimas. La superficie es ahora cada vez más irregular. La piedra a través de la que este túnel esta excavado debe contener algo de mica, miles de pequeños reflejos brillantes responden a las llamaradas de mi mechero. A intervalos regulares en techo y paredes hay una serie de vigas de madera que supongo que evitan que este agujero se colapse.

Me acerco a la puerta y le doy un descanso al mechero, está tan caliente que ya no puedo sostenerlo en la mano. Cerca de la puerta el suelo es de piedra seca, me seco mientras se enfría mi única fuente de luz. Me siento un poco incomodo, pero de alguna manera, el tremendo optimismo con el que me he levantado hoy me empuja a seguir adelante.

Enciendo el mechero de nuevo y examino la puerta. Es de madera, muy vieja, tiene un pomo y una cerradura. La puerta esta entre abierta así que la abro del todo y, para mi sorpresa, lo único que hay es un pequeño habitáculo de piedra vacío. Lo examino a fondo. No puede ser que esto sea todo.

Cuando me doy por vencido cierro la puerta. Y por primera vez me fijo en que colgando del pomo, hay una llave. No entiendo como no la he podido ver antes. Lo que si que se es que si no hubiera sido tan persistente no la hubiera encontrado. No se explicar porque, pero cierro la puerta con llave, la abro de nuevo y vuelvo a mirar.

Al abrir de nuevo, la escena ha cambiado. Ahora, al otro lado hay luz, y puedo ver una estancia inmensa repleta de bibliotecas. Es tan grande que no puedo abarcarla con la mirada. Se pierde en el horizonte en todas las direcciones, incluido hacia abajo, me mareo un poco y tengo que afianzarme con las manos al marco de la puerta.

Una pasarela conecta y numerosas escaleras que recorren todo este vasto espacio permitiendo así acceder a cada estantería. Me fijo en que la luz no parece provenir de ningún sitio, es simplemente que la sala tiene luminosidad. Recojo la llave de la puerta, me la cuelgo al cuello, sacudo levemente mis ropas para quitar un poco de la mugre que se ha adherido a ellas y cierro la puerta detrás de mi.

Continuará

Friday, April 21, 2006

Mas madera [puesta a punto I]

No lo he dicho en los posts anteriores, pero el relato de "Coger un taxi" está creado a partir de una conversación con uno de mis mejores amigos lyranar [Za, Gonzo, Berzalillo, etc...]. El personaje está lejanamente relaccionado con él [solo coinciden en la altura y ni siquiera exactamente], pero quería hacer mención por que aparece tambien en otro de mis relatos [Tiempo perdido] que a su vez está relaccionado tambien con una experiencia propia [aunque muy exagerada] la verdad es que la llamada que se produce al final del relato se produce con demasiada frecuecia. Al menos las dos primeras lineas.

Al grano. A continuación os pego el principio de un relato cuya idea original pertenece a Dakini y como le prometí, este es el principio del relato sobre su experiencia. Aparte he querido darle esta orientación porque mucha gente me ha dicho que el relato de "Tiempo Perdido" Es demasiado evidente desde el principio. [mucha gente son dos personas, y ya es bastante :P]

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Puesta a punto.


Esta mañana me he despertado sobresaltado y muy desorientado. Mi memoria me falla, porque no tengo muy claro cuando me acosté y que es lo que hice ayer. Si se que hoy debe ser sábado y parece temprano, o al menos eso indica mi reloj.

Me senté en la cama intentando ordenar mis pensamientos, intentando recordar. Tengo vagos recuerdos pero no logro centrar en mi cabeza lo que hice. Siendo viernes, he debido ir a la oficina, pero no me acuerdo de lo que allí hice. Esto no es tan raro. Soy programador y mis días se parecen mucho los unos a los otros así que muchas veces confundo las fechas.

Compruebo que todo esté en su sitio. No tengo heridas, de hecho me siento bastante descansado, y mi casa parece la de siempre, todo normal. Mi ropa de ayer por el suelo, todos mis trastos desperdigados por mi habitación y mi ordenador encendido, debería barrer y recoger en general. Como siempre. Como las persianas están cerradas, la luz azulada del salvapantallas que tengo puesto es la única iluminación que hay. Soluciono eso y abro una ventana. Hace un buen día.

Al rato de pensar en mi falta de memoria, dejo de darle importancia y me voy a la cocina a prepararme un café. Parece que ayer si me acordé de comprar leche. Mi café y yo nos vamos al salón y me siento delante del balcón que da a la calle. Los calidos rayos de sol que entran por mi ventana me dan los buenos días. No se que hice ayer, pero fuera lo que fuera, me ha sentado de miedo. Es el primer sábado que me levanto por la mañana y me siento con ganas de hacer algo. Generalmente las mañanas de los fines de semana me las paso durmiendo.

Como hace un día perfecto y me encuentro bastante contento, me doy una ducha rápida, me visto y salgo a pasear. La verdad es que andar por la calle y fijarse en el mundo que te rodea está muy bien. ¿Hace cuanto que no hacía esto? La verdad es que la diferencia entre ser feliz y estar triste me parece ahora un simple problema de actitud.

Camino un rato hasta que llego a la Plaza de España. Cuantas veces al día debo pasar por aquí y nunca me he parado a sentarme un rato a descansar ahí. Es tan fácil corregir eso. La hierba está ligeramente húmeda por que la acaban de regar. Ayer no hubiera querido sentarme pero hoy la sensación de frescor me relaja. Todo está muy verde y la gente parece que va a otro ritmo, mas pausado. Mejor. Involuntariamente sonrio.

Cuando quiero darme cuenta, ha pasado casi una hora. Estoy tan contento aquí solo, sentado entre unas cuantas personas, entre el murmullo de sus conversaciones apreciando lo que me rodea que el tiempo ha pasado como una exhalación. Quiero más.

Me levanto y sacudo mis pantalones y cuando me dispongo a marcharme veo algo que me llama la atención. Sentada en uno de los bancos de la plaza, una chica llora sola mientras garabatea algo en un cuadernillo. La curiosidad me impulsa a acercarme, pero antes de llegar, un hombre de mediana edad se acerca a la chica y le pide un folio de papel. Estoy lo bastante cerca como para oír lo que dice y las palabras desatan en mi un recuerdo que tenía olvidado. El hombre dice exactamente: “¿Me regalas una hoja en blanco?”. La chica asiente y le da la hoja. Después el hombre se sienta a su lado durante un momento mirando con intensidad la hoja, se levanta sin haber escrito nada en ella y le dice a la chica: “A veces me siento inspirado”. Y se va.

Mi recuerdo se desata por que a mi me paso algo muy parecido hace no demasiado. Me acuerdo de las palabras por que lo normal para mi es que el hombre me hubiera pedido una hoja “prestada” y no regalada. Además las despedida parece una formula porque es la misma que usó conmigo.

Ahora todo se hace más claro en mis recuerdos. Ayer. Ayer yo me dirigía al trabajo como tantas veces he hecho, y de alguna manera estaba triste… Como tantas veces lo he estado. No os lo he dicho, pero mi vida no ha sido para nada gratificante. A lo largo de todos estos años no he conseguido nada que me llene de verdad.

Estaba sentado en mi asiento de mi vagón del tren que cojo todos los días, diseñando las tablas para una base de datos que estoy preparando ahora sobre entrada y salida de productos perecederos de un almacén de alimentos con un gran volumen de negocio. Algo emocionante, podéis creerme… Entonces me ocurrió este mismo episodio que os acabo de describir, las mismas palabras y mi memoria desaparece del todo después de esto.

La misteriosa persona se estaba alejando y decidí que si quería saber algo más sobre lo que me había pasado, debía seguir a ese personaje.

Continuará

Wednesday, April 19, 2006

coger un taxi III

Esta es la última parte de un relato. Las anteriores están mas abajo¡¡¡

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Quedando claro entonces los problemas que tenemos hasta el momento en el cual decidimos detener a un taxi, o al menos los problemas que a mí me entraña dicha tarea, podemos pasar a un nuevo mundo de complicaciones. El taxista.

No quiero decir con esto que el gremio de taxistas sea de poca confianza, está claro que la culpa es siempre de unas pocas manzanas podridas que dan mala fama a toda la cesta, las ovejas negras del rebaño, las excepciones que confirman la regla… Aunque si se hiciera una encuesta preguntando por los objetos/ entidades/ personas más odiadas estoy seguro que saldrían Hacienda, SGAE y el gremio de los taxistas, por ese orden. Total, entre ovejas negras, manzanas no muy sanas y excepciones, al final son bastantes taxistas de dudoso honor.

Ya tiene que ser doloroso para los miembros de un gremio tan extenso como el de los conductores de taxi para que les comparen con la SGAE. Para los que no lo sepan, la SGAE es la Sociedad General de Autores y Editores. Detrás de este inocuo acrónimo, se esconde una de las organizaciones más poderosas desde que se disolviera el muy polémico gremio de transportistas en los Estados Unidos. Su auto impuesta misión es la de representar allá donde estuvieran a todos los, músicos, guionistas, escritores, fotógrafos, cineastas, todos están bajo el paraguas protector de la entidad. Aunque no lo sepan o no quieran.

Con gran sacrificio, la entidad se esfuerza por cobrar los derechos de autor de, como se dice ahora, todos y todas. El lema es: “si la melodía se reconoce, paga”. Ya es costumbre el habitual desembolso en bodas y bautizos para poder poner a Bisbal en los postres, y no pasa ya de anecdótico la habitual visita del agente SGAE al bar de turno advirtiendo de las consecuencias de poner música “sin licencia”, pero tengo entendido que van a situar escuchadores profesionales en las esquinas para vigilar a los músicos no profesionales. Ir silbando una alegre melodía va a dejar de resultar gratuito.

Volviendo al tema que nos incumbe, el gremio de los taxistas. La verdad es que han intentado colármela de todas las maneras posibles, aunque para desgracia suya soy un hombre prevenido y nunca me desprendo de mi bastón. Han intentado pasarme billetes falsos, han intentado convencerme del autentico valor de uno u otro billete, cosa difícil pues la casa de la moneda y yo coincidimos en tener eso muy claro, etc.… Se puede decir que a nivel de engaño directo han tenido escasa suerte, al menos conmigo, aunque lo han intentado repetidas veces.

Lo que es el engaño indirecto, ahí me han pillado muchas más veces. Existen dos casos completamente extremos que recuerdo especialmente bien.

El primero ocurrió un día después de que un taxista, a causa de unas obras, lograra darme una vuelta suficientemente grande como para cobrarme más de 10 euros en un trayecto que normalmente no cuesta más de 5. Estando tan escaldado y lleno de dudas, pasé la mañana hablando con amigos de confianza que me indicaron el estado actual de las obras de la telaraña madrileña y pude así calcular el trayecto más indicado, redactando por mi cuenta un pequeño informe de las obras madrileñas.

El susodicho taxista me acepto como pasajero y yo le indique la dirección. Aquel día como añadido yo portaba una maleta de considerable tamaño puesto que desde la oficina pensaba marchar al aeropuerto. Este es otro dato adicional, no hay nada más atractivo para un taxista que un extranjero o una maleta. Es muy divertido ver como en la parada del aeropuerto los taxistas amagan avanzar la línea en cuanto reconocen a un foráneo, como si imitaran a Cruz y Raya. Si no es por no llevarte, si hay que llevarte se te lleva a donde quieras, pero es que tu sabes por donde se va y el guiri americano que tienes detrás de ti no. El hecho es que la presencia de una maleta suele indicar un largo recorrido y pelo de color rubio o unos ojos rasgados lo certifican.

La cosa es que yo acababa de montarme en el taxi y me puse cómodo y bien centrado en el asiento para tener espacio. El viaje comenzó de la manera habitual, en silencio y entonces, y como me aburría bastante y el taxista no se animaba a emprender la charla, le lancé mi “Frase Patentada Para Iniciar Conversacionestm”. “Buff, como está la cosa ¿eh?” Pueden probarlo, con un taxista nunca falla. Las respuestas suelen ser muy variadas. En general son extensas y en muchos casos airadas. Los taxistas tienen las cosas muy claras, si formaran un partido político y ganaran las elecciones lo solucionaban todo en un par de meses seguro. Supongo que lo primero sería bajar el precio de la gasolina, y si esto no es posible, invadir algún país.

Mi taxista en particular empezó a hablarme de épocas mejores, donde todo funcionaba como debía, se cometían menos errores y se hablaba más de la política en general o del estado del partido que no de la crisis de resultados y de los miembros de la plantilla. Tardé unos minutos en descubrir que me hablaba de fútbol, en particular del Real Madrid. Tal vez lo más divertido fue la conclusión de su extensa queja; “Al menos no soy del Atlético”. Y es que siempre puede ser peor.

Sin escapar tanto de la anécdota, no tardé en descubrir que el amigo conductor estaba desviándose por las calles mas insospechadas, aproveche para hacerle algunas preguntas con bastante malicia, al estilo: ¿por aquí es mas rápido?, o ¿no será mejor ir por este otro lado? Pero sus respuestas eran tan confiadas y convincentes que le dejé hacer, por ver lo descarado que podía llegar a ser.

Al llegar a mi destino, la cuenta ascendía a 12 €, y juro que estaba dispuesto a pagarlos por el entretenido monologo que me habían regalado durante el viaje, pero la ambición es siempre la perdición del hombre, y a la hora de hacerme las cuentas dijo: “Son doce euros mas dos euros por las maletas, total de catorce euros”. “Las maletas ya no se cobran buen hombre” le dije yo, y la respuesta que me dio es la que me convenció para revolverme un poco del timo, no importa lo entretenido que hubiera sido su análisis de sociedad. “Eso no se sabe” me dijo con toda tranquilidad. “Se sabe muy bien” le respondí, “Y si estamos dudando de este tipo de cosas, lo que voy a hacer es pagarle los 5 euros que me cuesta el trayecto todos los días no los 12 que me está cobrando”. Por no alargarme, diré que la conversación a partir de este punto derivó un poco y para los más curiosos añadiré que no tuve que darle ningún toque de atención y que durante la conversación se hizo un exhaustivo recuento de los familiares de cada uno de nosotros, sobre todo nuestros padres.

Respecto a la otra anécdota, bueno, ya habrá quedado claro que para mi, el taxi es en parte un desahogo. Me resuelve más viajar en taxi que ir al teatro. Las historias son más reales. Son grandes conversadores los taxistas y siempre preferibles a los chóferes que aunque tienen, como podría decirse, muchos mas años en barrica, dan menos pie a la sorpresa del paladar.
Aprecio a los taxistas con gran detalle, y se distinguir uno bueno taxista de uno malo en menos de 30 segundos de comentarios, me he vuelto un somelier de los conductores de alquiler. El caso es que este segundo taxista resulto ser un conductor muy cauto, con una conducción segura en la primera impresión y con suavidad a lo largo del trayecto. Picante en los comentarios y agudo en la reflexión posterior. Un poco impetuoso en su entrada al dialogo pero estable en el discurso.

Como iba contando, este taxista era maestro. Volvíamos del aeropuerto a altas horas de la noche, volviendo yo de regreso de uno de mis numerosos viajes, me encanta viajar, y logró sin parecer que así lo hacía llevarme por una ruta que hacía un extenso rodeo. Es más, en su trayecto logró captar todos los semáforos en rojo y las dos veces que se desvió para usar una calle más pequeña, nos encontramos con un camión de la basura. El despliegue de sutiles artimañas fue tal que apenas me di cuenta de lo que ocurría envuelto en su intensa conversación y suave conducir. Creo que hablábamos de la edificación masiva en la costa, Marbella y los difuntos de los ediles de estos pueblos costeros, eran un tema recurrente en la conversación. El hecho es que al final del recorrido, dándome cuenta de lo que había ocurrido, no dude en pagar los 20 euros que me pedía si no que le deje abundante propina y le despedí con lagrimas en los ojos y aplaudiendo.

En resumen a diferencia de lo que pueda parecer. Viajar en taxi no es una tarea sencilla.

Monday, April 17, 2006

Coger un taxi II

SEGUNDA PARTE DE COGER UN TAXI (LA PRIMERA ESTÁ MÁS ABAJO).
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nota: me entretiene mucho escribir sobre este personaje y por ahora no me faltan anecdotas. Creo que no me voy a detener en esta historia.
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Mis problemas desde entonces no han sido pocos. El método que un invidente como yo puede usar a la hora de detener un vehiculo de transporte público unipersonal, un taxi, es a ciencia cierta complicado y no exento de peligro, tanto para la salud del que intenta detener el coche como para su cartera si se despista.

Aprovecho esta oportunidad para hacer una advertencia a todos los rateros de la ciudad. Robarle la cartera a un ciego no es tarea fácil, y mucho menos segura. Al estar negados de gran parte de nuestro sentido visual, prestamos mucha mas atención a todo lo demás, como puede ser el tacto. Es por esto que ante la percepción de una mano ajena rondando nuestros bolsillos la reacción más común, al menos la mía, es dar un “toque de atención”. Un giro rápido de mi bastón extensible dirigido al lugar donde presupongo se encontrará el antebrazo del simpático ladronzuelo, que aprovecha todo el impulso que le proporcionan mis brazos y el empuje cinético que desarrolla al desplegarse el bastón telescópico. Este “toque de atención” suele ser suficiente como para prevenir posteriores intentos de robo de esta misma persona en futuras ocasiones y hasta ahora me ha resultado muy efectivo.

De los diversos métodos para que la cartera sea entregada tal vez el de la intimidación con arma blanca sea el mas inefectivo y no depende tanto de la capacidad intimidatoria del cuchillo que porte el agresor si no de su capacidad narrativa y descriptiva, habilidades normalmente escasas entre el gremio del hurto. Del hurto menor al menos, ya que hablo de carteras físicas, de las que contienen billetes y no de las carteras que contienen políticos.

Volviendo a la odisea que nos concierne, mi viaje diario desde mi casa a las oficinas de la radio, cuando empecé a detener taxis fuera de la parada, usaba un sistema primitivo que he ido perfeccionando. Primero, caminaba hasta la calle que, por su ubicación privilegiada, favoreciera el trayecto que deseaba hacer. Normalmente esta hubiera sido la calle Alcalá en dirección a la plaza de Sol, pero incluso esta tarea dejo de ser sencilla cuando por socavar la calle para una mejora en el tendido eléctrico / tuberías de gas / alcantarillado / cañerías de agua / asfaltado / etc… bloquearon diversas partes de una de las principales arterias de esta ciudad.

Aun con estos iniciales problemas de valoración, el proceso de acercarse al bordillo de la acera y agitar la mano cuando ves un destello verde tiene sus riesgos para un invidente. Por suerte mi capacidad de percepción visual no es del todo nula y gracias a esto he podido codificar varias señales luminosas. Rojo, grande y acercándose, es un autobús, hay que apartarse de la acera. Entre otras cosas los conductores de los autobuses conducen bastante rápido y van excesivamente pegados a la acera con la clara intención, a mi entender, de decapitar algún transeúnte con sus retrovisores laterales. Verde, pero no se mueve, suele ser un semáforo, no merece la pena levantar la mano para que se acerque. Verde y cerca de la acera, generalmente suele ser un taxi, generalmente porque no será la primera vez, ni la última, que me paso cinco minutos delante de una señal de farmacia esperando que me abra la puerta.

Respecto a levantar la mano para que se detenga el vehiculo, tiene sus peligros inherentes. No fue hace demasiado tiempo cuando, volviendo de mi trabajo cerca de la calle Gran Vía, intentaba parar un taxi en unas circunstancias muy especiales. El ambiente en la calle era muy tenso circulaba en sentido ascendente cortando la mitad de la calle, una manifestación del partido comunista español y en diversos puntos de la calle se habían ubicado pequeños grupos de partidarios de justo todo lo contrario a lo que desfilaba, supongo que os imagináis la estética de los unos y de los otros. La ruina de un peluquero. El hecho es que si no iniciaron batalla campal en ese mismo momento era por la nutrida presencia de un destacamento policial en la zona.

La cosa es que había bajado con mi amigo Antonio, precisamente hablábamos de los taxis. Él no se creía que yo fuera capaz de hacer uso de uno sin ayuda. Cruzamos la calle, y me preparé para detener uno de estos vehículos. La tarea era complicada por los continuos destellos de azul de las furgonetas de los antidisturbios y por la tensión que se palpaba en el ambiente. Como perro de Paulov, al estímulo de la luz verde y animado por la presencia de mi amigo, al cual quería demostrar mi sobrada capacidad de autosuficiencia locomotriz, aunque fuera alquilada, mi brazo derecho, palma extendida, se levantó cual resorte. Todo se desarrolló a una enorme velocidad entonces. Los “arribaspañas” y los “vivafrancos” se desataron detrás de mi en un crescendo vertiginoso y solo recuerdo a mi amigo Antonio, gritarme al oído una frase que no olvidaré nunca. “¡Corre, por tu vida!”

Por suerte mi casa quedaba en la dirección hacía la que escapamos. Podría jurar que llegue antes corriendo agarrado a la chaqueta de Antonio que muchas otras veces en coche.

Continuará

Monday, April 10, 2006

Otro relato por partes

Coger un taxi.

Lo que parece una tarea sencilla, puede en determinadas ocasiones convertirse en una pesadilla. Al menos para algunas personas. Cierto es que en mi confluyen una serie de condiciones físicas y psíquicas bastante particulares por coincidir todas ellas, pero en realidad todas muy comunes. Padezco de cojera y soy un poco corto de vista, tanto como para vender cupones si quisiera. Además, sufro de un grado extremo de claustrofobia.

Empecemos por mi claustrofobia. Os preguntareis como puedo saber que estoy en un espacio cerrado, si no veo mas allá de mi nariz sin las gafas, y treinta centímetros más lejos cuando las llevo puestas. La respuesta es sencilla; me lo imagino. La verdad es que tengo una claustrofobia algo selectiva, por que depende de lo que escuche o lo que me cuenten; un día, paseando por el campo, me entro un ataque porque me comentaron que estábamos en un cercado muy pequeño, y no pude quedarme tranquilo hasta que note que cruzaba la puerta de aquel lugar.

Mi caso es tan particular que me saco un buen sobresueldo dejando que me estudien en la facultad de psicología. Llevan dos años y aun no se lo explican. Es el primer caso de claustrofobia autoinducida que conocen. Por lo demás, me gusta subir en ascensores, con su relajante música y no tengo problemas con las habitaciones pequeñas mientras no me digan que lo son. En cambio, usar el transporte público me presenta grandes dificultades. La aglomeración de personas me permite hacer un cálculo del espacio existente y me entra el agobio. En coche sin embargo viajo bastante bien, aunque la gente no ha de tocarme y hablar poco para que no calcule yo las distancias que nos separan.

Respecto a mi cojera, la padezco en ambas piernas. Un accidente infantil en el cual se vieron implicados un baúl, unas escaleras y una clara sobreestimación de mi potencial físico. Cuando ando, dicen que me parezco a John Wayne cuando quería intimidar, solo que yo nunca he llevado pistolas. Supongo que me creeréis si os digo que mi velocidad de desplazamiento con este andar tan particular es muy lenta. Como añadido a este impedimento a la hora de adquirir velocidades de desplazamiento adecuadas, hay que añadir que debo usar un bastón especial. Mido 192 centímetros y mis ojos están a la suficiente distancia del suelo como para no distinguir los diferentes obstáculos habituales en las vías publicas como pueden ser: Bordillos, bolardos, pequeños animales de compañía, tapas de alcantarillado, más bien la ausencia de las mismas, y un largo etcétera muy anecdótico de obstáculos que evitar. Lo más exótico que he tanteado con mi bastón fue el culo de una ciudadana asiática que se había agachado justo en ese momento a recoger algo del suelo. Cabe decir que ser ciego no me libró de la furia de su bolso vengador.

Aun así, hasta la fecha he tenido mucha más mala suerte con los obstáculos aéreos que con los terrestres. Con mi altura, acabo encontrando toldos, señales de tráfico, paraguas a la exacta altura de mis ojos e incluso en una ocasión, una paloma despistada. Tanto es así, que me he aprendido el horario de los establecimientos mas agresivos en estos aspectos y suelo hacer uso de un casco protector cuando me desplazo por barrios cuyas especificaciones aéreas desconozco. No hace demasiado me advirtieron que llevaba una semana agachándome ante un toldo inexistente por liquidación del local.

Mi altura es tan inusual dentro de los invidentes, que hace unos años organizamos un equipo de baloncesto. Al principio tuvimos problemas para pasarnos correctamente el balón, pero luego le pusimos un cascabel, y hemos practicado tanto que ahora son más los pases que llegan hasta nuestras manos que los que no. Nuestro actual problema es que tenemos terribles discusiones sobre si ha sido canasta o no.

Para intentar encauzar un poco este relato, y dejar de irme por las ramas, diré que encontré el trabajo ideal para una persona de mis características. Soy locutor de radio. Otra cosa no tendré, pero en mi lista de meritos puedo contar, con una voz calida y aterciopelada gracias a la cual me gano el pan. Por desgracia, yo vivo cerca de la plaza de Manuel Becerra y la emisora está en plena Gran Vía madrileña. Distancia insalvable para una persona de mis condiciones si pretendiera hacerla a pie, como creo que ha quedado claramente demostrado.

Y llego entonces al asunto que me interesa. Los taxis. Evidentemente, no puedo conducir un vehiculo por mi cuenta, que sería la solución perfecta a mi problema locomotriz, y contadas son las ocasiones en las que cuento con alguien que puede acercarme en su vehiculo hasta la oficina donde trabajo. Es por esto que desplazarme en taxi, es la manera más eficiente a la hora de llegar todos los días puntual a mi cita con el trabajo. Hasta ahora, nunca había tenido problemas dado que en la misma plaza de Manuel Becerra existía una parada para este tipo de vehículos y si bien las primeras veces que hice uso de su servicio actué con timidez, rápidamente me hice con el sistema de traslado, un calculo de lo que me costaba el servicio etcétera, etcétera.

Hace no más de dos meses, eliminaron mi parada de taxis y cortaron varias de las calles que usaba habitualmente en mi trayecto. Bendito Gallardón. Ojala encuentre pronto el tesoro.

Wednesday, April 05, 2006

El cuentecillo completo para facilitar lectura

Pegar el cuento es demasiado largo. Por ahora lo cuelgo en otro sitio y os dejo un vinculo. En breve creo que me voy a lanzar a un relato más extenso. Pero me lo voy a tomar con calma.

http://www.elementalfilms.es/LaArboleda.pdf

Tuesday, April 04, 2006

Un relato en una entrega.

TIEMPO PERDIDO.

Hoy me he levantado de la cama sintiéndome muy raro. Tengo la sensación de que ocurre algo muy extraño. Como si ya hubiera vivido esta misma situación en otras ocasiones.

El misterio es mayor porque me duele terriblemente la cabeza y no recuerdo nada del día anterior. De hecho, no recuerdo casi nada sobre mi. Tengo una extraña sensación en el estomago.

Mirarme en el espejo no ha solucionado nada, mi cara parece la de otro, otro mucho mas feo que yo y al que le hubieran golpeado con un martillo en la cara. Varias veces. Apenas puedo abrir mi ojo derecho y ahora que lo toco me duele bastante. Aparte, mi lengua está tan seca que tengo la impresión de tener una lija en la boca.

Al rascarme la cabeza descubro algo, una serie de bultos en la parte posterior, que me hace entrar casi en pánico. Me giro para comprobarlo en el espejo y no paro de dar vueltas, por que sin la ayuda de otro espejo no encuentro la manera de verme el cogote.

Una vez me calmo un poco y me hago con un espejito de afeitar, me coloco estratégicamente para descubrir que tengo una cicatriz bastante grande, y fea, en la cabeza. Estoy pelón y teñido de rojo en esa misma zona.

Me llevo las manos a la cara, puro terror y desesperación. Que habrá pasado para que haya surgido esa horrible cicatriz. ¿Por que no me acuerdo de nada? Pasan por mi mente todas las opciones, cada cual más terrible. ¿Acaso me han practicado una lobotomía?

Apenas reconozco el cuarto en el que estoy. Debe ser mi cuarto de baño. Me quito mi camisa con lentitud, pues descubro nuevos horizontes de dolor. Me quema la espalda. Me resigno a mirar y veo una obscena amalgama de líneas, que la cruzan configurando un extraño diseño de líneas negras sobre ella. Está casi en carne viva. Mis conjeturas me llevarían muy lejos seguro y del miedo dejaría de respirar y perdería la conciencia. Pero me duele tanto la cabeza que no puedo ni pensar en cual puede ser el origen del extraño anagrama que tengo pintado en la espalda. ¿Abducido por una secta?

Después de la ducha estoy algo mejor. No se ni la hora que es, y ya puestos a dudar no se en que día estoy. Cuando encuentro mi reloj encima de mi mesa descubro que son las 5 de la tarde y algo más; Colocados ordenadamente a su lado están, una cartera, unas llaves y un teléfono móvil.

He encontrado lo que debe ser la cocina y he cogido un vaso de agua. Investigo la cartera mientras bebo sorbos pequeños de agua. Sorbos pequeños por que me duele el labio. Está roto. El dolor del labio se hace amigo del dolor de cabeza y cuando me duele uno, el otro no duda en acompañarle.

La cartera parece que es mía, por que la foto del DNI que hay dentro corresponde a lo que me acuerdo que parezco y el nombre me es familiar Gonzalo Montalban Tocabelloso. Al menos parece que he recuperado parte de mi identidad.

Deposito la cartera en la mesa, me dispongo a coger el móvil y en ese momento empieza a sonar. La paranoia me impide mover la mano hacia el teléfono durante unos interminables segundos.

Finalmente, presa de una morbosa curiosidad cojo el móvil y me dispongo a responder a la llamada.

- “¿Gonzalo?”.

Ese debo ser yo. Durante unos segundos retraso la respuesta y al final, sin saber muy bien si realmente se refiere a mi, respondo.

- ¿Si?
- Veo que ya te has despertado.

Miro en todas las direcciones, me están espiando. No debo darles pistas.

- Hace mucho que estoy despierto, he tenido una mañana ocupada, ya sabes…

Se produce una pausa larga y una siniestra risa tenebrosa surge del aparato.

- Si, claro. Hahahahaha.

Pierdo los nervios y en un tono desafiante le espeto.

- Dime que ha pasado, no me acuerdo de nada. Que me habéis hecho.

Otra pausa y otra risa, si cabe mas siniestra por lo aguda y descontrolada.

- Hahahahahaha. Mira, tienes que dejar de beber, te sienta fatal. Ayer por la noche en mitad de la borrachera convenciste a un tipo cachas para que te hiciera un tatuaje, pero como no parabas de moverte, te hizo un estropicio en la espalda y dijo que no seguiría con el trabajo, aunque estoy seguro que al principio se lo estaba pasando en grande. Te enfadaste, te peleaste con él, te dio un par de puñetazos y al caerte te golpeaste la cabeza contra una mesa de cristal. Te llevamos a urgencias y allí hicieron lo que pudieron. Luego te dejamos en tu casa.
Esa es la versión reducida, porque entre otras cosas, Marta tiene un rebote que no veas. Me ha dicho que va para allá y que más vale que estés sereno por que tienes que explicarle una serie de cosas que le contaste ayer sobre Elena. Por cierto, tiene que estar al llegar por que acabo de dejarla en el portal de tu casa.

Según me habla la voz, recupero la memoria de parte de lo ocurrido. Quien sea que me haya llamado cuelga. Oigo pasos que suben por las escaleras. Suena el timbre. Ahora si que tengo miedo.

Monday, April 03, 2006

Un cambio de sentido

La desesperación no tiene por que ser un siempre sentimiento negativo. Hay veces donde en las que serás desesperadamente feliz [¿demasiadas perdices?]. Creo que se le puede encontrar un punto de interés a la continua desesperación que mueve el mundo ahora dentro de la comicidad. Las prisas por hacerlo todo [es por esto que no publico un articulo tan a menudo si no todo lo contrario].


Mi siguiente pieza corta trata sobre el exceso de puntualidad.


ANOTACIONES AL GENESIS:

En el principio la tierra era una masa de magma hirviente, piedra fundida y tremendas temperaturas que formaban un naciente planeta. Entonces, el primer dinosaurio puso su pie en la tierra. Fue instantáneamente engullido por el magma y convenientemente cocido. El resto de los dinosaurios, viendo el futuro tan breve que había tenido su compañero, decidieron irse a dar un paseo y volver un poco más tarde.

Volveré con más cosas.