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Las extensísimas pasarelas se extienden indefinidamente, la imagen es tan grandiosa que me olvido del mechero que sostengo y acabo quemándome la mano. Miro como cae hasta que lo pierdo de vista y por mucho que me empeño no escucho su impacto contra ninguna superficie.
Me doy la vuelta. Para mi sorpresa ya no hay pared, aunque la puerta sigue en su sitio. Abro la puerta sin usar la llave y veo más pasarelas y más bibliotecas. Estoy empezando a marearme un poco.
Avanzo por la pasarela sin atreverme a subir ni a bajar, no pretendo perderme en este enorme laberinto. Las bibliotecas están llenas de volúmenes enormes, no hay dos iguales, las encuadernaciones son completamente artesanales en la mayoría de los casos, aunque me encuentro con algunos pequeños tomos anillados. No entiendo nada de lo que está escrito en ellos, aunque parece que alguno de ellos usa un idioma más “europeo”, la mayoría de ellos están plagados de iconos y símbolos. Al rato de seguir andando veo un nivel por debajo de mi un destartalado cubículo que parece estar hecho de madera, que rompe la simetría del lugar. Un tubo de metal sale de lo que se podría considerar “el techo” y por el tubo sale un fino humo blanco que asciende lentamente y se pierde en el infinito.
Desciendo unas escaleras y me acerco a lo que debe ser la puerta. Se abre hacia dentro. Con la mayor cautela posible, la abro y miro el interior. En el suelo, un modesto colchón, con unas sabanas desordenadas encima de él domina la mayoría del espacio. Por encima del colchón varias estanterías están plagadas de desordenados montones de páginas apilados unos encima de otros. Entro en la cabaña y tardo un rato en darme cuenta que detrás de la puerta en un pequeño escritorio está sentada la persona que he estado siguiendo todo este rato.
La verdad es que no me asusto ni me altero. Hace caso omiso de mi presencia, está muy concentrado escribiendo algo. Sin tan siquiera mirarme me hace un gesto y me invita a sentarme en su colchón. Pasa el tiempo, y cuando estoy pensando en levantarme para irme en silencio por donde he venido el hombre para de escribir y me habla.
“Necesito que me prestes tu libro”, me dice sonriente. Su cara es indescriptible, es una mezcla de caracteres tan comunes, que podrías confundirlo con casi cualquier persona. Mientras lo miro, me parece que le conozco de toda la vida, pero no se decir quien puede ser. Miro en mis manos y en ellas encuentro un volumen con tapas de cuero en el que mi nombre está grabado un sobre relieve plateado. Se lo entrego. Es lo único que puedo hacer. Estoy tan desorientado.
“A veces, mi inspiración no me lleva por el camino más fácil. No te preocupes, esta vez te voy a dejar como nuevo. Eres un personaje interesante, tal vez demasiado curioso, pero eres uno de mis favoritos y no quiero verte deprimido. La vida aun tiene muchas cosas que darte, ya lo verás. Esta vez voy a tener que reescribir casi un capítulo entero, pero me vas a servir para dos propósitos”
…
Hoy he despertado y a mi lado estaba Laura. Me siento como nunca. Ayer, paseando por la Plaza de España, creo que conocí a la mujer de mi vida.
Me doy la vuelta. Para mi sorpresa ya no hay pared, aunque la puerta sigue en su sitio. Abro la puerta sin usar la llave y veo más pasarelas y más bibliotecas. Estoy empezando a marearme un poco.
Avanzo por la pasarela sin atreverme a subir ni a bajar, no pretendo perderme en este enorme laberinto. Las bibliotecas están llenas de volúmenes enormes, no hay dos iguales, las encuadernaciones son completamente artesanales en la mayoría de los casos, aunque me encuentro con algunos pequeños tomos anillados. No entiendo nada de lo que está escrito en ellos, aunque parece que alguno de ellos usa un idioma más “europeo”, la mayoría de ellos están plagados de iconos y símbolos. Al rato de seguir andando veo un nivel por debajo de mi un destartalado cubículo que parece estar hecho de madera, que rompe la simetría del lugar. Un tubo de metal sale de lo que se podría considerar “el techo” y por el tubo sale un fino humo blanco que asciende lentamente y se pierde en el infinito.
Desciendo unas escaleras y me acerco a lo que debe ser la puerta. Se abre hacia dentro. Con la mayor cautela posible, la abro y miro el interior. En el suelo, un modesto colchón, con unas sabanas desordenadas encima de él domina la mayoría del espacio. Por encima del colchón varias estanterías están plagadas de desordenados montones de páginas apilados unos encima de otros. Entro en la cabaña y tardo un rato en darme cuenta que detrás de la puerta en un pequeño escritorio está sentada la persona que he estado siguiendo todo este rato.
La verdad es que no me asusto ni me altero. Hace caso omiso de mi presencia, está muy concentrado escribiendo algo. Sin tan siquiera mirarme me hace un gesto y me invita a sentarme en su colchón. Pasa el tiempo, y cuando estoy pensando en levantarme para irme en silencio por donde he venido el hombre para de escribir y me habla.
“Necesito que me prestes tu libro”, me dice sonriente. Su cara es indescriptible, es una mezcla de caracteres tan comunes, que podrías confundirlo con casi cualquier persona. Mientras lo miro, me parece que le conozco de toda la vida, pero no se decir quien puede ser. Miro en mis manos y en ellas encuentro un volumen con tapas de cuero en el que mi nombre está grabado un sobre relieve plateado. Se lo entrego. Es lo único que puedo hacer. Estoy tan desorientado.
“A veces, mi inspiración no me lleva por el camino más fácil. No te preocupes, esta vez te voy a dejar como nuevo. Eres un personaje interesante, tal vez demasiado curioso, pero eres uno de mis favoritos y no quiero verte deprimido. La vida aun tiene muchas cosas que darte, ya lo verás. Esta vez voy a tener que reescribir casi un capítulo entero, pero me vas a servir para dos propósitos”
…
Hoy he despertado y a mi lado estaba Laura. Me siento como nunca. Ayer, paseando por la Plaza de España, creo que conocí a la mujer de mi vida.